¿Cómo cambió mi vida la fantasía épica?
Así llegó a mi vida la escritura. La forma de expresión más perfecta de creación que existe, porque la forma universal de inventar historias es escribirlas.
Creo que no sorprendo a nadie si afirmo que la fantasía ha formado parte de mi vida desde bien pequeño, y hoy me apetece mucho escribir sobre ella. Entiéndaseme, no pretendo escribir aquí un relato lleno de magos y castillos, sino un pequeño homenaje a este género, que me ha permitido conocer centenares de mundos, historias y personajes memorables, estimulando mi creatividad y sembrando en mi interior la semilla de la escritura.
Resultaría extraño agradecer algo a un concepto tan etéreo como la fantasía, pero sirva este pequeño ensayo como una forma de mostrarle mis respetos a esta ambientación, género narrativo o simple forma de decorar las historias, porque me caló hondo de pequeño, y aún habiendo superado los treinta sigo disfrutando como antaño de las historias narradas desde este prisma en el que la magia, los dragones y lo imposible coexisten de una forma más o menos verosímil. Esta es la historia de mi relación con la fantasía.
Siento vértigo al enfrentarme a este tema, porque la idea de este agradecimiento a una rama creativa que me ha hecho desarrollarme en muchos aspectos de mi vida (aunque suene raro) lleva rondándome la cabeza varios meses. Espero que dentro de un rato consiga poner el punto y final a un artículo decente, porque será un orgullo para mí pasar esta idea de la lista de borradores a la de publicados.
Mi primer acercamiento a la literatura fantástica
Desde que tengo uso de razón, me encantan los dragones. Recuerdo que uno de mis hobbies favoritos era armarme con un buen puñado de folios en blanco, una lápiz y un borrador, e inventarme escenas de estos monstruos escupidores de fuego luchando contra pequeños caballeros anónimos. Nunca los coloreaba, pero con el paso de los años fui perfeccionando la técnica, y lo que antes eran representaciones de refriegas simples, se convirtieron en batallas multitudinarias llenas de monstruos, caballos, fuego y castillos. Lo medieval, en concreto, era mi debilidad. Las armaduras, las espadas y la magia.
Esa evolución (de dibujar una única bestia atacando a un soldado solitario a representar complejas contiendas que evocaban ciudades en guerra, países olvidados y razas sin nombre) tuvo un detonante. Y ese detonante tiene nombre de libro.
Ya en el post de los libros que marcaron mi infancia lectora, hice alusión a la novela juvenil "La historia interminable”, de Michael Ende. Si te apetece leer ese otro artículo, puedes hacerlo pulsando este enlace, pero por si prefieres seguir con este, te dejo aquí lo que escribí sobre ese libro, porque tiene mucho que ver con lo que hoy pretendo plasmar:
(…) la obra magna de Ende me mostró que dentro de un libro cabe un mundo, de manera literal, y que un autor hábil puede engañarte y jugar contigo de forma mágica. Michael Ende consiguió que mi yo niño necesitara irse a la cama a leer; me llegué a obsesionar con este libro - en el buen sentido de la expresión - y aún hoy creo que le debo mi amor por la fantasía a esta novela de 1979. Descubrí, reitero, la fantasía, la épica y la sensación de trasladarme a otro mundo mientras leía.
Lo cierto es que la primera vez que me adentré dentro de un mundo fantástico fue con la lectura de esa obra. Recuerdo que los detalles eran tan impensables pero estaban tan bien colocados, que se convertían en posibles. A diferencia de los fotogramas inconexos de dragones de fauces dentadas que yo solía dibujar, el mundo de Fantasía (también se llama así el lugar donde se desarrolla la novela) rebosaba de vida y de vidas. Había miles de historias, bifurcaciones y caminos inexplorados, que se extendían más allá de la trama de la novela. Aquello no era una simple historia, sino la radiografía de mundo completo.
De hecho, uno de los recursos literarios más elegantes y evocadores que he leído nunca es uno que usa mucho Ende en ese libro. Cuando está contando una subtrama, y esta se empieza a llenar de detalles que, si bien son preciosos y dan ganas de conocer más, no tienen relación suficiente con lo que trata de contar, corta de forma abrupta con un: “Pero eso es otra historia, y deberá ser contada en otra ocasión.” Me mataba.
Esa forma de ampliar su mundo dando a entender al lector que no te cuenta más porque no tiene tiempo ya que hay que centrarse en la historia oficial (el viaje de Atreyu en busca de un nuevo nombre para la Emperatriz Infantil), me imbuía de ganas por pausar por un momento la misión principal y adentrarme en esa pequeña historia secundaria inacabada. Así, la sensación de mundo real, con sus historias ocurriendo más allá de que yo estuviera leyéndolas (percepción que la propia trama del libro propicia), me enamoró sin más. Y cuando cerré la última página de La historia interminable, tuve mi primer sentimiento de orfandad literaria. El autor supo jugar conmigo, hilvanando una historia épica que yo no quería leer, sino en la que quería vivir.
