No consigo terminar de escribir mi primera novela
He llegado a la conclusión de que la causa de este reguero de esqueletos a los que no termino nunca de poner piel es la falta de previsión.
Escribo cada una de las reflexiones de esta newsletter con la intención futura de revisitarlas dentro de varios años y poder así seguir un registro de mi evolución personal. Quiero detectar patrones, observar cambios y concluir, sin la menor intención científica, sino más bien movido por la curiosidad, cómo este que firma estas líneas se convierte en distintos individuos a lo largo del tiempo.
Es por eso que uno de los temas que más me gusta tratar por aquí son esos que considero mis puntos débiles. No tienen por qué ser malos o desagradables, sino todo lo contrario, como mi acusado síndrome del coleccionista de libros, ni tan comunes, como mi problemilla con el FOMO, que en este artículo comenté cómo me libraba de él. Son mis puntos débiles, como digo. Míos, sin más. Y hoy quiero tratar uno que sí me trae de cabeza desde hace muchos años: el dejar los proyectos literarios a la mitad.
El exceso de creatividad y de proyectos
Desde mi infancia, siempre he sido una persona demasiado creativa. Esto, que podría parecer una habilidad envidiable, no creo que lo sea del todo. La palabra demasiado, de hecho, es la clave de lo que pretendo comentar, y justamente el núcleo de mi problema. Todo en esta vida es bueno en su justa medida, y cuando introducimos en la ecuación un demasiado, los andamios se empiezan a tambalear.
Este exceso creativo derivó desde pequeño en montones de ideas que brotaban de mi cabeza sin control. Al principio en forma de dibujos, que más tarde se convirtieron en cuentos y que, hoy día, toman la forma de ideas de novelas, de proyectos online o de esta misma newsletter, que podríamos tildar de proyecto de no ficción.
Hasta tuve en su día una etapa emprendedora, en la que ideaba montones de proyectos de negocio, estudiaba el mercado, marcaba las pautas para crear un producto mínimo viable y… puf. De un día para otro surgía otra idea que opacaba a la anterior, y sanseacabó.
El caso, y el problema al que trato de poner nombre hoy, como si al publicarlo por aquí lo señalara con un dedo acusador para matarlo de la vergüenza, es que dejaba casi todas esas cosas sin terminar.
Aunque esto de no terminar las cosas me ha pasado desde siempre, y con proyectos de diversa índole, he preferido centrar este post en mi problema de abandonar las novelas que empiezo a escribir, porque de todos esos abandonos, es el que más me duele.
La falta de previsión y el abandono de proyectos literarios
Pues bien, como vida tengo solo una, y ya que mi creatividad siempre fue como una presa desbocada, tengo cientos de ideas que se perdieron por el camino. Centrándome exclusivamente en lo literario, hay montones de personajes, lugares, escenas de clímax, escenas, amoríos imposibles y asesinatos sin resolver de mi autoría que quedaron en el olvido. Cojos, sin un final, como presos para siempre en unos segundos eternos de un tiempo que no me terminé de inventar para ellos.
Tras bastante reflexionar sobre ello, tanto solo como en compañía de la gente que me importa (y que también sufre mis repentinos abandonos de novelas que ayer me tenían enamorado), he llegado a la conclusión de que la causa de este reguero de esqueletos a los que no termino nunca de poner piel es la falta de previsión. Cuando se me ocurre una idea, casi nunca me paro a organizar los pasos a dar, no creo una hoja de ruta ni una escaleta, sino que me embarco directamente en su desarrollo. Y esa motivación tiene los días contados.
Cuando he leído publicaciones de reputados escritores que explican cómo llevar a término tu libro, la mayoría de ellos hablan de la organización previa a sentarte a escribir. De ese copioso trabajo que no se ve, que lo sufre uno en soledad, pero que sirve para que luego, cuando comiences a redactar las primeras líneas, todo fluya sin mayor problema. Además, al tener un final ya en mente (cosa que yo jamás tengo), sabes hacia dónde han de apuntar tus palabras, lo que tiene por consecuencia no irte por ramas innecesarias ni perder tiempo en capítulos que se convierten en callejones sin salida.
