Hoy publico un escrito redactado sin ganas de escribir
Nunca había hablado sobre mi monstruo. Sobre mi mascota interna que se empodera cuando no escribo.
Hace años, tantos que no recuerdo ni dónde lo leí, recalé en una web perdida en las viejas orillas de internet en la que le hacían una pregunta aparentemente sencilla a un cantautor español. ¿Por qué escribes?, le dispararon. Porque es mi forma de respirar, contestó él. Esa bella forma de responder me caló dentro. Reitero que hablo de hace al menos doce años, y esa respuesta me sigue asaltando muchas veces hoy día. Porque yo también escribo porque es mi forma de respirar. Pero hay días en que no es fácil.
Mi relación con la escritura es inexplicable. No sé por qué amo escribir, por qué lo necesito. Por qué ahora mismo no me apetece redactar estas líneas pero al mismo tiempo mi cabeza me pide hacerlo, como en una plegaria silenciosa, para que la libere de las ideas que rebosan de ella. Voy a intentar escribir sobre eso, aunque lo hago sin ideas, sin ganas y sin energía. Veamos qué sale.
De alguna forma, mi necesidad por escribir es física. Como digo, mi cabeza me lo pide hasta un punto en el que, si no le hago caso, estoy incómodo, como si tuviera un músculo pinzado o agujetas mentales. Además, la cosa empeora cuando necesito escribir pero no encuentro sobre qué.
Por lo general, me resulta muy simple redactar una idea o un argumento. Quizás sea por mi trabajo, porque me gusta mucho leer o por la simple reiteración, pero escribir, al menos en lo técnico, se me hace muy fácil y disfrutable. Pero esa facilidad, que espero que no se confunda con arrogancia, se torna un laberinto inextricable si mi cuerpo me solicita una sesión de escritura sin un tema específico. Por eso disfruto tanto escribiendo esta newsletter. Ya he explicado muchas veces que apunto los temas a desarrollar, los guardo como borradores y, cuando me apetece, los redacto sin más. Un workflow divertido para mí. Pero hoy, por ejemplo, escribo sin tema y sin ganas, como digo, y lo hago porque necesito hacerlo. Como si fuera una aspirina que mi cabeza solicit a fuerza de pinchazos eléctricos e incesantes.
Es por eso que he pensado. ¿Por qué escribes, si no tienes ganas? Y aquella lúcida respuesta del cantautor desconocido, que no sé a cuántos metros de profundidad del océano digital se encontrará ya, ha salido a defenderme: Porque es mi forma de respirar. Y es cierto, sin más. Estoy escribiendo estas palabras consciente de que su calidad técnica será deplorable, a sabiendas de que no serán unas líneas interesantes de leer y de que carecerán de ese toque que hace que, dentro de unos meses, me guste releerlas y sonreír ante tal o cual detalle que solo yo disfruto. Qué va. Esto de hoy es una suerte de vuelapluma, pero esconde un significado que lo dignifica para ser publicado: es una respiración profunda, honda como ella sola, que me hace resollar de nuevo.
Este texto es una oda a los días en que, como hoy, no tengo ganas de escribir. Días que son desastrosos en mi vida, porque siguiendo con la analogía podrían traducirse como días en los que no tengo ganas de respirar.
Creo sano y necesario hablar sobre estos días grises en que el teclado y el bolígrafo rehúyen de ser usados, porque el oficio de escribir, si bien no es el mío, aunque me encantaría que lo fuera, está sobrevalorado. El acto de la escritura goza de los vítores de quienes no escriben, pero es tachado de complejo por quienes intentamos llevarlo a cabo. Y su complejidad, al menos en mi opinión, no radica en la técnica, pues como digo no me parece complicado parir unas líneas decentes, sino que sale a relucir en días como estos. Días en que las musas, la predisposición o la creatividad están fuera de combate. Eso es lo duro de escribir para quien suscribe.
Es de cierta forma gracioso que me queje de las pocas ganas que tengo de escribir escribiendo. Es como disparar a los enemigos en nombre de la paz o como esas huelgas japonesas, que dicen que son opuestas a las nuestras: trabajar hasta la muerte para quejarse por las malas condiciones de trabajo. Pues algo así hago hoy. Escribo sin querer escribir, redacto desganado y argumento un día en que los argumentos me han dejado solo.
