Los viernes de primavera y la relativización de los problemas
Lo que durante la semana es trajín, angustia y problemas, hay un momento del año que se convierte en calma de viernes.
Hoy escribo estas líneas desde el despacho. No sé cuándo las publicaré, por lo que no sé cuándo las estarás leyendo, pero no las he escrito ahora. Lo cierto es que las escribí un viernes a una hora perdida de silencio y poco trajín. Hay algunos viernes que parece que el mundo se para, y suele ocurrir en esta época del año. Será porque el solito y la cerveza de la una de la tarde quitan de la cabeza los problemas a la gente. Y yo, que me dedico a solucionar problemas legales ajenos, hay viernes primaverales que creo que estaría mejor en una terraza que en el despacho.
Esta conclusión cuesta hacerla propia, porque a uno le asaltan las responsabilidades y parece que no estar delante del ordenador en horario laboral es una afrenta a la profesión, a los clientes y a uno mismo, pero no es así en absoluto. Hay que buscar la eficiencia, y a veces la eficiencia no está en el despacho.
Al principio de mi andanza profesional, esto me ocurría prácticamente a diario, porque ser autónomo implica buscar clientes, relacionarte y que el boca a boca empiece a dar sus frutos, pero los primeros meses, sino el primer año de una profesión como la del abogado, son fulminantes en este sentido. Si consigues aguantar, como en mi caso (aunque con muchísima ayuda), de repente los brotes verdes que antaño no eras capaz siquiera de imaginar empiezan a florecer, y tu día a día comienza a parecerse al del abogado que añorabas ser cuando estudiabas derecho romano hace más de una década. Pero hay momentos concretos, cuando ya has pasado esa época tan aciaga, en que vuelves atrás mentalmente y sientes que no aprovechas el tiempo o que este pasa sobre tu cabeza sin que lo consigas agarrar.
Hoy escribo estas líneas y las publico aquí porque en algún momento descubrí que escribir sobre el trabajo tiene un nosequé terapéutico que te sirve más cuando lo relees que cuando lo escribes, de modo que este artículo, que volveré a leer cuando se publique, no es más que una forma de animarme a mí mismo cuando – como buen autónomo en España – tenga mis días tontos, que vendrán.
Como decía al principio, algunos viernes primaverales, un despacho de abogados de una ciudad entre mediana y pequeña como en la que vivo, se sume en el silencio a partir de la hora de la cerveza. La gente que hasta el jueves te ha asediado con llamadas y whatsapps intempestivos, parece pillarse unas mini vacaciones mentales que empiezan el viernes a media mañana. Estas vacaciones de los problemas de los clientes, como profesional, me hacen plantearme muchas cosas sobre mi trabajo y mi jornada.
Y ojo, no hablamos de falta de trabajo, sino de una especie de paréntesis semanal que llega cuando el buen tiempo saluda. Lo que durante la semana es trajín, angustia y problemas, hay un momento del año que se convierte en calma de viernes. Una especie de “con el buen tiempo que hace hoy, ya llamaremos al abogado el lunes”. Un slow life en toda regla. Y yo lo agradezco, de hecho.
Parto de la base de que me gusta mucho lo que hago. Como ocurre con toda relación trabajador – trabajo, hay desavenencias puntuales, pero esto no me sirve como punto negativo de mi profesión, porque no es un mal endémico de la abogacía. Me gusta disponer casi al 100% de mi tiempo, hasta el punto de echar unas horas el domingo desde casa para que la semana empiece más liviana, y no tomarme esto ni siquiera como trabajar durante el finde. Un autónomo es autónomo todos los días, aunque le cueste entenderlo al trabajador por cuenta ajena.
En mi caso, trabajo todas las mañanas y la mayoría de tardes (nunca las tardes de viernes), aunque últimamente, con la llegada del buen tiempo, teletrabajo después del almuerzo para acabar pronto y aprovechar la maravilla de que el día tenga tantas horas de luz. Salvando esto del teletrabajo, que además llevo haciéndolo poco tiempo, mi jornada laboral es bastante común. Podríamos decir que estoy chapado a la antigua.
Obviamente, mi trabajo requiere (al menos desde mi punto de vista) tener un lugar serio en el que recibir a los clientes, donde mantener toda la información y documentación y desde el cual poder relacionarme con todo lo que me permite ejercer como abogado, y teletrabajar siempre o llevarme un portátil a una terraza no son formas – todavía – de ejercer la profesión que personalmente me llamen la atención.
Ahora bien, lo de los viernes de primavera es una cosa de otro mundo, hasta el punto de plantearme cambiar mis horarios – que ya de por sí son flexibles porque mi jefe soy yo – para adecuarlos a esa falta de urgencia que los caracteriza. Por supuesto, si hay cosas que adelantar o casos que estudiar, un viernes como este en el que escribo es una bendición, pero si tienes todo más o menos controlado, un viernes así de silencioso y falto de problemas me hace pensar irremediablemente en tomarme un refrigerio al sol antes del almuerzo. Y no suelo hacerlo porque me siento mal, pero creo que no hay motivo para ello.
Es más, diría que hacer eso puede ser más productivo que estar en el despacho, toda vez que hoy día tengo toda mi vida profesional en el teléfono, el portátil o la tablet, de modo que estar disfrutando de la primavera un viernes a la una de la tarde no es que no suene descabellado, sino que parece hasta lógico.
Hoy no lo he hecho, y me he limitado a dejar por escrito estas cavilaciones de autónomo, pero quizás, y si este artículo lo estás leyendo un viernes a la una, ahora mismo estoy releyéndolo al mismo tiempo que tú mientras miro el mar desde la terraza de algún bar del sur de España.
Pd. Si trabajas por cuenta propia, te lanzo la pregunta: ¿los viernes de primavera notas que la urgencia de los clientes baja mucho? ¡Os leo!