Los packs ideológicos y la cultura de la cancelación
Si abrazas un pack ideológico, compras las ideas de otros prometiéndoles no cuestionarlas, y ello te otorga la protección de la tribu.
Estoy leyendo el libro El arte de pensar, de José Carlos Ruiz, y en sus primeras páginas habla sobre la importancia del pensamiento crítico. Si bien no me lo he terminado aún, las disquisiciones que hace sobre pensar por uno mismo me han hecho reflexionar de nuevo sobre algo que, sobre todo hace unos meses, me traía de cabeza: el fenómeno de los packs ideológicos.
Hoy hablaré sobre lo que entiendo que es una peligrosa característica de la sociedad actual, que cristaliza la polarización en que vivimos y que es otra de las ramas de la cultura de la cancelación, tan generalizada de nuestros días.
¿Quién nos ha polarizado tanto?
Dicen que no se debe hablar de política porque hay relaciones personales que pueden verse afectadas por el disenso en temas ideológicos y esta pregunta, por tanto, es un peligro. Es una pena - síntoma de gente sin capacidad de pensar - que la respuesta que se reciba a esta aparentemente inocua cuestión pueda determinar que un debate se vuelva agresivo o que ni siquiera llegue a empezar, porque consideren los contendientes que el contrario ni siquiera merece ser escuchado.
No sé quién tiene la culpa de la polarización de la sociedad. Entiendo que los políticos tengan que vendernos la moto y traten de convencernos con aspavientos circenses de que los que tienen enfrente son poco menos que el diablo, pero me niego a echarles a ellos toda la culpa de la cuestión. No podemos caer en la estrategia fácil de trasladar toda la responsabilidad a los demás, máxime si somos personas adultas. Es cierto que la clase política vive de polarizar a quienes les votan, porque consiguiendo la fe ciega de sus seguidores - y no solo la simpatización ideológica - la masa que antes era de posibles votantes, ahora lo es de acérrimos acólitos que prefieren la muerte a que gobierne el otro.
Ya comenté en otro post que la política, entre otros fenómenos, se está convirtiendo en la nueva religión. Puedes leer en este enlace el post El ocaso de los ídolos y las sectas digitales.
Ahora bien, si partimos de la base de que los ciudadanos somos personas adultas, con pensamiento, ideales, ideología y criterio propios, los políticos no deberían tener la capacidad de malear nuestro pensamiento hasta el punto de conseguir que existan tabúes hasta en una cena familiar. Pero el error está precisamente - y de aquí que la semilla de esta reflexión haya sido el libro El arte de pensar - en creer que tenemos criterio propio, porque eso que damos por sentado no es cierto.
Polarización por hastío
No sé desde qué país estás leyendo estas líneas, pero teniendo en cuenta que han sido escritas en dos mil veinticuatro, eso importa poco porque lo que voy a comentar ahora aplica a la mayoría de estados contemporáneos: la política ha llegado a un punto de insistencia y de presencia en nuestras vidas de forma intrusiva que estamos confundidos y dejamos que piensen por nosotros.
En España, que es lo que conozco de primera mano, podemos hablar de la disyuntiva izquierda-derecha, entendiéndose la primera como el sector progresista y la segunda como el sector conservador. Prácticamente, estos dos equipos se reparten la ideología de la ciudadanía española por mitad, gobernando unas veces unos y otras veces otros. Esto parece, en lo teórico, saludable para un país. Así - podríamos teorizar, insisto - la democracia se sanea, los sectores de la ciudadanía se turnan en el poder y evitamos el anquilosamiento de los poderosos en el gobierno, consiguiendo alejar los antiguos fantasmas de un país que vivió décadas de dictadura.
Reitero por tercera vez: esto es la teoría. En la práctica, tenemos un desorden institucional y político imposible de explicar. Izquierda pactando con derecha, ambos sectores criticándose hoy y abrazándose mañana, insultos diarios en la sede parlamentaria, gritos, violencia en redes sociales por parte de los propios políticos, integrantes de todo signo perdiendo la educación - si es que alguna vez la tuvieron -, una falta de templanza y de sentido de país digno de repúblicas tercermundistas y, en consecuencia, un puñado de enchaquetados tratando de trepar hasta un trono que les otorga poder cuasi ilimitado - porque quien controla la ley, lo controla todo -.
