Todo esto te roba la inteligencia artificial
Estamos renunciando a uno de los dones que tenemos como humanos: el poder de inventar. Y, Dios mío, eso es terrorífico.
Hay algo que ha pasado desapercibido con todo esto del cónclave y la elección del nuevo Papa y que hoy me gustaría traer a colación. No es nada relacionado con la religión, ni siquiera con la fe. Tampoco tiene que ver con política ni con nada que, a priori, pudiera estar relacionado con la elección de un Pontífice.
Quiero hablar de la inteligencia artificial. Qué raro, ¿verdad? ¿Qué tiene que ver el nuevo representante de Dios en la tierra con la IA? Pues curiosamente, mucho. De hecho, al parecer León XIV ha elegido este (épico) nombre precisamente por temas relacionados con la IA. Permítanme, como cada semana, desarrollar lo que estos días me ha traído de cabeza. Espero poder explicarme.
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La IA y el exceso de velocidad tecnológica
La inteligencia artificial llegó a nuestras vidas de forma explosiva. Desde mi punto de vista, no hemos tenido tiempo para adecuarnos al nuevo paradigma que esta tecnología futurista presenta. No fue progresivo, sino que se sintió como un tobogán de posibilidades y ocurrencias tan enormes que prácticamente cada nuevo avance nacía obsoleto, al ser superado en poco tiempo por nuevas ideas que hacían cosas interesantísimas. Como los niños pequeños que quedan abrumados el día de Reyes ante diez regalos con su nombre en la alfombra del salón, nos vimos descubriendo diariamente herramientas gratuitas para ayudarnos a trabajar, a componer canciones hilarantes, a redactar textos en cualquier idioma o para cualquier contexto, a diseñar las fotografías más impresionantes que un cerebro pudiera inventar… El etcétera es tan largo, que podría limitar este post a enumerar los cientos de aplicaciones que la IA hoy alcanza.
Sirva este break como disclaimer para apuntar que estoy muy a favor de usar la inteligencia artificial para automatizar cosas, para crear cosas puntuales o como “muleta” a la hora de ahorrarnos tal o cual proceso repetitivo del trabajo. Lo digo ahora porque dentro de un rato estaré escribiendo párrafos que no dejan en buen lugar a la IA. Me conozco, y por eso aviso.
Sin ir más lejos, hoy mismo he entrado en ChatGPT (que ya es percibido como un nuevo amigo de toda la vida) para revisar las últimas cosas que le he pedido, y cuál ha sido mi sorpresa al descubrir que ahora hay una nueva herramienta llamada proyectos. Lejos de alegrarme, he optado por cerrar la página porque me siento sobrepasado. Ya aprenderé sobre esa nueva funcionalidad, probablemente cuando esté anticuada porque haya tres nuevas.
Soy consciente, mentiría si defendiera lo contrario, de que la irrupción de la inteligencia artificial o, mejor dicho, la democratización de la misma es un acontecimiento en lo puramente tecnológico tan importante como el internet o el teléfono. De veras, pienso así. Este tipo de escalones históricos solo son percibidos con los años, y al igual que hoy no nos imaginamos cómo se podía vivir sin estar a una llamada de distancia de cualquier persona del mundo, dentro de una década (o menos, a este ritmo), consideraremos que la historia debería dividirse en A.IA y D.IA (antes de la inteligencia artificial y después de la misma).
Como sabes, si este no es el primer post que lees de Sapientia, yo busco bajar revoluciones, tratar de vivir más lentamente, relativizando los problemas y evitando caer en la centrifugadora en que hoy la sociedad se esmera en meternos. Y claro, un invento tan maravillosamente inasumible como repentino, como es la IA, es el némesis perfecto para este humilde intento de seguidor de la filosofía del dolce far niente.
El nuevo Papa y su preocupación por la inteligencia artificial
Pero bueno, Edu, ¿qué tiene todo esto que ver con el Papa León XIV? Pues, aunque parezca mentira o clickbait, el que me ha hecho pensar en todo esto ha sido él.