Este consejo de organización previa es, si te das cuenta, aplicable a cualquier proyecto en el que pretendas embarcarte.
No sé por qué me pasa a mi, y es algo que quiero cambiar. Al principio, me auto etiquetaba como escritor brújula (en contraposición al escritor mapa) de esos que redactan sin tener nada demasiado claro, pero que disfrutan con la creación literaria y poco a poco consiguen cerrar la historia, porque al menos saben cómo ha de acabar, pero me he dado cuenta de que yo no soy así. En mi caso, comienzo a redactar con prisa, disfrutando las primeras páginas como si no hubiera un mañana, pero el mañana siempre llega y me termino viendo perdido entre montones de capítulos, algunos inconexos, que no soy capaz de retomar para concluir una obra lógica. ¿Y cuál es la consecuencia de esto? El abandono.
La nostalgia por los personajes cuyas historias no acabo
Imagino que este post está resultando difícil de leer para aquellos que no disfruten con la escritura, pero espero que si has llegado a este apartado, empatices con lo que pretendo plasmar ahora.
La idea de este post ha surgido de forma inesperada. Por decirlo de forma poética, el motivo de este artículo reposaba dentro de una carpeta de piel negra en el tercer cajón del mueble de mi salón. El otro día, aburrido (bendito aburrimiento de verano), empecé a rebuscar algo que ni siquiera recuerdo por mi casa. Por azares del destino, terminé abriendo ese tercer cajón, y tras retirar una caja que lo ocultaba, observé una carpeta. Me inundó un sentimiento de culpa, porque sabía lo que había dentro.
Me hice un café y me senté en el sofá. Al abrirla, más de cincuenta páginas impresas, corregidas por mí con boli rojo y con acotaciones en los márgenes, me esperaban desde hacía meses, ansiosas por ser releídas. La historia de Nacho, Ana, y compañía, personajes que me acompañaron durante varios meses del año pasado, estaba ante mí. Los había olvidado. Me leí los primeros capítulos de un tirón, disfrutando ese primer borrador como un niño, porque ya no recordaba qué ocurriría en la siguiente página. Al llevar casi una hora leyendo, y tras un cliffhanger de lo más suculento, una hoja en blanco se presentó ante mi. Otro proyecto inacabado.
Mis personajes se quedaron congelados en la nada, con sus vidas interrumpidas, su trama, misteriosa e intrincada, cortada de raíz, sin un final al que apuntar. En ese folio en blanco quedaban montones de preguntas sin respuesta. Preguntas que ni yo sabía responder. Me sentó mal. Me tomé aquello como una afrenta a mí mismo, porque aquellos primeros capítulos, aunque suene mal decirlo, me parecieron atrapantes. Buen ritmo, personajes prometedores, y un misterio de lo más desconcertante. Me pareció un fantástico inicio para una novela. Pero algún día, aquel Edu escritor decidió parar abruptamente de redactar. Quizás fue otra idea que lo abrumó, la falta de ganas o el agobio por no saber hacia dónde tirar al no tener un final claro, pero lo cierto es que mis personajes, que deberían parecer humanos reales, quedaron relegados a ser maniquíes.
Esta nostalgia me ha durado varios días. No guardé la carpeta negra, que estoy viendo de reojo mientras redacto estas líneas. Paciente, me observa desde la mesa, deseosa por que me decida por continuar esas vidas interrumpidas, por que les regale un final. Y creo que voy a intentarlo. Pero, ¿cómo conseguir retomar una historia inacabada?
Lo cierto es que no lo sé, pero me dispondré a descubrirlo los próximos días.
Cómo entrenar el músculo de la constancia literaria
Ya hablé en otra ocasión de cómo esta newsletter me está ayundando a acabar con la procrastinación, y también quiero usarla como herramienta para fortalecer mi constancia. De hecho, el primer ejercicio para ello ha sido la redacción de este post. En primer lugar, porque de algún modo, al publicar este problema literario y dejar por escrito que pretendo atajarlo, contraigo una suerte de contrato que he de cumplir. Por otro lado, porque hoy no tenía ganas de escribir. Desde que empecé con Sapientia, mi carpeta de artículos programados ha tenido hasta cuatro posts pendientes de publicación, con su maquetación terminada y una fecha para ser compartidos preparada. Imagínate tener los post de un mes vista preparados.