Y con este pastel, ¿Dónde queda el ciudadano? ¿Con quién tenemos que estar de acuerdo cuando la ideología y las soluciones han quedado en un segundo plano?
La falacia de los packs ideológicos
En un país donde la situación política, que debería trabajar por solucionar problemas, es un caldo de cultivo de violencia, ya sea verbal, física o de cualquier tipo, estamos confusos. Y la clase política, con sus activistas de turno - de todo signo, este post no va contra ideología concreta alguna -, se ha dado cuenta. Así, ante el miedo de perder el poder y las prerrogativas que este conlleva, han tirado de maniqueísmo para hacernos tomar partido.
¿Qué eres, de izquierdas o de derechas?
Esta pregunta, falaz a todas luces, trata de simplificar de forma grosera todas las corrientes de pensamiento que pueblan un país, obligando a que quienes han de planteársela - que al fin y al cabo son quienes cada cuatro años meten la papeleta en la urna - se decidan por uno de los dos equipos. Así, el sector de izquierdas en cualquiera de los partidos que lo conforman te vende que los de la derecha quieren destruir el país, tus derechos y cientos de cosas que gracias a ellos tenemos, mientras que el sector de derechas les acusa a ellos de tratar de dinamitar el estado, olvidando la tradición, los valores y la historia. Todo muy sano, por supuesto.
¿Y ante esta disyuntiva, qué elegir? Pues si sigues teniendo dudas, no te preocupes, porque toda esta maquinaria política te lo pone más fácil aún. De forma paulatina y casi imperceptible, cada sector se ha apoderado de ciertas narrativas, y a fuerza de repetir, han acabado por etiquetar prácticamente todos los aspectos de la vida sobre los que podríamos tener opinión. Y tú has de elegir el compendio de cosas con el que te sientas más identificado.
Entonces, hay cosas de izquierdas y cosas de derechas. Aprovechando aspectos que históricamente se han relacionado con una u otra ideología, las han hecho suyas para siempre, prohibiendo moralmente (o eso pretenden) que los contrarios puedan estar de acuerdo. Un conmigo o contra mí de libro. Pero esto no se corresponde con la realidad, no al menos si tienes cierto atisbo de pensamiento crítico.
Si te sales del redil serás cancelado
Si te mantienes dentro de los packs ideológicos, es fácil lidiar con la política actual. No es agradable, pero al menos tienes un enemigo claro. Un algo contra lo que luchar, una serie de ideas que ya te han entregado y que, si te mantienes dentro de ellas, hay un ejército de pensadores - o seguidores, mejor dicho - a tu lado. Tienes sentimiento de pertenencia, no necesitas pensar y si ganan los tuyos eres feliz.
Si te mantienes en el pack ideológico de derechas, por poner un ejemplo, sabes que el sector contrario criticará con insistencia tu pensamiento, pero a la vez sabes que tienes a tu lado a quienes te apoyarán porque compartís ideología. Lo mismo al contrario. Si abrazas un pack ideológico, compras las ideas de otros prometiéndoles no cuestionarlas, y ello te otorga la protección de la tribu. Una suerte de feudalismo dos punto cero.
¿Qué pasa entonces si te gustaría que bajasen los impuestos porque estás ahogado (pensamiento de derechas), pero a la vez estás a favor de la eutanasia (pensamiento de izquierdas), piensas que habría que revisar eso de que la Iglesia no pague el IBI de los edificios dedicados al culto (pensamiento de izquierdas) pero que también urge que se regule la inmigración ilegal masiva (pensamiento de derechas)?
