Todo lo que está bien en otoño
Cualquier calleja, en estos meses que van a morir en Navidad, son la portada de un libro de Carlos Ruiz Zafón. La instantánea eterna del lomo de La sombra del viento a cada paso.
Siempre se habla del verano y del invierno, rey y reina de las épocas del año, pero quisiera yo en este post hacer un homenaje a esta estación que hoy nos abraza. El otoño pasa desapercibido a regañadientes, porque sus intermitentes lluvias, los labios agrietados que nos preparan para épocas frías y sus tonos marrones y grises no son abrazados con ilusión, sobre todo cuando no nos ha dado tiempo a quitarnos el chip del verano de la cabeza. Pero a mí me encanta todo esto. Disfruto de la helada matutina al ir a trabajar. Me encanta tener que empezar a tomar café dentro de mi bar de siempre, despidiéndome de la terraza hasta dentro de varios meses, cuando el sol asome y prometa no dejar pasar al frío.
Me encantan los charcos, los tonos opacos y los chaparrones sin paraguas. Me gusta tanto el otoño porque, además, te invita a quedarte en casa sin remordimientos. Te hace acogedor el salón, te propone con su ambiente buscar un vídeo de cinco horas de una chimenea y ponerlo en la tele de fondo, mientras lees o escribes. El otoño, en mi caso, trae de la mano a la creatividad, con esas ganas de sentarme en el ordenador, ya con ropa de manga larga, y dar rienda suelta a lo que sea que mis dedos quieran escribir ese día.
También disfruto con la ropa, siguiendo con el tema textil. Vuelven las chaquetas, las sobrecamisas y los jerseys. Se asoman en el armario, tímidos, los abrigos. Calienta, que sales, les digo en mi mente a las prendas más gruesas. Y los guantes, ahora necesarios para dar paseos vespertinos en moto. El cambio de hora, las mañanas con luz y los consiguientes cafés de media tarde mientras empieza a abrazarnos la oscuridad.
En otoño también escribo un montón, y además en unos días empieza el Nanowrimo1, que nunca he conseguido terminar pero que este año pretendo usarlo a mi manera. No para terminar una novela, sino para que, cuando termine noviembre, pueda sentirme orgulloso por tener montones de borradores preparados para publicar por estos lares. Disfruto un montón de este tipo de proyectos.
Si no conoces el Nano, y dando por hecho que hay bastantes posibilidades de que te guste escribir, te invito a echarle un ojo. Se crea en noviembre un ambiente precioso, muy proclive a la creatividad y enfocado a maximizar la escritura, primando la cantidad sobre la calidad. Ahora escribe, ya habrá tiempo para corregir y perfeccionar. En la nota del final de este post te indico su web.
La belleza de los detalles pequeños, sobre los que he escrito en multitud de ocasiones ya, se hace patente en otoño con más fuerza. Lo bello surge de la nada, y los amaneceres, que en verano son menos impresionantes, se tiñen de colores imposibles y de reflejos húmedos que son una escena de novela en sí mismos. La propia muerte de los árboles es preciosa, y una alegoría de la vida, recordándonos que lo grave no es morir hoy, sino no resurgir mañana. Y caen sus hojas y se congelan sus troncos. Y se empapan y marronean y se tuercen y se caen a trozos. Pero se mantienen porque sus raíces están ahí, como deberían estar las nuestras. Y en el futuro próximo reverdecen y se ven henchidos de orgullo. Y te acuerdas entonces del otoño en primavera y sonríes porque tú los viste morir y ahora están vivos de nuevo. Piensas entonces que otoño es necesario porque sin su oscuridad no valoraríamos la luz de sus estaciones opuestas.
También en otoño disfruto más del café, y los viajes lentos se me antojan una delicia. Incluso a lugares de playa, donde observo maravillado que esa masa desierta y violenta de olas y ruido fue hace unos meses y volverá a ser dentro de otros tantos un remanso de paz donde las familias se recuestan a descansar y a disfrutar los placeres de la vida lenta, aunque sea una quincena al año.