Pero desde que ha empezado el verano, esos posts de la recámara se han ido publicando, hasta el punto de que estoy escribiendo este el día antes de que lo estés leyendo. Se me han esfumado las ganas de escribir cada semana (algo que sé que es temporal, no tengo duda de ello), pero sirva este post para demostrar mi determinación de que Sapientia se publique semanalmente. Este ejercicio de levantarme en verano, hacerme un café y sacar un post limpio, que trata además un tema que me abruma, es para mí digno de orgullo, y creo que apunta hacia el objetivo que me planteo con mi novela inacabada: entrenar el músculo de la constancia literaria.
Con respecto a mi novela sin terminar, no tengo ganas de ponerme a organizar una escaleta, no quiero devanarme los sesos redactando pasados de personajes, organizar detalles que parecen nimios ni estudiar los mejores giros de trama, yo solo tengo ganas de terminarla, de disfrutar de la escritura per se. Me divierte sobremanera escribir, y tras leerla el otro día, esas ganas de escribir novela se me renovaron, hasta el punto que estoy dispuesto a pasar por ese arduo trabajo previo, aburrido en ocasiones, con el firme convencimiento de que, si consigo convertirme en un escritor mapa, el disfrute del proceso de escritura se multiplicará por mil, y dentro de unos meses volveré por aquí y publicaré un artículo llamado: cómo terminé mi primera novela.
Edu, me has hecho reír con esta parte: "... el problema al que trato de poner nombre hoy, como si al publicarlo por aquí lo señalara con un dedo acusador para matarlo de la vergüenza..." 😂
Pues yo me veo muy reflejada en tus dificultades, ¿sabes? Los arrebatos iniciales de motivación, que se acaba (irremediablemente) desinflando, la falta de planificación y sus repercusiones, el tener X proyectos comenzados por casa, exigiéndote explicaciones con los brazos en jarras...
Aunque últimamente (en los últimos 3-4 años, no más) ya no lo llevo tan mal, porque creo que me estoy "pillando el truco" a mí misma, por fin.
Y he pensado contarte mis "trucos", por si a ti te sirvieran. Ojalá que sí...
Lo primero, que no es un truco, es que tengas muy claro *qué quieres conseguir* con cada proyecto. Creo que tiene que ser una meta que te motive lo suficiente, que para ti sea lo suficientemente importante, como para aguantar todo el proceso de materialización de la idea, que va a ser largo de c*jones. Si el resultado final no te importa mucho, es más probable es que lo acabes dejando.
Por ejemplo, en mi primer emprendimiento, la motivación final era poder comer. Supervivencia pura y cruda, la mayor y mejor de las motivaciones: ¡nunca decae! 😅😅
Una vez aclarado el primer punto, que sería el "para qué" de fondo, mi primer truco es lo que tú decías: la estructura general, la planificación de la construcción: la ubicación de las columnas maestras y los cimientos del edificio, número total de plantas, metros cuadrados de cada planta, y distribución general de las estancias.
Sin entrar en detalles, como el tipo de ladrillo, o el tamaño de las ventanas.
Yo suelo trazar la estructura general aprovechando el impulso inicial de motivación y creatividad, en lugar de "gastarlo" todo en empezar con los detalles finos, que son lo que más me gusta y me apetece hacer. A lo mejor sí que anoto unos cuantos detalles, pero sin desarrollarlos. Utilizo el impulso inicial para delinear el mapa general a grandes rasgos, que será lo que me permitirá continuar avanzando en los días en los que no me apetezca seguir, o no sepa por dónde hacerlo.
Y lo segundo es el sistema de trabajo diario, gestionar el tiempo y la energía en el día a día, para que, efectivamente, el proyecto avance. Cuántos días a la semana vas a invertir, cuántas horas al día (o a la semana), dónde y cómo vas a trabajar, etc. La estructura/planificación general es el "hacia dónde y por dónde", y la sistematología diaria es el "cómo".