Pero, ¿y si discrepas, como en el ejemplo de arriba? ¿Y si no estás de acuerdo al cien por cien con el pack ideológico que prometiste defender? O peor aún, ¿y si estás de acuerdo con ciertos aspectos de cada sector? Tenemos un problema, entonces. O mejor dicho, lo tienes tú. La política de nuestros días, la cosa ideológica, se rige por ejércitos - permítaseme a mí también la hipérbole - y, por ende, ha surgido la nueva Inquisición; la cultura de la cancelación.
Recibirás por todos lados, dicho mal y rápido. Serás tomado por un desertor, aunque estés de acuerdo con muchas cosas con la persona que te trate de cancelar. Porque eso es lo malo de la cancelación; que es más dura y sangrienta - discúlpenme de nuevo, estoy literario - cuando proviene de los que se creían en tu equipo. Esos, cuando detectan que no eres un robot y que osas arrimarte al contrario, atacan con fuerza y tratan de eliminarte. Políticos echando a políticos de su cuerda de sus partidos, compañeros de cualquier índole que hoy te condenan al ostracismo, amigos que dejan de hablarte porque votaste a quien no debías e incluso parejas que se rompen porque discrepan en aspectos ideológicos.
Esos son los estragos de la polarización cristalizada en packs ideológicos y condenada con cancelación si te atreves a cuestionarlos.
El pensamiento crítico como última resistencia
Y te preguntarás, ¿merece la pena perder amistades, parejas o compañeros por pensar diferente? ¿Acaso no es más sano entrar por el aro, sea el que sea, y delegar el pensamiento en otros para vivir más tranquilo? Puede que lleves razón. Más cómodo es, desde luego. Saberse rodeado de gente que piensa como tú, ser consciente de que siguiendo ciertos patrones sin tener que reflexionarlos te aseguras la supervivencia más apacible y fácil posible, al menos en lo mental, es reconfortante.
No lo es tanto ejercer el pensamiento crítico, pero yo prefiero hacerlo. Leer, desarrollarme, opinar, debatir, criticar a todo y a todos, discrepar, aceptar y cambiar de postura; pensar por mí mismo, sin que me impongan qué debo pensar. Esa forma de ejercer la libertad es mi modus vivendi.
Por supuesto que tengo ideología - más faltaría -. De hecho, el ejemplo que puse arriba es un reflejo de mí mismo, y como verás, no me aferro a pack ideológico ninguno. Prefiero poseer mis propios porqués y defenderlos, so pena de tener tantos frentes abiertos como personas me rodeen. Así me siento mejor, aunque suene difícil de creer.
Quizás por eso mi concepto de patria es tan extraño, quizás por eso me aferro a mi equipo de verdad, al de gente mía (sin que me importe la ideología), y no al de desconocidos que dicen pensar como yo.
Porque yo prefiero a alguien cercano con el que discrepar, que a alguien desconocido con el que estar de acuerdo.
Interesante tema, desde México te comento que se encuentra el gobierno igual que como lo describes, son maniqueístas, estas conmigo o estás contra mi. No hay matices, te encasillan en sus packs ideológicos y esta polarización nos hace limitar nuestro actuar, pensar y decidir. Al día de hoy ha afectado incluso en la salud mental, donde las familias se ofenden y separan, no por pensar diferente, sino por defender a un político. Hoy hay tanta neblina ideológica que difícilmente sabemos qué es lo que le conviene al país, optamos por el individualismo y que cada quien se rasque como pueda. Felicidades por tocar estos temas que estamos a nada de que se vuelvan tabú. Te mando un abrazo.
Claro que da gusto encontrarse gente que comparta tus ideales, pensamientos y creencias. Eso he sentido yo leyendo esto. Pero claro que yo puedo, a lo mejor no ser amiga, porque eso pende de muchísimas cosas más, no sólo la ideología, pero hablar y debatir y conversar con personas de cualquier ideología. Quien esté fuera de eso creo que no está sano de la azotea, sinceramente.
Con lo bonito que es, además, conocer los puntos de vista ajenos, para ver si encuentras nuevas pistas en ellos sobre la persona que tú eres.