Envidio a los viajeros solitarios
He observado en ellos una determinación de la que me gustaría aprender. Además, les doy por hecho una capacidad para el auto acompañamiento digna de estudio.
Últimamente mi algoritmo tiene a bien mostrarme vídeos rápidos de gente felicísima que viaja por el mundo sola. Generalmente son personas jóvenes, guapísimas todas ellas, y con apariencia de andar bien de dinerete, que por algún motivo que envidio tienen el tiempo preciso para irse por ahí a ver mundo y los arrestos para hacerlo sin nadie que les acompañe.
Los envidio, creo. O no, no lo tengo claro. Lo que sí sé es que yo, hoy en día, no me atrevo a viajar solo. No sé si es miedo, respeto, o que prefiero hacerlo con gente que aderece mis andanzas mundiales, pero el punto es que, conforme escribo estos párrafos, comprarme un billete de avión e irme a un país desconocido sin nadie con quien compartirlo no entra en mis planes. Si bien, como todo, todo esto tiene matices.
¡Pero espera! Hoy quiero agradecer al equipo de www.viajarsolo.com que haya aportado su granito de arena para que Sapientia siga siendo gratis para los lectores. Como sabes, los patrocinios están abiertos, y la filosofía de este equipazo me ha hecho pensar (y mucho) sobre lo que hoy reflexiono.
Son la web de referencia para aquellos que, a diferencia de mí, que soy un poco cobarde en lo que a viajar solo respecta, desean conocer mundo por su cuenta. Lo que tengo claro es que, si me animo a viajar solo alguna vez, el equipo de www.viajarsolo.com me dará la confianza necesaria de la que, aún hoy, carezco. ¡Muchas gracias!
Creo (estoy seguro) que fue en la primera cita con la que hoy es mi prometida, que ella me soltó sin mucho contexto lo siguiente: “No sabes cómo valoro poder dar paseos tranquila y sola por aquí”. Hizo hincapié en sola. Estábamos en Cádiz, ciudad milenaria situada en lo que conocemos como Occidente. No entendí muy bien aquella afirmación, porque me parecía tan obvio caminar sin problemas de seguridad por la calle, ya fuera solo o acompañado, que sonreí sin hacer mucho hincapié en aquello.
Se ve que J1 detectó mi incomprensión, porque acto seguido me explicó que había vivido en México durante una época previa. Nunca me había planteado las diferencias en la seguridad que un simple desplazamiento geográfico, hoy al alcance de cualquiera con un aeropuerto a la mano, puede suponer. Me cambió la perspectiva. Yo, españolito, como le dio a ella por llamarme entonces (también es española de tó la vida, pero se ve que me lo decía con ese cariño condescendiente con el que se observa al que no ha conocido el peligro), me planteé que me siento seguro por la calle porque vivo en un país concreto. Por una cuestión de puro azar y suerte.
Me ha venido a la mente esta anécdota, porque llevo un tiempo (por culpa de los vídeos de influencers viajeros solitarios) pensando en si yo sería capaz de viajar solo. Y la respuesta no es tan fácil. Ser capaz, lo que es capacidad, sí sería. Viajar no es más que moverse por el mundo y afrontar las diferentes circunstancias que puedan darse. Sabiendo inglés y teniendo un poco de cara, creo que casi cualquiera puede hacerlo solo. Ahora bien, desde mi punto de vista, viajar es un acto obligatoriamente relacionado con compartir experiencias, y no sé si yo disfrutaría moviéndome por el planeta sin nadie con quien compartir dicho disfrute, valga la redundancia.
Aún así, creo que viajar solo es digno de elogio. De hecho, no estoy criticando a quienes viajan solos, tan solo pongo de manifiesto que yo (aún) no encuentro la capacidad o el atrevimiento necesarios para embarcarme en un viaje conmigo mismo como único escudero. Creo que este tipo de viajes, al no poder ser compartidos hacia afuera, adquieren un cariz interno, casi meditativo, para el cual no todos estamos preparados.
Y si crees que exagero, te reto a dejar de leer esto y a sentarte en silencio durante diez minutos. Te aseguro que, si no tienes práctica, cuando lleves tres minutos tus propios pensamientos te habrán abrumado. Pues imagínate ese difícil ejercicio, que seguramente habrás fallado si lo has intentado, llevado a cabo durante, pongamos, una semana, y mientras te desplazas allende los mares.
Cuando observo a viajeros solitarios, cosa que me ha ocurrido en varias ocasiones al hacer el Camino de Santiago (sobre el que he hablado aquí, aquí y aquí), un extraño sentimiento de envidia sana se apodera de mí. En mi experiencia, cuando he conseguido echar un rato hablando con alguno de esos peregrinos individuales, he detectado que son más fuertes mentalmente que este que suscribe, porque hay que serlo para enfrentarse al mundo en soledad.