El caso es que hace poco me topé con una noticia que hablaba de la elección que este ha hecho de su nombre como Santo Padre: León XIV. Según ha declarado, esa denominación no es por su sonoridad o su aspecto medievalescamente épico, sino que conforma toda una declaración de intenciones. Es un símbolo de a lo que el otrora cardenal Prevost quiere enfocar su papado.
Resulta que el anterior León (León XIII), que ocupó el trono de San Pedro desde 1878 y 1903, tuvo que afrontar un acontecimiento tecnológico tan importante como el que hoy supone la IA: la revolución industrial. Otro grandioso cambio de paradigma mundial, en este caso relativo al trabajo, que puso sobre la mesa los hoy asumidos derechos de los trabajadores. En su día, el Papa León XIII supo anticiparse y observar que los cambios sociales se estaban sucediendo, ante lo que la Iglesia no debía quedarse quieta. Sin entrar en disquisiciones católicas, para las que no tengo formación, opinión ni ideas suficientes, este Papa del inicio del siglo XX afrontó los retos que la revolución industrial traía consigo con la histórica Encíclica Rerum Novarum.
Así las cosas, y a la vista de que el nuevo Papa, León XIV, ya ha mostrado su preocupación por las implicaciones morales, humanas y políticas que la inteligencia artificial trae consigo, podemos ver que la elección de su nombre es un pequeño spoiler de lo que veremos durante su papado. Y desde mi punto de vista, teniendo en cuenta que los grandes políticos no parecen hacer caso a lo que tenemos encima y a los avances que se avecinan, el pontífice ha conseguido que observe curioso desde la grada cómo planteará las cosas.
Sé que es imposible, ya sea para el Papa o para cualquier político, conseguir que la inteligencia artificial se use menos, ni siquiera que se use mejor, pero sí pienso que es muy importante que se le quite ese halo sacro que la envuelve, que se enseñe su cara B, y sobre todo, que hablemos de algo que me trae de cabeza y con lo que quiero terminar este post.
Una sociedad sin capacidad de crear
Hace muchísimos posts, dije que una de las cosas que nos diferencian de los animales son nuestros funerales. En mi opinión, cuando el homínido enterró a sus muertos se ganó a pulso el calificativo de humano. El rito del enterramiento es una manifestación de creencias, una promesa a nosotros mismos de que debemos respeto a quienes quisimos. Los funerales hablan de trascendencia humana.
Pero hay otro aspecto humano que también nos hace ser dignos de lucir la corona de seres pensantes y autoconscientes, como es el acto de crear. Entiéndase crear como el verbo con el que se materializa la creatividad. Hablo de inventar, de escribir, de pintar, de elucubrar, de imaginar, de proponer, de argumentar y de discernir. Hablo de relacionar ideas, de escribir un cuento, de transmitir emociones, de hacer llorar con el resultado de unos trazos de pintura, de buscar rimas para tejer poesías. Hablo del puro acto de condensar nuestra imaginación en un soporte tangible, en una obra.
Y la inteligencia artificial parece que ha aglutinado todo lo que los humanos hemos desarrollado durante milenios, desde las leyendas de la creación hasta el puntillismo, pasando por las rimas de Bécquer o el estilo de Klimt. Ha arramblado con el estilo tan característico de Studio Ghibli, con la fantasía épica de Michael Ende o con los cuadros de Goya. Ha metido todo en una batidora, lo ha asimilado, y ahora nos lo ofrece, aparentemente gratis, a cambio de un más o menos inteligente prompt.
Esto quiere decir, para los profanos, que con una petición ni siquiera muy desarrollada, se consigue una respuesta artística perfecta, que emula, copia, imita o roba (usa el verbo que quieras según lo conforme que estés con ello) el trabajo que a seres humanos reales les ha costado años inventar, desarrollar y perfeccionar. Y cualquier tiburón de los negocios me dirá eso de “es el mercado, amigo” sin que le falte un ápice de razón, pero es preocupante.
