¿Cómo eliminé de mi vida el FOMO o miedo a perderme las cosas?
No es tan importante qué tengas miedo de perderte, sino el miedo en sí a que te estés perdiendo algo porque no estás conectado.
Me apuesto lo que no tengo a que más de una vez has sufrido una extraña inquietud porque sentías que te estabas perdiendo algo. No tiene que ser nada importante ni valioso, me refiero a esa sensación de que el mundo continúa sin ti y tú no puedes estar al día porque estás atendiendo a cuestiones más acuciantes.
Desearías consultar el teléfono, mirar las redes para ver si hay alguna noticia digna de revisar o si has recibido algún mensaje que no puede esperar. ¿Quizás es una llamada, o puede que alguien que te interesa haya subido una publicación nueva? Sea lo que sea, la ansiedad se apodera de ti porque necesitas revisarlo. Hay demasiadas cosas de las que estar atento pero ahora mismo no te lo puedes permitir. Al final, sucumbes y… ¡sorpresa! No hay nada nuevo.
¿Dices que no te ha ocurrido? Permíteme dudarlo. Es más, si es cierto que no te pasa, te reto a algo: durante la lectura de este post entero no atiendas a ningún correo, llamada, mensaje o notificación del móvil. Y si lo consigues, déjame constancia en un comentario. Estaré encantado de darte la envidiosa enhorabuena.*
Y mientras, intentaré explicar cómo lucho yo con el famoso FOMO (siglas en inglés de Fear Of Missing Out).
El ansia como compañera de vida
El lector de esta newsletter conocerá que abogo por lo que se conoce por la slow life o vida lenta (he escrito algún que otro post al respecto, y uno de ellos lo puedes leer aquí). En la actualidad, al menos si te limitas a tener un trabajo y una vida común, estamos sometidos a unos niveles de ansiedad notables. Puede que sea el trabajo (o el estudio), quizás la precariedad imperante o un cúmulo de más aspectos que se me escapan, pero lo cierto es que el ciudadano medio vive ansioso por uno u otro motivo.
Si bien es lógico convivir con cierta ansia porque tenemos que cumplir plazos, horarios llenos de reuniones, contentar a clientes, cobrar por nuestros servicios o merecernos nuestro sueldo para que no nos echen, este estado perpetuo de tener que hacer cosas cuya ejecución apremia ahora también se ha apoderado de nuestro día a día. El ansia ha conquistado lo cotidiano.
No es natural que una persona que está descansando esté ansiosa. Y no me refiero a alguien que esté algo inquieto el sábado porque el lunes a primera hora tiene una reunión importante, porque esto es lógico, sino al que interrumpe su sesión de películas y series por la tarde atendiendo los whatsapps con una premura que no pasa de los dos segundos.
“Es que puede ser algo importante”, se autoengaña mientras lee por encima las veintidós felicitaciones de cumpleaños con sus respectivos agradecimientos que han iluminado la pantalla de su móvil y que seguirán haciéndolo, porque hoy es el aniversario de bodas de sus tíos del norte y el grupo de la familia está que arde.
Puede ocurrir con mensajes, con redes sociales, con vídeos, con noticias… No es tan importante qué tengas miedo de perderte, sino el miedo en sí a que te estés perdiendo algo porque no estás conectado.
Esto es demasiado común, y se ha acuñado el término FOMO que, como he indicado al inicio, se traduce al español como miedo a perderse algo. Desde mi humilde (y no formado en psicología) punto de vista, entiendo que verse en esta situación es un problema. Y voy a intentar explicar el porqué con mi experiencia.
¿Cómo fue mi experiencia con el FOMO?
No sé si el ansia que impera en nuestros días es la causa de que el FOMO prolifere en la vida de las personas, o si es un fenómeno que ha surgido de manera independiente, pero lo cierto es que están íntimamente relacionados. En mi experiencia (que por supuesto, he sufrido FOMO de forma muy desagradable), considero que la ansiedad o los problemas del trabajo fueron el germen de esta mala experiencia.
Ya conté en otra ocasión que antes de mi trabajo actual, trabajé durante varios meses en una empresa que me ofreció un trabajo que no era de lo mío (puedes leer ese artículo, que trata sobre mi mala experiencia con el teletrabajo, en este enlace). Esta situación no era agradable para mí, de modo que las redes sociales me ayudaban a evadirme. Yo nunca he sido de Instagram, pero comencé a usar Twitter más de la cuenta. Sin ser consciente, me sorprendía a mí mismo twitteando algo y revisando la pantalla del teléfono en muchísimas ocasiones por si me habían contestado.
