Cinco detalles horribles sobre ser tu propio jefe
Es verdad que a mí nadie me dice cuántas horas tengo que trabajar y desde dónde tengo que hacerlo. Pero, ¿eso es libertad?
Desde hace unos años somos bombardeados en internet con contenido sobre emprendimiento y marketing digital, y los artículos escritos con exceso de SEO y una robótica obsesión por el copywriting ya empiezan a hacer mella en el subconsciente de trabajadores poco felices con su vida actual, que acaban convencidos de que lanzarse a crear un negocio de la nada es como dirigirse a la tierra prometida.
«Serás tu propio jefe» es el lema de estos creadores de contenido, y lo venden como el estado laboral al que aspirar, pero esto es peligroso y falso. Peligroso, porque hay personas que, cegadas ante estas promesas, pueden abandonar su situación laboral en busca de humo, y falso porque es irreal. Y no lo digo como crítica, sino porque yo ya soy mi propio jefe, y le veo las costuras al plan, por lo que creo que es importante que alguien con conocimiento de causa explique cuáles son las cosas malas de gestionarlo todo tú.
Quiero dejar claro que esto no es una crítica vacía al trabajo por cuenta propia. Yo mismo he optado por esta forma de trabajar. Lo que quiero es dejar claro que los que venden este estilo de vida como la panacea están dejándose en el tintero muchísimos detalles. Y sobre esos detalles quiero hablar yo, porque de las bondades de ser «tu propio jefe» ya está internet lleno.
Eres una navaja suiza (y es agotador)
Al principio puede parecer interesante, pero con el paso de los meses es abrumador y muy cansado. Tener que ocuparte de todo implica que tu cerebro se vea interrumpido de manera constante por detalles que tienes que solucionar sí o sí. En contraposición al trabajador por cuenta ajena, que tiene un cometido concreto y varias personas por encima que, en caso de que algo no vaya como debe, le darán un toque y le guiarán sobre cómo hacerlo, el trabajador por cuenta propia vive en una especie de revuelto de acciones inconexas.
Es difícil, siendo «tu propio jefe», dedicarte durante más de una hora seguida a un único cometido. Te interrumpirán llamadas, correos, reuniones intempestivas, fuegos a apagar, preocupaciones, dudas que nadie puede solucionarte y la imperiosa necesidad de reconectar tu atención con lo que estabas haciendo antes de ser interrumpido… antes de ser interrumpido de nuevo.
En otro artículo hablé sobre las habilidades transversales, esas aptitudes que no se aprenden en ningún sitio, sólo en la vida. Es cierto que ser una navaja suiza te surte de este tipo de habilidades, pero con mucha insistencia y so pena de cometer errores que pueden suponer tu propia extinción como negocio. No creas que ser «tu propio jefe» es sólo un máster de habilidades útiles para el currículum (que también). Ten en cuenta que el nivel de preocupación y hastío que puede suponerte adquirirlas al ritmo que te impone tu negocio no es para todo el mundo.
Tienes más libertad (¿estás seguro?)
La libertad, ese concepto etéreo y ansiado que nos aseguran alcanzar cuando nos intentan convencer (previa venta de curso de 1.000€, claro) de que ser «tu propio jefe» es la panacea.
Es verdad que a mí nadie me dice cuántas horas tengo que trabajar y desde dónde tengo que hacerlo. Pero, ¿eso es libertad? Que nadie te lo imponga es una arma de doble filo. Primero, porque si no eres lo suficientemente responsable o si te ves sobrepasado, tu vida puede llegar a ser un caos, y segundo, porque te garantizo que trabajar desde donde quieras y no tener horario se traduce en trabajar muchísimas horas al día desde casa.
Yo tengo la suerte de tener un despacho y el hábito de trabajar desde el mismo con un horario tasado (cuando hace falta echar más horas, se echan desde el despacho o en casa, es obvio), pero quienes se dedican, por ejemplo, a la creación de contenido desde casa, o bien tienen una organización digna de mención (cosa que admiro profundamente), o su vida es una sucesión de horas delante del ordenador sin orden ni concierto. Y esto es desesperante.
Además, si tienes que lidiar con clientes, cosa bastante común entre personas que trabajan por cuenta propia, estos no suelen entender de descansos ni vacaciones. Se tiene una falsa creencia de que, si pagas por un servicio, el mismo está disponible para ti 24 horas al día. Y cuando ese servicio eres tú, tienes un problema si no sabes gestionarlo bien.
Este punto, relativo a los clientes, podría considerarse un subapartado completo más, llamado: “¿Llamadas un domingo de agosto? Por supuesto”. Lo dejaré como este único párrafo, porque creo que el concepto queda claro y no quiero alargar mucho el post.
No tienes tope de ingresos (pero tampoco límite por lo bajo)
Uno de los argumentos que más se repiten cuando una persona descontenta con su trabajo por cuenta ajena te habla de las bondades del emprendimiento y la libertad laboral es la ausencia de tope en los ingresos. “Al no tener sueldo, puedes ganar sin límites”. Aquí llevan razón, pero sólo se centran en la parte optimista del supuesto. Si ganas 1.200 euros y te imaginas a un emprendedor ganando 10.000, lógicamente te quedas prendado ante la posibilidad. Pero nadie se imagina la otra cara de la moneda: la persona que es «su propio jefe» y lleva dos meses sin cubrir gastos.