Lo que estamos obviando, presas de la inmediatez que ofrece esta nueva herramienta, es que las obras inventadas, las hijas de la creatividad humana, responden a unas cavilaciones previas que las conforman como consecuencia física, como resultado. Lo que una IA nos entrega es una carcasa vacía, un esqueleto en el medio del desierto que nunca tuvo una vida dentro. Y observo que se empieza a ver normal llamar a eso arte. Porque claro, la inteligencia artificial genera lo que le pedimos y no tiene la capacidad para exigirnos un reconocimiento de autoría, por lo que esos cadáveres con apariencia de arte pueden ser presentados como obras propias.
Sabes que me encanta escribir, y conseguir publicar mi propia novela es uno de los sueños de mi vida. Pues el otro día entré en ChatGPT para que me diera ciertas ideas, y fui testigo de en qué punto estamos. En una conversación de poco más de diez minutos, esa tecnología casi mágica me había planteado una novela completa, y me ofrecía escribirla poco a poco, empujada por mis leves palmaditas en forma de órdenes (que ahora llamamos coolmente prompts). Pero eso, para mí, no es crear.
A velocidad cuántica, una IA gratuita consiguió encaminar lo que llevo dos décadas intentando. Me pareció tan artificial y triste, que me negué a seguir y cerré de nuevo la web. Como puedes ver, mi relación con la inteligencia artificial es curiosamente tóxica.
Me preocupa porque estamos delegando nuestra capacidad de crear, subcontratando la creatividad. Estamos renunciando a uno de los dones que tenemos como humanos: el poder de inventar. Y, Dios mío, eso es terrorífico. Nosotros, tanto yo que escribo esto como tú que tienes edad suficiente para leerlo, al final no sufriremos tanto el cambio. Al menos hemos tenido suficientes años como para formar nuestros cerebros en una época en la que nada de esto existía. Pero imagínate por un momento a tus hijos, si es que aún no tienes. Ellos habitarán un mundo tan veloz, vivirán con un filosofía imperante tan rápida, tan todo al alcance de un prompt, que las implicaciones que eso traerá no las podemos imaginar aún.
Es la primera vez que lo que dice un Papa me llama la atención. Y no en lo católico, sino en los problemas que pretende traer al debate. Es importante que hablemos de la IA, de lo que implica en lo vital, de cómo puede arrebatarnos (como ya está haciendo) una de las más sagradas posibilidades que tenemos.
Porque una humanidad que deja de inventar, que renuncia a su creatividad en pos de algo vacío, se equipara a una sociedad que deja de honrar a sus muertos.
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Qué interesante post, Edu.
Es algo que también vengo pensando hace bastante tiempo y la verdad es que no tengo una respuesta. De alguna manera estoy escribiendo desde la otra orilla, como alguien no sólo usa IA generativa todos los días sino que quiere entender cómo funciona.
Estoy 100% de acuerdo contigo en que la IA es un acontecimiento tan o más importante que Internet. Creo que esta tecnología nos abre posibilidades que aún no terminamos de entender y además cambia tan rápidamente que estar al día con sus avances es una tarea titánica.
No puedo evitar pensar en cómo los pintores recibieron a la fotografía a inicios del siglo XIX. Algunos se alarmaron, otros tuvieron una actitud hostil, otros empezaron a usarla inmediatamente e incluso hubo quienes dejaron el realismo y se enfocaron en transmitir emociones.
Creo que lo que quiero decir es que el avance tecnológico también puede verse como motor del cambio creativo, aunque reconozco que tiene muchos riesgos. Sobre todo con los niños que van a crecer con esta tecnología. Me asusta pensar que lleguemos al punto de depender de máquinas para pensar...
Me has inspirado a escribir un post sobre esto :)
¡Gracias por el empujón!
Yo la evito, me niego a usar chatgtp, pero use alguna vez una de esas AI para hacer dibujos. Lo que pienso es que, lo problemático de todo esto es que, en un mundo que va a la velocidad de la luz, quién puede competir con AI? Si te toma 2 años escribir una novela y al AI le lleva 10 minutos, o digamos, si lo haces asistido por AI tal vez te lleve un mes, me da la impresión de que aquellos que no se suban al cohete del AI van a quedar detrás, simplemente porque en una sociedad hiper eficiente, lo rápido y bueno, no excelente, pero suficiente, gana.