En mi caso concreto, esto tiene un punto más de gravedad: no revisaba el teléfono con un ansia agradable de ver si la gente estaba de acuerdo conmigo, sino con cierto miedo de que alguna cuenta grande me hubiera citado criticándome ante miles de seguidores, cosa que me ocurrió más de una vez. Y más de diez.
No es que lo hiciera demasiado en el trabajo, de hecho podía desarrollar mis funciones sin problema, ya que mi FOMO no llegó a un punto extremo, pero comencé a tener esas actitudes impulsivas en momentos y lugares donde no procedía. Comía con el teléfono en la mesa, siempre lo tenía a mano y bocarriba, interrumpía conversaciones porque me había vibrado y tenía que ver quién era, etc. Las personas de mi entorno se daban cuenta y me lo hacían saber. Al principio con leves deja el teléfono, pero más tarde los reproches se tornaron más incómodos (siempre estás con el teléfono y eso no es bueno).
Cuando la gente que te rodea se salta la sagrada norma de no molestar a alguien que está con el teléfono, porque lo normal es que dicha consulta sea importante, suele ser porque lo revisas tanto que tienes un problema. Tendemos a pensar que los problemas son siempre enfermedades que requieren ingresos hospitalarios o revisiones psicológicas, pero que el internet determine tu día a día hasta tal punto, merece a todas luces la denominación de problema. Y llamándolo así es más fácil disponerse a salir de ahí.
En mi caso, dejé las redes sociales de un día para otro y me abrí una cuenta en Substack (la web desde la que escribo estos posts, si me lees desde el correo electrónico). Puedes leer aquí mi experiencia, porque esa decisión fue el eje central que determinó que mi FOMO se esfumara, ya que el mismo radicaba en las redes sociales. También hice otros cambios en mi vida, que trataré un poco más abajo.
La forma más común de FOMO: el scroll infinito en redes sociales
El FOMO causa ansiedad y crea adicción a las redes, entre otras. Quien padece FOMO necesita estar consultando todo lo que ocurre. Ya no solo interrumpe lo que está haciendo para revisar las notificaciones, sino que de forma compulsiva revisa la pantallita en busca de cosas importantes que el 90% de las veces no existen.
En mi caso con Twitter, mi FOMO era patente y muy fácil de detectar, porque yo sabía qué estaba buscando cada vez que levantaba el teléfono: que no hubiera nada malo en mi perfil y me viera inmerso en una trifulca. Pero hay infinidad de personas que tienen un FOMO mucho más silencioso: el del scroll infinito en busca de nada en concreto en Instagram, Tiktok o similares, movidos por un incesante voy a ver qué cosas nuevas me encuentro. Eso también es FOMO y es igual de peligroso.
Sin ser consciente (que es lo peor), muchas personas comen, ven series o incluso están en bares con otra gente pero le prestan más atención a las redes sociales. Y no es porque no les interesen aquellos que tienen delante, sino porque sufren de una querencia que cuesta mucho detectar por uno mismo, una especie de llamada silenciosa del teléfono, un voy a revisar esto por si… que no cesa nunca.
Que si el vestido nuevo de Pepita, que si las vacaciones de Manolito, que si el influencer australiano que se ha tirado en paracaídas, que si las elecciones de Francia se están desarrollando con normalidad…
Mirar el teléfono demasiado puede parecer un acto inocente al principio porque todos tenemos cosas pendientes, y es posible que un correo, una llamada o un mensaje importante lleguen en un momento inesperado, pero esto se convierte en problema cuando el constante a ver no responde a la revisión de algo que se está esperando. El problema del FOMO es que te hace sentirte inseguro si no le das la vuelta al móvil, porque tienes la sensación infundada de que el mundo gira sin ti y te va a costar ponerte al día después. Pero esto nunca ocurre en la realidad.
De hecho, el estar en un bar con tus amigos se parece mucho más a la vida real que las fotos de una persona desconocida buceando en la otra punta del mundo o que las últimas noticias de un país que hasta ayer no conocías. La actualidad es importante, por supuesto, y estar informado es útil y necesario, pero convertirnos en esclavos de una rueda de presente que gira a una velocidad imposible de seguir es una forma incómoda e insana de vivir la vida.
Las cinco estrategias que llevé a cabo para eliminar el FOMO de mi vida
Realmente, no era consciente de que padecía un profundo FOMO hasta que dejé las redes sociales. Como digo, lo hice de la noche a la mañana, y fueron los primeros días de mono en los que me di cuenta de que una sombra de incomodidad sobrevolaba mi cabeza. Mis pensamientos estaban en Twitter, en la actualidad, en la política, en los posibles problemas que estarían sucediéndose en esos momentos, en la cantidad de perfiles que me podrían estar echando de menos o criticando sin que yo tuviera derecho a réplica. Ahora que lo veo en retrospectiva, me doy cuenta de que tenía un problema y que no era consciente de a qué nivel.