He observado en ellos una determinación de la que me gustaría aprender. Además, les doy por hecho una capacidad para el auto acompañamiento digna de estudio. La aptitud para estar solo y disfrutar del proceso, hasta el punto de no echar en falta a nadie para ello, debe ser muy parecido a la realización, a la completitud como individuo. Y puede que esté exagerando, pero los viajeros solitarios me evocan esa sensación.
Los observo y no puedo evitar preguntarme: si mis problemas, angustias o combates inacabados me asaltaran en pleno viaje solitario por donde sea, ¿tendría yo la capacidad de enfrentarme a ellos estando solo? Y lo único no es la soledad, sino la dificultad añadida de lidiar con las cosas en movimiento, fuera de la zona de confort, viviendo de visita. Qué mérito, de verdad. Creo que solo alguien con los muebles muy bien colocados ahí arriba puede medrar con todo ello sin despeinarse. O despeinándose, pero no por ello dejando de viajar.
En los viajes, que no dejan de ser una vida en miniatura, con su inicio, su final y sus vaivenes de por medio, pienso que es más disfrutón tener compañía durante el proceso. Pero atendiendo a la naturaleza (muy) finita de los viajes, afrontarlos en soledad debe ser un arduo ejercicio que, si se sale airoso de él, tiene el potencial para cambiarte la vida.
Es por eso que envidio a los viajeros solitarios. Desde mi perspectiva, es verlos por la calle, ataviados con sus mochilas y sus bastones, o en su vertiente más chic, con sus RayBan y sus móviles echando fotos por doquier, enfrascados en su música y su mundo, y estar convencido de que yo no tengo aún la capacidad para disfrutar los viajes de esa manera. Y no porque no disfrute estando solo, que lo hago, sino porque no consigo separar el componente social de mi concepto de viajar.
Escribo estas líneas sin revisar lo que llevo y dejando caer sobre el teclado todo lo que esta reflexión me trae a la cabeza, y lo cierto es que ya he cambiado tres veces el título del post. Primero, lo llamé “Y tú, ¿te atreves a viajar solo”, luego lo cambié por un modesto “No me atrevo a viajar solo”, y ahora, tras analizar cómo percibo a esos
turistasviajeros en soledad, he descubierto que lo que me ocurre es que “Envidio a los viajeros solitarios”, como puedes ver en el título.
Y recalco que esta envidia, que quiero que se entienda como admiración mezclada con un leve reproche conmigo mismo porque no consigo replicarlos, se basa en que lo viajeros solitarios viajan doblemente. Primero en lo puramente geográfico, y segundo, en su interior. Siempre me imagino que están inmersos en un viaje de desarrollo propio. Fantaseo con la idea de que están en pleno cambio vital, y que los kilómetros son solo la excusa para cambiar de aires y respirar otros oxígenos, otras culturas y otras personas, pero con la intención primigenia de volver a casa siendo distintos. Y yo, que actualmente no siento esa llamada al cambio, no siento la necesidad de viajar solo.
No porque me den miedo los aviones, las montañas lejanas o el chino mandarín. No porque me aterre caminar solo de noche por México (aunque esto sí que me daría miedo, a quién pretendo engañar), sino porque actualmente mis viajes se centran en lo turístico, en conocer hacia afuera, en experiencias y en recuerdos compartidos, y no tanto en cambios estructurales de mi persona. Pero estoy seguro de que, en caso de iniciar un viaje interior, seguro que empezar comprando un one way ticket a cualquier parte del mundo es un buen punto de partida.
Y aunque no me cierro las puertas a mí mismo para alguna escapadita futura solitaria, prefiero seguir viajando con J, que es una gran compañera de viaje, de alegrías y de vida.
Me uno a esta moda de nombrar aquí a mi consorte por su inicial, para mantener así con celo su anonimato pero personalizarla a la vez un poco.
Yo tengo unas ganas de viajar sola, pero me sucede lo mismo que a tu pareja, me da algo de miedo y no es especialmente recomendable para una mujer en mi país. Aunque sí que lo tengo en mi lista de deseos.
Creo que viajar en solitario no es para todos, pero entender por qué no lo harías ya es un viaje interior. Buen texto: honesto y reflexivo 👌
Para mí no es un atreverse o no, es hacer algo que quiero, me gusta, necesito o me importa, o privarme de ello “por factores externos a mi”, y eso no entra en mi esquema, es algo que viene en el ADN… Viajar solo tiene un componente mental mucho más allá del “viaje” o el turismo. Y desde luego, para nada quiere decir que los que lo hacemos seamos “antisociales” o con dificultad de relacionarnos o sin “amigos” (pareja, familiar cercanos… pongamos el título que queríamos), si no, posiblemente que diría hasta todo lo contrario.
De hecho, siempre he mantenido que es la asignatura obligada e ignorada de los “españolitos”, y de esos lodos vienen estos barros…
Y no, no hablo por intereses, sólo he hecho de algo esencial en mi vida mi forma de ganarme la ídem…