Yo he encontrado un sistema que a mí me funciona, porque permite la constancia necesaria para avanzar, pero incluye el nivel de libertad que yo necesito en cualquier sistema para que éste me sea sostenible a medio y largo plazo.
Lo que hago es *COM-PRO-ME-TER-ME* en mayúsculas y en negrita a sentarme a trabajar X número de horas y X número de días a la semana, caiga quien caiga, llueva, diluvie, caiga granizo o lluevan meteoritos del cielo. 😄
Como si me fuera la vida en ello, porque sé que si no lo hago con ese nivel de compromiso, me acabo haciendo la tres-quince a mí misma, por mi nivel de creatividad y mi alergia a la falta de libertad.
Así que, últimamente, lo que estoy haciendo es escribir un MÍNIMO de 2 horas cada día, MÍNIMO 5 días a la semana. A veces es de lunes a viernes, a veces me salto un día entre semana pero lo recupero en el fin de semana. Y a veces llego a trabajar 6 días a la semana, si me apetece. Pero mínimo son 5.
Y, respecto al nº de horas de trabajo en cada "sentada", lo cierto es que, como lo que más me cuesta es siempre empezar, acabo metiendo casi siempre más de 2 horas: 3, 4, 5, incluso 6 algunos días.
Pero el mínimo no negociable es 2, me apetezca o no. En la primera media hora ya venzo la procrastinación, y ya empiezo a fluir. Una vez atravesado el umbral inicial, luego ya no quiero parar.
Respecto a la variedad de proyectos empezados, lo que hago es sentarme en mis 2 horas innegociables, y mirar cuál de los proyectos me apetece más retomar en ese momento, o cuál tiene más prioridad por lo que sea. Tomo el proyecto de mi "buffet" libre de proyectos que más me apetece o me conviene, y sigo avanzando 2, 3, 4 horas en él. En parte fluyendo, y en parte siguiendo la estructura general que ya me encargué de prefijar al inicio.
Y así voy haciendo.
Es un sistema que tiene una mezcla entre estructura y libertad, que a mí me está funcionando genial en estos años. Tanto para emprendimientos, como para proyectos creativos. En estos últimos años estoy avanzando más que en toda mi vida. No es un avance lineal, porque siempre tengo varios frentes avanzando a la vez, pero lo que importa es que avanzo, que cubro territorio, y de hecho, completo proyectos. 😊
No sé si mi sistema te serviría a ti, pero espero que, al menos, en algo te ayude. Y si no... pues gracias por leerme este tocho... 😅
Te mando un abrazo Edu, y gracias por compartir tus "vergüenzas" (que no lo son, a mi parecer).
Nunca he querido escribir una novela, pero sí que escribí un ensayo que me llevó casi dos años. Te leo, y veo bastantes de los problemas a los que me enfrenté durante aquel proceso. Creo que has dado en la clave: todo libro necesita una estructura de partida. Esa estructura marca un principio y un fin que, por supuesto, puede ser modificada por el camino, pero siempre con un final establecido. El segundo problema al que posiblemente te termines enfrentando será decidir cuando la obra está acabada. En esto citaré a un buen amigo, con varios libros a sus espaldas, que me confesó: "Un libro no se termina, se manda a tomar por c***". Suena un poco extremista, pero si no te marcas un fin, puedes tener para siempre esa sensación de que la obra se puede mejorar.
Yo tengo una publicación pendiente sobre mi experiencia de escribir un libro, pero decidí que es necesario darle tiempo para que madure y coja perspectiva. Seguramente lo haga cuando el libro cumpla un año :).
Sobre lo último que comentas, creo que es normal. El verano tiene una naturaleza más social, lo que anima a realizar otras actividades que contraprograman la escritura. Yo también me tengo que forzar sobremanera para mantener la rutina en esta época del año... pero sé que en cosa de mes y medio todo volverá a la "normalidad".
Un saludo y ánimo con esa(s) novela(s)!