Esto nunca me ha pasado con otro tipo de novelas o historias. Nunca he querido ser el investigador que va tras un asesino, el enamorado que conoce a una chica en una biblioteca ni el rey godo que luchó hace siglos en lo que hoy conocemos como España. En cambio, sí he querido ser héroes épicos. El Viaje del Héroe siempre me ha fascinado, y Ende me lo presentó de manera magistral.
Fue esta primera obra la que me hizo embarcarme en miles de viajes posteriores, ya sea en forma de novelas, videojuegos, series, películas y todo formato que pudiera contarme una historia fantástica, buscando esas sensaciones de nuevo.
Spoiler: lo he conseguido hacer en multitud de ocasiones.
¿Qué efectos tuvo en mi vida la fantasía?
La creatividad de aquel Edu de los noventa creció de forma exponencial tras este primer acercamiento a un mundo fantástico adulto (o al menos, creado por un adulto). Me di cuenta de que los dibujos que yo hacía y que terminaba abandonando por los cajones, tenían la oportunidad de pasar de ser una fotografía sin historia detrás, a la representación de algo mucho más grande. Ese dragón furibundo sobre un volcán que trataba de devorar a un jinete podía ser dotado de una vida, un contexto que le otorgaría más interés. La fantasía, por ende (o por Michael Ende, mejor dicho), me daba el poder de conferir vida a mis personajes faltos de ella.
Trato de no sonar exagerado, pero es que me leo y no puedo cambiar ni una coma. De niño me sentía así. Esa creación automática de monigotes guerrilleros se convirtió en un hobby mucho más elaborado. Mis figuras se convirtieron en personajes, mis monstruos en seres legendarios con trasfondo y mis paisajes en tierras olvidadas donde la magia reinaba (todas muy parecidas al reino de Fantasía, todo sea dicho).
El motivo por el que tengo que agradecer a la fantasía haber irrumpido en mi vida es que fomentó mucho mi creatividad y mi inventiva, e hizo crecer en mí la necesidad por inventar historias. Como dije antes, pasé de dibujar muñecos individuales a complejas escenas de guerra, pero cuanto más detalladas se volvían mis ilustraciones, más me demandaban una historia, un porqué. Y así llegó a mi vida la escritura. La forma de expresión más perfecta de creación que existe, porque la forma universal de inventar historias es escribirlas.
Además de buscar montones de novelas fantásticas (especial mención aquí a Carta al Rey, de Tonke Dragt y a El Ejército Negro, de Santiago García-Clairac) para conocer nuevos mundos complejos y detallados, empecé a aventurarme a escribir mis propias historias. Primero, traté de hacerlo para regalar a mis personajes esa vida de la que hablé antes, un lienzo complejo en el que poder moverse, que les confiriera la explicación de por qué yo los había dibujado peleando. Por tanto, la escritura comenzó en mí como una necesidad, como la herramienta perfecta para explicar lo que dibujaba, pero irrumpió en mi vida de forma secundaria o complementaria al dibujo.
Pero pronto, aquella profusa creatividad de niño fue creciendo, y los dibujos se me quedaron cortos, porque mientras escribía, me daba cuenta de que podía narrar en un folio muchísimas más cosas de las que podía plasmar con un dibujo. Eso de una imagen vale más que mil palabras en mi caso no aplicaba, porque mil palabras explicaban muchas más cosas que una imagen. De esta manera ciertamente orgánica, cambié el dibujo por la escritura y seguí contando mis historias con letras.
Mis “primeras novelas” se las debo a la fantasía
Ese cambio en mi forma de narrar historias, ya totalmente literario, tuvo unos inicios de lo más divertidos. Años atrás dedicaba horas a dibujar, pero cuando empecé a escribir, cambiando los trazos por palabras, escribía libros casi semanalmente. Cogía un puñado de folios, lo doblaba en forma de libro y empezaba a escribir desde las primeras páginas. Por supuesto, dejando la primera para una grandiosa ilustración que conformaría la portada.
Así, tengo un tierno recuerdo de una historia de gnomos que escribiría con diez años u once años. No tengo ningún recuerdo más allá de que había dragones, unicornios y un conflicto bastante peliagudo: el protagonista se había lesionado las alas y no podía volver volando a su casa, de forma que tenía que iniciar su Viaje del Héroe particular para conseguirlo.
Nunca conseguí terminarlo, pero enseñaba orgulloso a mis padres mis avances y sentía a mis personajes prácticamente como amigos. Recuerdo que los viernes por la tarde en los que me podía permitir ponerme a escribir sin que nadie me molestara (especialmente las tardes de inviernos de lluvia y manta), eran perfectos.
