¿Qué son para ti tus raíces?
Es desesperante escribir sobre algo que no sé describir, que tan solo sé sentir. Pasa igual con la sed, con el olvido y con el miedo.
Llevo tiempo queriendo escribir sobre las raíces. Sobre esos sitios, individuos, lugares y sus consecuentes recuerdos que nos unen al suelo, nos conectan con la tierra y nos hacen sentirnos parte de ella. Sobre cómo superan al tiempo, haciéndose incluso más fuertes con el suceder de este. Sobre cómo los ataques de nostalgia nos hacen querer volver a ellas, y sobre la sensación de orfandad vital del hombre que pierde las suyas.
Hoy, que escribo estas líneas mientras oigo arreciar la lluvia fría tras el cristal, puedo decir con paz que mis raíces siguen intactas, que su arraigo sigue calándome y que me siento cómodo, orgulloso de ellas. Quiero expresar mis reflexiones sobre las raíces, y espero que el próximo batiburrillo de párrafos esté a la altura de tamaña empresa.
No sé cuándo te das cuenta en la vida de lo importantes que son tus raíces. En mi caso, creo que fue cuando cambié de ciudad para estudiar la carrera. De pronto, me alejé kilómetros de mi todo y me sorprendí viviendo en un sitio ajeno que, aunque me terminé acostumbrando a él, nunca consiguió desbancar a aquel otro que estaba en mi vida desde el principio. De hecho, la distancia física respecto de mi cotidianidad actuó como el detonante que me demostró que dejaba atrás un compendio de detalles míos sin los que me sentía huérfano. Años después volví aquí; a mi pueblo, a mis calles, a mis atardeceres, a mi mar, a mi bar de cabecera, a mi gente y a mi cama. Esta momentánea mudanza, que aunque duró varios años eso no es nada comparado con toda una vida, me ubicó bastante. Me hizo valorar. Levantó el velo que hace invisibles a las cosas de toda la vida.
Lo mágico de las raíces es que es muy difícil perderlas, si es que es posible hacer eso. Se puede renegar de las mismas, pero no estoy seguro de que ello implique su pérdida. Ocurre lo mismo con la familia, y creo que esto puede ser una analogía bonita. Podríamos describirlas como las circunstancias vitales que, de tan primigenias, profundas y aleatorias, están revestidas de ese halo familiar que, para bien o para mal, nos apega a ellas de forma innata.
Gracias a Dios, estoy muy agradecido por tener las raíces que tengo, de forma que cuando hablo de las mismas, mi punto de vista es optimista. Se me entenderá si no hablo de la cruz de la moneda, de la triste situación de la persona cuyas raíces le inquietan. Circunstancia que se agrava al no poder quitarlas de su vida. Yo las entiendo como algo que nos ha sido dado, de lo que te puedes enorgullecer o no, pero algo, como ya indiqué arriba, que no se puede perder. El que reniega de sus raíces es como el que reniega de su propio nombre, o de su misma identidad. Es un acto vacío. Respetable, pero hueco de contenido. Y desesperanzador, dicho sea desde el corazón.
Este que suscribe tiene la suerte (obviamente esto es una cuestión de pura suerte) de que sus raíces actúen como nexo entre la tierra y él. Como anclaje a sus orígenes, como patria chica y como lugar al que volver o del que no irse. El camino a casa de mis padres, las vecinas de siempre, la arena. Las carreras de caballos, ciertos olores, algunos tonos del cielo que solo aquí se ven.
Cuando la relación entre el hombre y sus raíces es saludable, estas suponen una zona de confort. Una lista de nosequés personales e intransferibles que, cuando se presentan o se recuerdan, hacen aumentar el bienestar. Si vives lejos del lugar geográfico donde reposan las tuyas, estoy convencido de que, cuando vuelves a pisar ese suelo, tu vida se engrandece. Me pasaba cuando volvía los fines de semana a casa en mi época de la carrera. Ocurre también con esas personas que son tu patria, generalmente familia (incluyo a la pareja aquí) y amigos más cercanos. También con determinadas fiestas, ocasiones que marcaron tu infancia, obras literarias, cinematográficas o teatrales que forjaron tu identidad. Hay algo fantástico que relaciona el bienestar con montones de pequeñeces vitales a las que, además, pocas veces prestamos atención. Esa sensación, por digitalizar un poco esta disertación, se parece a recargar la batería vital.