Porque claro, no tienes techo de ingresos, pero tampoco tienes suelo. Y esto es demasiado común, aunque los gurús lo escondan. Es más que probable que haya meses en los que no te salgan las cuentas y que, por mucho que te esfuerces, un puñado de malas casualidades te hagan perder el sueño más días de lo recomendable.
No estoy diciendo que ser tu propio jefe sea sinónimo de ser pobre, pero sí me opongo a quienes lo venden como sinónimo de vivir en la abundancia.
Los impuestos no entienden de malas épocas
Daré por sentado que eres una persona legal, y que si te planteas ser «tu propio jefe», lo haces con intención de cumplir las prevenciones legales para ello. Pues bien, aquí entran los impuestos.
Hace un tiempo escuché a alguien decir que la cuota de autónomos es un impuesto por levantar la persiana de tu negocio, y es así. Ojo, que no voy a hablar de legislación tributaria ni voy a opinar sobre el actual sistema. Es el que hay, y sobre esa realidad escribo estas líneas. Tan solo quiero poner de manifiesto que las espectaculares cifras que nos enseñan cuando hablan de emprendimiento suelen ser brutas, o sea, antes de impuestos. Después, hay que quitar grandes cantidades para vivir conforme a la ley. “Pero bueno”, pensarás, “si facturo treinta mil al mes, qué más me dan los impuestos”. Claro, pero ¿y si facturas mil, y al mes siguiente otros mil, y al siguiente tienes un mes malo y te quedas en quinientos? A los impuestos les dan igual tus malas rachas económicas, y son puntuales a la hora de reclamar su pago. Y pobre de ti si no cumples.
Hay que tener en cuenta que, para ser «tu propio jefe» tienes que tener muy claro que empiezas el mes en negativo incluso si no tienes gastos de vivienda, de comida o familiares. Solo por el hecho de trabajar has de pagar impuestos, de modo que si no generas, o si generas por debajo de la cifra que de entrada tienes que pagar al fisco, ese mes estarás en números rojos o tendrás que tirar de ahorros.
Sé que las personas que reciben una nómina también pagan impuestos, pero estoy hablando de forma práctica. Si ganas X dinero bruto en la nómina, y después de impuestos, lo que recibes es X-Y, tu sueldo a efectos prácticos (hablando en plata: lo que recibes en el bolsillo a fin de mes) es X-Y. Lo demás es humo.
Si eres «tu propio jefe» tendrás que saber gestionarte. Debes hacerte a la idea de que tienes que apartar impuestos para pagarlos a posteriori, y probablemente invertir en una gestoría que te haga las declaraciones y te permita vivir (un poco) más tranquilo. Y sí, eso también cuesta dinero.
Las responsabilidades y la falta de sueño
Si le preguntas a cualquier autónomo (qué poco me gusta esta palabra), te dirá que varias veces en el último mes se ha despertado angustiado a una hora intempestiva de la madrugada haciéndose preguntas sobre el trabajo. Este estado de alerta constante, que dependiendo de la profesión tiene rachas que se intensifican en determinadas épocas del año, es una de las situaciones (en mi opinión personal) más difíciles de llevar, junto a la montaña rusa que pueden ser los ingresos.
Al haber poco margen para la delegación en otros, nuestro cerebro se ve sorprendido con miedos infundados que le atacan en momentos de debilidad, como puedan ser un placentero sueño o un viaje al extranjero, y generalmente no le dejan tranquilo hasta que verificas que todo está en orden.
Creo que este fenómeno ocurre porque hay varias funciones que desarrollamos de forma automática. Al ser navajas suizas, hay mucho trabajo administrativo que hacemos pensando en otras cosas, y las ideas intrusivas que nos asaltan suelen ser del tipo “¿envié este documento?”, “¿escaneé este otro?”, “¿remití el correo electrónico que prometí?”. Ya te adelanto que en el 99% de los casos la respuesta es afirmativa, pero el mal rato que pasas desde que la duda se cuela en tu córtex hasta que verificas que todo está en orden es de lo más desagradable.
Cada cual tiene la mente organizada de una forma, pero es curioso que esta situación la he escuchado de muchos profesionales libres diferentes, independientemente de la profesión. Por lo tanto, entiendo que no es una cuestión del trabajo en sí, sino de la sobresaturación de funciones.
En conclusión, sí es cierto que si optas por ser «tu propio jefe» tendrás más libertad de organización, probablemente llegues a un punto en el que tengas más tiempo para ti y el horario flexible te gustará, pero las contrapartidas a estas nada desdeñables ventajas puede que sean difíciles de gestionar. Es cuestión de valorar qué es lo mejor para tu forma de ser y de funcionar como trabajador. Si quieres menos responsabilidad y algo más de estabilidad económica, aunque para ello tengas menos libertad y tengas que someterte a los designios de un superior, este mundo no es el tuyo. Si en cambio, como yo, eso de tener jefes que te puedan sacar los colores u horarios extremadamente rígidos te pone los vellos de punta, a lo mejor te rentan las desagradables cuestiones que (de forma realista, lo prometo) he compartido en este artículo.
Pero la alternativa tampoco es genial.