No me perdono haber pedido esta primera historieta inacabada. Daría lo que no tengo para recuperarla, porque a ese puñadito de folios doblado y con dibujos cada dos páginas fue la primera representación de mi actual amor por la escritura.
Después de esta primera novela fantástica vinieron muchas más, pero no conseguí acabar ninguna. La organización nunca ha sido mi fuerte, y espero poder combatir este punto débil en los tiempos venideros y escribir por aquí un futuros artículos al respecto, como este en el que te explico cómo Sapientia me ayuda a luchar contra la procrastinación.
Este amor por la escritura fue aumentando hasta la actualidad. Crecí, estudié, seguí leyendo y viviendo, y escribir hoy en día se ha convertido en una parte muy importante de mi vida. Ya no por el afán de publicar, aunque me encantaría escribir un libro, sino como forma de expresión. Me resulta complicado explicar lo que siento cuando consigo plasmar aquí una idea que me hace dar vueltas a la cabeza, como este propio post. La palabra es liberador, diría. Y todo esto lo despertó la fantasía.
La fantasía como refugio
Cuando juego a un videojuego de rol, veo una película épica o me veo inmerso en la lectura de una novela de ese género, mis ganas de crear crecen de forma exagerada. Cuando consumo fantasía, conecto con mi infancia y con las sensaciones que La historia interminable y otras obras similares me hacían sentir.
En la actualidad, de hecho, ya no suelo escribir fantasía. Ni siquiera leo tanto al respecto. Ahora trato de leer las grandes novelas contemporáneas y clásicas, así como no ficción y ensayos. Y cuando me siento delante del ordenador a escribir ficción, mis dedos suelen llevarme a historias sobre crímenes, organizaciones secretas y personajes que deben descifrar intrincados misterios históricos (por supuesto, inventados todos ellos). Me divierten ese tipo de historias, pero he aparcado la fantasía tanto en la creación como en el consumo literario.
En cambio, cuando quiero evadirme, cuando necesito hacer una pausa y dejar a un lado el agobio, me gusta refugiarme en la fantasía. Aunque suene poético, me ayuda a ocultarme en otros mundos y eso me encanta. No sería la primera vez que la Tierra me asfixia y huyo a otro mundo - esta vez inventado - con sus propios problemas y disputas.
La fantasía épica me embelesa aún hoy. Me sirve como refugio, como locus amoenus. Me hace sentir un poco más niño, sensación que me encanta. Y espero que esta relación nunca termine, para que así mi historia interminable continúe.
Dedico este post a Snammyt, a Tuna y a Kundra, los tres primeros personajes de mi vida cuyas historias nunca acabé, pero que gracias a ellos (un gnomo, un unicornio y un granjero), la historia de mi amor por la fantasía y la escritura sigue escribiéndose.
Espero que os haya gustado este peculiar homenaje tanto como a mí me ha gustado escribirlo. ¡Nos leemos!
Resueno mucho con lo que cuentas, Edu. Para mí mis primeras incursiones a la fantasía fueron de la mano de Weiss y Hickman, con la Dragonlance y el Ciclo de la Puerta de la Muerte. Hasta en mi grupo de amigos me pusieron de apodo Kitiara por una de las heroínas/villanas. Jugábamos a dungeons and dragons y eso despertaba aún más mi deseo de crear mundos e historias, y en clase siempre estábamos escribiendo en folios interminables mi mejor amiga y yo todo tipo de aventuras fantásticas. Tolkien también fue un gran referente y cada pocos años lo releo, y cada vez que llego al final del Hobbit me echo a llorar cuando Bilbo invita a los enanos a volver a su casa a tomar un té, después de todos los sacrificios y las pérdidas que han sufrido. La fantasía a día de hoy sigue llenando mi corazón. La descripción que hace Tolkien del concepto de eucatastrofe me pone los pelos de punta (https://tolkiengateway.net/wiki/Eucatastrophe). La fantasía es el genero de la esperanza por antonomasia y eso es algo muy valioso en estos tiempos que corren. Un abrazo 💜. M.
Hola, me tropecé con este artículo de casualidad, en las notas de Substack. Es tarde y tengo sueño, pero no pude parar de leer hasta el final.
Leer los comentarios me obligó a dejar el mío.
Escribir fantasía, en mi caso, es una necesidad física extra. Por eso estoy en Substack.
Quizás soy un poco más joven, porque en mi tiempo la puerta de entrada era Howards y no la Comarca, pero me agradó mucho leer este artículo y comentarios que tanto resuenan con algo que es vital para mí.
Escribir es la última forma de magia existente, es el arte de invocar realidades desde la oscuridad de la tinta, y la fantasía es la más evocadora de sus formas.