He hablado en multitud de ocasiones sobre los pequeños detalles, sobre las cosas que no vemos porque no prestamos atención al vivir demasiado rápido, y creo que mi descripción de las raíces puede confundirse con estos. Pero son diferentes. Mientras que de los primeros se disfruta cuando te paras a pensar en su existencia y consigues observar la cantidad de detalles casi invisibles que pueblan la vida, las raíces las percibes como tuyas, para bien o para mal. No tienen estas últimas, de hecho, que ser bellas objetivamente. Una simple calle, en la que has vivido determinadas experiencias, por muy ruinosa, fea o peligrosa que sea, puede ser el núcleo de tus raíces. Y eso está bien. Las raíces no tienen por qué ser bellas, pero es bello tenerlas presentes si las aprecias.
Llevo más de cuarenta artículos publicados en esta newsletter, y revisándolos, me doy cuenta de que hay algo que me hace escribir desde hace meses sobre mis raíces. No era consciente de ello, no le había puesto el nombre, pero ¿acaso no las estoy mencionando en este artículo sobre los recreos?, o ¿no es este otro, sobre aquellos primeros veranos de mi infancia, un nostálgico grito por un pasado que me convirtió en quien soy ahora?
Comencé este proyecto de escritura semanal como respuesta desesperada a una crisis de los treinta que me asoló en cuanto soplé la vela de mi trigésimo cumpleaños. Posteriormente, se ha convertido en una suerte de oda a la vida lenta, a la cultura mediterránea y al aprendizaje vital. Pero ahondando en los artículos que más he disfrutado al escribir, detecto que mis raíces están siempre muy presentes. Soy un afortunado al disfrutar escribiendo sobre mis orígenes, sobre los ingredientes de los primeros compases de mi vida. Me gusta sobremanera releer, en estos días grises y nostálgicos que ahora empiezan a abundar, estas píldoras de mi vida que, bajo la apariencia de simples posts en una web que poca gente lee, conforman una radiografía de mi primera vida, del suelo de mi existencia.
Es desesperante escribir sobre algo que no sé describir, que tan solo sé sentir. Puedo intentar achacar una descripción a las raíces, como he hecho más arriba, pero no me convence lo suficiente ninguna palabra de las que plasmo como para verlas dignas de dicho término. Pasa igual con la sed, con el olvido y con el miedo. Hay que sentirlos para entenderlos.
Como digo, no sé qué son las raíces, pero sí sé cómo me siento cuando las tengo presentes. Me alegra poder desarrollar mi vida cerca de ellas y tener a la mano la mayoría de integrantes que merecen tal consideración, porque de esa forma no serán en el futuro un recuerdo en sepia. Serán en cambio fortísimas conexiones antiguas de mi propia vida con mi entorno, que espero poder legar a quienes vengan después de mí. Ojalá estas raíces mías sean en el futuro orgullo de quienes hoy aún no viven. Espero que sirvan de sustento y de red de seguridad de esos que están por venir.
Y ojalá que yo mismo forme parte de esas raíces que aún no existen, pero que existirán.
Qué hermosa tu forma de sentir a tus raíces, Edu. Me causas una sana envidia, y me alegro por ti. Todas las personas que conozco con un sentimiento parecido al tuyo respecto a las raíces, sois gente muy sana. En sentido amplio, me refiero.
Yo soy una de esas personas que mencionas en el texto cuyas raíces no se sienten refugio nutridor, sino lugar hostil del que hay que protegerse. Y veo una tendencia a no saber cómo ni dónde echar raíces, en las personas con una experiencia similar (me incluyo a mí misma en esto).
Al final, en casos así nos vemos forzados a buscar y hacer raíz en nuestro propio centro, en nuestro corazón, por decirlo así, y desde ahí extender las raicillas hacia afuera, hacia personas y lugares que convertimos en hogar a fuerza de volcarles amor.
Además también se hace necesaria una reconciliación interna con las raíces, para no estar en lucha con una parte que es tan importante de uno mismo (como tú bien señalabas). Con la aceptación viene la posibilidad de tomar lo bueno que hay en las raíces, que siempre hay cosas rescatables, aunque el resto deba ser desechado o transmutado.
Gracias por sacar temas tan interesantes (al menos para mí), y hacerlo siempre de una manera tan limpia. 😊🙏🏼
Un abrazo!
Para mí las raíces son mis padres, mis amigas de siempre, las de aquí y las de allá, mis abuelos en su día; pero sin importarme lo más mínimo dónde están esas raíces. Quiero decir, el lugar. Yo siempre vuelvo a mi hogar, pero porque allí está mi casa con mis padres, mis amigas de siempre; y volvería igual estuviera en Puertollano (como es el caso, pueblo q es lo más feo y no me gusta en muchos aspectos) o en Pernanbuco. Igual que vuelvo a Madrid porque están mis amigas desde hace 20 años, 10... a pesar de ser una ciudad odiosa, inhumana, que cada día me pesa más. Entonces para mí las raíces son las personas, no los lugares 😊
Me gustó mucho leerte y la reflexión, Edu. ¡Gracias una vez más!