Y si te gusta la fotografía, estoy seguro de que sonríes cuando llega el otoño. Los tonos pastel renacen. El azul, el violeta y los marrones y grises, todos ellos con posibilidad de llovizna, de niebla y de calles desiertas, son gemas en bruto para el ojo avezado en el arte de plasmar momentos. Ayudan también las siluetas de esos árboles muertos, las personas que a veces salpican la imagen, caminando con la cabeza gacha y abrigos largos, evitando el repentino vendaval que pincha en la piel. Y las ocho de la tarde con farolas encendidas cuando hay niebla. Fotos preciosas reposan en otoño, escondidas, esperando a ser tomadas. Solo hace falta, como en la escritura, salir a practicar, y esta época es de las más agradecidas para ello. Lo bonito en otoño está presente en casi todo, solo hay que saber captarlo.
Ahora las plazas huelen a castañas asadas, que no me gustan pero sin cuyo olor el otoño es incompleto. Las calles en esta estación tiene un tinte vintage, quizás más acusado porque la gente evita usar el móvil por eso del frío y los guantes. Miras hacia aquella esquina y una abuela tira de la pequeña mano de un nieto que difícilmente alcanza los dos años, enfundado en un abrigo más invernal que otoñal. Todo ello con un filtro que amarillea, mientras el pequeño se entretiene con las hojas mustias y su abuela se agobia porque un coche espera en el paso de cebra. Sale mucho humo del tubo de escape, y toda la estampa es coronada por olor a petricor y nubes grises, casi violentas, pero que no terminan de descargar. Ni un ápice de digitalización.
Nota mental: si algún día me pregunto por qué me gusta la fotografía, releeré estas últimas líneas.
Cualquier calleja, en estos meses que van a morir en Navidad, son la portada en potencia de un libro de Carlos Ruiz Zafón. La instantánea eterna del lomo de La sombra del viento a cada paso. Poesía pura que hay que saber mirar y deleitarse en disfrutar.
También el otoño es el padre de la nostalgia. Del dolor mental e infundado por lo que se fue y no volverá. Sus colores, sus ritmos y sus soledades hacen proclive el sobrepensamiento y necesario espantar esos moscardones de vez en cuando. Aunque también es bonito sufrir un poco desde el sofá, con un café caliente y un fin de semana por delante cuyo plan más importante sea escribir, leer y comer galletas mientras fuera arrecia la lluvia.
Me gusta disfrutar de este entretiempo, consciente de que ya hay turrón y polvorones en los supermercados, pero negándome a comprarlos aún. Quiero posponer hasta lo máximo admisible todo lo navideño. Quiero dar al otoño su sitio, por pequeño que sea. Quiero disfrutar este frío aún no tan doloroso, estas mañanas de vaho y de incógnitas en el cielo. Quiero esperar un poco hasta los villancicos. Porque si me salto el otoño, si lo dejo pasar por la ventana mientras pongo el árbol de Navidad, dejo de lado uno de los trozos del año que, por mi personalidad y sus características, más casan conmigo. Y eso sería más triste que la fugaz muerte de los árboles.
Nanowrimo: National Novel Writing Month (mes nacional de escritura de novela). Celebrado en noviembre, es un certamen no oficial en el que escritores de todo el mundo se ponen de acuerdo y tratan de escribir una novela de al menos 50.000 palabras, para así tener un borrador sobre el que trabajar el resto del año. Si te interesa, puedes apuntarte aquí (es gratis): https://nanowrimo.org/
Pues ya no huelo a castañas asadas. Pero si en casa, junto a los boniatos.
Se me ha quedado una sonrisa suave y tranquila pegada a la cara tras leer este texto. Qué bonito, Edu... 🧡🍁🍂