El ocaso de los ídolos y las sectas digitales
Estas neosectas digitales se están cebando con adultos que una vez fueron niños analógicos y eso me preocupa, pero más que por ellos, insisto, lo estoy más por la nueva generación.
Con esto de que todo el mundo puede ganar dinero con internet, como consumidores de la red estamos sometidos a una salvajada de propuestas – que siempre esconden detrás un maravilloso curso o mentoría – que nos prometen hacer nuestra vida más fácil, más disfrutable o más exitosa, dependiendo de lo que necesite el incauto cliente que caiga en las redes del gurú de turno.
Veo montones de jóvenes enamorados de un musculoso multi tatuado que les promete desde su lambo que si se deshacen de su panza pasarán mágicamente a ser ricos – previo pago de un curso en el que les insulta por videollamadas -, a montones de niñas que observan desde la pantalla de su móvil los lujos de los que su influencer de turno goza a diario, mientras aplican la Ley de la Atracción sin moverse del sofá para conseguir una vida similar, así como a decenas de pequeños que han cambiado el añejo sueño de ser astronauta por el de ser streamer. O sea, que hemos pasado de querer conquistar el espacio a aspirar a tener tres mil espectadores viéndonos jugar a videojuegos.
Yo no soy demasiado mayor, o al menos como buen millenial no me percibo como tal, pero bien es cierto que todo este torbellino incontrolable de gente sin oficio ni beneficio prometiendo el oro y el moro a gente que está peor que ellos para, en caso de conseguir un grupo suficiente, vivir de venderles tonterías y objetivos inalcanzables, me ha adelantado por la derecha. Y todavía estoy en el arcén recuperándome del susto. Admito, por supuesto, que hay veces que disfruto viendo a streamers, que suelo ver más Youtube que la televisión y que el cambio de los tiempos parece conllevar la aparición de profesiones y personajes nuevos, que con su exposición mediática hacen cambiar las tendencias y las idolatrías, pero el punto actual me parece que ha superado el más distópico de los futuros que podríamos imaginar en los noventa. Esta sociedad sobrepasada de actualidad, de detalles escabrosos y de infoxicación, solo busca el entretenimiento, habiendo llegado a un punto en el que ya no es siquiera exigente en con qué - y con quién - se distrae.
La nueva generación y sus formas de entretenimiento
Entre adultos esto no es tan problemático - aunque hay excepciones, que veremos luego -. Que tú, que llegas cansado a casa después de echar tus horas de trabajo, prefieras ponerte el directo de un youtuber que te gusta en lugar de un programa de televisión, o que te llame más la atención una serie mala para desconectar que ver las noticias, no importa. Entiendo que no tiene mayor trascendencia, porque ni una ni otra cosa te va a afectar al nivel de desarrollar tu personalidad o tus metas.
Caso contrario ocurre con la generación más nueva. A riesgo de parecer un abuelo, me he sorprendido preocupándome por el futuro de esa generación Z, que llaman ahora, pero más que por esa, por la siguiente, que creo que aún no tiene nombre. Generación no solo plenamente digital – es buen momento para recordar aquí que los millenial fuimos los últimos que nacimos analógicos y que crecimos digitales -, sino inmersa en una digitalidad tan necesitada de regulación y control, que corre el riesgo de perderse entre inteligencias artificiales, velocidades de descarga e imágenes a resoluciones con más píxeles que años tiene el Universo.
Esos niños nuevos, algunos que ni han nacido todavía, leerán en digital – si leen – tendrán smartphones desde muy pequeños, accederán a redes sociales con una premura inusitada y se relacionarán entre ellos más por chat de voz que quedadas de pandilla mediante. Y esto último siendo optimistas, porque con la velocidad de desarrollo que están demostrando las IA, me imagino a los niños diseñando a sus mejores amigos a golpe de clic.
Con un vistazo rápido al chat de cualquier streamer grande, de esos típicos treintañeros borrachos de seguidores que viven delante de cuatro cámaras en casa ingresando miles de euros y jugando a videojuegos o comentando cosillas, se observa que la media de edad no es especialmente elevada. Hay de todo, pero salta a la vista que niños de seis o siete años idolatran a un joven cuya única aspiración es suplicarte que te suscribas con el dinero de tus padres para que él pueda añadir un cero más a su cuenta.
¿Qué serán todos esos jovencitos en diez años? Con la matraca del “persigue tus sueños” a la que son sometidos día sí y día también se están viendo abocados a perder años importantes intentando dedicarse a un trabajo que – desde mi humilde punto de vista – responde a los parámetros de una burbuja a punto de explotar. Y cuando eso pase, ¿podremos soportar como sociedad a una generación coja, sin expectativas y que prefirió no formarse para ser el nuevo Ibai?
Los adultos perdidos y los mentores vacíos
Pero esta cuestión de los nuevos ídolos que sin un ordenador delante no podrían hacer nada en la vida – habiendo por supuesto honrosas excepciones, gente muy capaz que se digna a compartir contenido de calidad en redes, la esperanza de toda este desaguisado -, no se circunscribe a los niños. Ellos merecen una preocupación mayor, porque son niños, pero hay adultos que viven también en las redes de otro tipo de ídolos, siendo estos más peligrosos.
El tema de los adultos no es tanto que valoren a un streamer, sino que buscan mentores que les guíen en una vida vacía, tomando como referencia para decidir a quién dar su dinero no la formación psicológica de los mismos - muchas de estas personas lo que necesitan es un psicólogo que los guíe -, sino los millones de impresiones que tienen sus tiktoks; su presencia digital.
Hace poco, a raíz de unos vídeos en los que se analizaban los cursos de uno de los grandes gurús que mencioné al principio de este artículo, estuve indagando un poco en la multitud de información que salió a la luz, y es algo absurdo.
Como si fueran los miembros cegados de una secta, hombres hechos y derechos sucumben con una sonrisa en la boca a las bondades de cursos carísimos, de suscripciones a videollamadas con un líder que los atiende sin aportarles ninguna enseñanza interesante – cosa obvia, porque dicho líder no sabe ni escribir sin faltas de ortografía – y se alegran por formar parte de esa revolución que va a cambiar el mundo. Muchos de ellos de países pobres, otros, que usan el dinero de sus padres y hasta algunos que lo dejan todo para dedicarse – literalmente – a vivir en el coche.
Y hablo de este ejemplo porque es el que me ha hecho clic para hablar del ocaso de los ídolos que nos asola, pero no es el único caso. Proliferan en redes sociales, se hacen fuertes en Telegram, captan a otros usando a estos pobres adictos y son defendidos por ellos a ultranza. El resto del mundo somos ignorantes, y te lo dicen con dos euros en la cuenta.
Este mes toca comer arroz, porque el líder tiene que cobrar su mensualidad
Estas neosectas digitales se están cebando con adultos que una vez fueron niños analógicos y eso me preocupa, pero más que por ellos, insisto, lo estoy más por la nueva generación. Si consiguen guiar con humo a personas que han conocido más allá de las redes sociales, ¿Qué pasará si esto no se ataja? ¿Cómo no van a controlar a quienes viven en las redes desde que nacen? ¿Cómo podrá defenderse de estas ideas un niño que hoy aún no ha nacido, pero que vivirá en un mundo donde la valía de los ídolos se mide por los numeritos que aparecen en la pantalla?