De hecho, un día reactivé en el ordenador mi cuenta de Twitter para ver si tenía mensajes pendientes, y ¡sorpresa! Casi diez mil seguidores y no había absolutamente nada por leer. Acto seguido, me reí y volví a cerrar el perfil, esta vez para siempre.
¡La ansiedad del FOMO es infundada, no es real!
Con pequeñas estrategias, que al principio tomé con sentido común y sin intención concreta de eliminar esta ansiedad por caerme del mundo, conseguí que el temido FOMO se esfumara, y voy a reseñar (de forma muy directa y rápida), las cinco que considero mejores, para que nadie diga que el título de este post es clickbait.
Mis hábitos anti-FOMO
Limité el consumo de noticias al boletín matutino, con el que me levanto, y a las noticias de las dos de la tarde. Así evito la infoxicación, me considero informado, y mantengo a raya mis ganas de comentar las cosas (spoiler: ya no tengo esas ganas como antes).
Eliminé las redes sociales desinstalando las aplicaciones, pero en el caso de Twitter, desactivé mi cuenta. Y de hecho, imagino que a la fecha en que estoy escribiendo esto, ya se debe haber eliminado para siempre. No iré ni a revisarlo porque, sinceramente, ya me da igual.
Como me encanta escribir, inicié esta newsletter que estás leyendo. Además de ayudarme a vencer la procrastinación, es perfecta para crear el hábito de escritura y moverme en ámbitos de la red mucho más saludables para mi desarrollo y mi mente.
Cuando tengo ganas de leer más sobre alguna noticia, investigo sobre ella directamente en las fuentes. Antes usaba Twitter precisamente para esto, pero ahora me salto a este incordio de intermediario.
Y por último, aunque suene un poco raro, intento ser consciente del tiempo que pierden los demás en las redes sociales. Trato de detectar el FOMO en otros y observar las consecuencias que tiene sobre ellos, para después mirarme a mí y sentirme bastante orgulloso de cómo estoy ahora.
Esto no es una hoja de ruta, ni mucho menos. Tan solo es mi experiencia, y si alguien se siente como yo lo hacía, quizás le sirva para saber que detrás del FOMO hay una vida mucho más tranquila y plena.
*Posdtata. ¿Conseguiste llegar hasta aquí sin revisar tus notificaciones o abrir tus redes? De ser así, deja un comentario para que pueda darte la enhorabuena.
En mi cabeza, hay dos conceptos que has unificado en el FOMO, pero que en mi cabeza están totalmente separados.
Por un lado está el FOMO en su idea clásica, la necesidad de salir todos los días del fin de semana en los años de estudiante, no sea que el día que no salgas suceda algo antológico. El no marcharte a casa cuando estás cansado, no sea que el resto de tus amigos tengan una experiencia inolvidable. No perderte esa película, estar al día con esa serie, conocer todos y cada uno de los memes del momento...
En el otro lado está lo que mencionas en el texto, que en mi cabeza se corresponde con "la dopamina" para prevenir el aburrimiento. No es ni siquiera que consultemos las redes sociales para no estar aburridos, es que antes de aburrirnos ya estamos mirando las distintas redes sociales, haciendo scroll infinito.
Marcada esta diferencia: lo primero lo tengo muy superado. No al 100%, pero tiene mucho que ver con estar contento con tu situación en la vida, y saber elegir qué quieres hacer realmente en cada momento. Lo segundo... pues bueno. He mejorado. No tengo necesidad de interrumpir lo que hago para mirar el móvil (de hecho no atiendo mensajes o llamadas si estoy con gente, a no ser que sea realmente urgente). Pero reconozco que me gusta tirar de móvil en situaciones que a priori preveo que serán aburridas: salas de espera, transporte... Personalmente, no creo que haya que romper totalmente con esto, pero sí que debemos intentar que en todo caso sean "decisiones pensadas", no una rutina o un comportamiento base.
Muchas gracias por la entrada, muy interesante.
PS: Y sí, pude leer todo y escribir este mensaje sin necesidad de otras tareas. No siempre pasa!
Eliminar cuentas en redes sociales puede ser una decisión liberadora. No solo reduce la ansiedad y el FOMO, sino que también nos permite reconectar con el mundo real y disfrutar de momentos sin distracciones. Es un paso valiente hacia una vida más plena y consciente.