Lo cierto, todo hay que decirlo, es que esta aventura de escribir es apasionante, por inestable. También hay días, y me pongo de ejemplo a mí mismo, que no soy quién para hacer mías afirmaciones ajenas (si bien el precitado cantautor no aprobaría esto último), en que escribo hasta dos artículos completos. Lo prometo. Con sus ideas desarrolladas, sus argumentos, sus contraargumentos y sus conclusiones. Días en que la inspiración me toma la mano de inicio a fin, y pongo el punto y final casi sin haberme dado cuenta de lo que escribía durante el proceso. Esa escritura es catártica, terapéutica. Un bello disfrute que además tiene como resultado un texto del que, como autor, me enorgullezco.
Pero en contraposición están esos días grises que comenté antes, como para dejar claro que todo en la vida tiene una cara siniestra. Jornadas completas en que la lejana idea de escribir se torna abstrusa, pierde su luz cotidiana y se agazapa en la cabeza como un monstruo que quieres quitarte de dentro pero que se niega a salir a través de la redacción. Y lo odio.
Esos días suelo vivirlos con ese bestiajo pequeño, al que imagino escamoso, negro y frío, controlando mi cabeza todo el rato. Trato de ignorarlo, sabiendo que le quedan pocas horas, porque su destrucción depende de que mi voluntad, mis piernas y mis dedos se conjuguen en presente y den a luz un texto sobre lo que sea. Esos días, la maraña de ideas informes rueda por mi pensamiento hasta la noche. Y si no he conseguido vencerme a mí mismo hasta diluirla en la pantalla, a la mañana siguiente el bicho pasa de lagarto a dragón. Esta semana en concreto, le he dado tanta cancha al no haber podido escribir, que he conocido una nueva mutación: el dragón se ha convertido en hidra y me ha acosado todo el fin de semana.
Sonriente con sus múltiples cabezas, a sabiendas de que no había idea que estos días me hubiera seducido para escribirla. Me incomoda siempre su contoneo, su falso escondrijo, que no es más que un cruel respiro que me da para asaltarme a cualquier otra hora, recordándome que la escritura me demanda.
Pobre de ella, porque al final la idea que hoy escribo me la ha dado su mera existencia.
Hay quienes llaman a la bestia remordimiento, responsabilidad o angustia. Yo no sé ni cómo llamarla, pero lo cierto es que me atosiga y me reconcome si no le doy su dosis, al menos semanal, de escritura. Solo alguna vez contada he hablado sobre mi monstruo. Sobre mi mascota interna que se empodera cuando no escribo. Y pocas veces había hablado de mi forma de aplacarla, que no es otra que escribir.
Pero lo que nunca había hecho es escribirla. Nunca la había dejado patente en la pantalla, tatuada para siempre entre estas líneas que hoy le hacen de barrotes. Nunca me había planteado levantarme con violencia y confrontarla cara a cara, aunque no tuviera nada que escribir. Espero que hoy, al publicarla, mi bestia se quede aquí, mansa por muchos años, con todas sus testas cabizbajas porque hoy pude darles el estoque final escribiendo un texto sin ganas sobre ella. Prometo que, en un futuro, volveré aquí para revisitarla. Quién sabe, quizás la eche de menos porque gracias a ella siempre termino escribiendo.
Porque escribir es mi forma de respirar, y sin respirar no puedo vivir.
Un texto interesantísimo! No subestimes los días grises ni al monstruo…en todas nosotras está sea más grande o pequeño o más o menos ruidoso. Gracias por la vulnerabilidad del escrito 💜
Si no aceptamos a esa bestia nos termina destruyendo, así que reconocerla y dejarla pasear creo que es el mejor acto que se puede llevar a cabo en estos casos.
Yo justamente llevo meses regulinchi, pero esta semana estoy especialmente con cero ganas de escribir y tu publicación me representa al máximo. Pero al final nos conocemos: escribiremos algo, ya sea un texto breve, sin mucho sentido para los demás o yoquéséloquesea.
Te felicito por esta publicación. ¡A mí me ha encantado! 👏🏼