¿Qué le regalarías a alguien con dinero infinito?
No sé de qué está conformada la felicidad, pero creo que es la suma de muchos intangibles que no pueden comprarse. Multitud de detalles con mucho valor pero que, por su naturaleza, carecen de precio.
Seguro que te has planteado cómo cambiaría tu vida si fueras rico, pero rico de verdad. Si el dinero, por exceso, dejase de ser algo a tener en cuenta en tu vida y los precios de las cosas pasaran a un segundo plano. ¿Crees que serías más feliz? Ojalá yo pudiera contestar con conocimiento de causa, pero a falta de miles de millones en el banco, le he dado vueltas al tema y tengo algunos matices en mente que quizás sean interesantes. Analicemos un poco la cara triste de ser tremendamente rico.
Me gustaría que todo lo que viene girase en torno a la pregunta que titula este artículo: ¿Qué le regalarías a alguien con dinero infinito? Vamos a ver, porque en este tema hay mucha tela que cortar.
Antes que nada, definamos a nuestro rico
Hay palabras cuyo significado lo tenemos tan arraigado que no nos planteamos nada sobre ellas. Un rico es un rico, dirás, sin falta de razón. Pero, ¿cómo acotamos el término rico? Porque desde mi punto de vista un billonario es rico, pero también lo es un millonario, e incluso una persona sin demasiadas responsabilidades económicas que ingrese unos cuantos miles de euros al mes.
Pero bueno, como tenemos que crear a nuestro rico ideal, porque sobre el regalo que pretendemos hacerle va a girar este post al completo, concretaremos que el rico es aquél que no necesita pensar en dinero. Una persona, independientemente del número que aparezca en su cuenta bancaria, al que le es indiferente la cifra atesorada, toda vez que la misma es (por mucho) suficiente para todo lo que pudiera querer adquirir durante varias generaciones. Además, por rizar el rizo y crear al rico perfecto para mi reflexión, ese individuo tampoco trabaja porque no lo necesita. Todo el dinero que tiene está ahí, siendo infinito en la práctica, inacabable, y no necesitando esfuerzo para ser generado.
Si quieres ponerle cara, imagínate a cualquier jeque, príncipe arrebatador, hijo de magnate o aristócrata al que le ha tocado la lotería económica de la vida.
Planteado nuestro sujeto de estudio, ahora imagínate la improbable situación en la que, por azares del destino, te ves en la tesitura de tener que hacerle un regalo. ¿Qué se le regala a quien lo tiene todo? Es más, ¿de verdad que ese rico lo tendría todo? ¿Existe algún regalo comprable que se le pueda hacer?
Disclaimer. Como te puedes imaginar, todo lo que propongo no se basa en experiencia propia. Ni me he visto nunca en esta situación, ni soy ese rico. De todas formas, me parece que varias de las cosas que planteo puede acercarse peligrosamente a la realidad.
¿Regalos que se compran con dinero? Descartados
Para hacer un poco más fácil (o más difícil) este ejercicio, te propongo una única norma: no importa el precio de lo que elijas regalar. Da igual, como si tu dinero también fuera infinito. No hay un presupuesto, de modo que permítete ser fantasioso.
Aunque esto pudiera parecer un bonus que nos abre muchas puertas, creo que a la vista de la holgadísima situación económica de nuestro sujeto a regalar, cualquier objeto material que se nos pudiera ocurrir carecería de importancia para él. ¿Un Ferrari? Seguramente que tenga treinta, y si no los tiene es porque no quiere. ¿Animales exóticos, ignorando el aspecto ético de estos presentes? Podría comprar un zoológico, creo que tampoco nos sirve. Perfumes, relojes, obras de arte, gastronomía, noches de hotel… Nada, esas cosas ni siquiera serían percibidas como regalos por semejante homo economiccus.
Entonces, si sacamos de la ecuación las cosas que podemos comprar, porque carecerían de valor toda vez que son perfectamente adquiribles, ¿qué nos queda? He ahí el quid de la cuestión. Entremos en materia y hablemos de las cosas que no se pueden comprar ni con todo el dinero del mundo.
Valor o ilusión por el tiempo libre
Siempre he defendido que el tiempo libre se valora como contraposición al tiempo que trabajamos. La libertad de las vacaciones es agradable porque es la cara B del día a día, que está cargado de responsabilidades. El descanso del guerrero, un oasis en un desierto de obligaciones, como quieras llamarlo. Ahora, para por un momento: si tu vida no tuviera esa cara A, la relativa al trabajo, el esfuerzo y los problemas, ¿disfrutarías igual de tus vacaciones, de la cara B de tu existencia?
Sé que es difícil desde nuestra vida de personas normales aceptar lo que planteo. Por supuesto que es más agradable estar en un yate en Grecia que atosigado por el trabajo. Pero ¿acaso no piensas que la semana de vacaciones que puedas permitirte después de tu esfuerzo no será más valorada por ti de lo que nuestro rico valora sus perennes días de facilidades y relax? Obviamente, esto último se nos antoja más, pero creo fervientemente que no es la panacea.
El ser humano funciona muy bien por comparación. Sabes que este jamón está espectacular porque has probado jamones peores. Si todos los días comieras jamón ibérico de bellota 5J, a cuatrocientos euros la pata, la segunda semana no podrías compararlo con nada y sería jamón sin más.
Lo mismo con el yate, Grecia y el trabajo. Si toda tu vida se centrase en la más absoluta nada, más allá que el placer por el placer, este perdería su sentido paulatinamente. De hecho, a nosotros nos cuesta aceptar este extremo precisamente porque estamos comparando la vida del que está tumbado en el yate todo el año con la nuestra. No hacer nada, no tener responsabilidades y vivir de relax continuo se nos antoja deseable porque conocemos lo contrario, y esas imaginaciones actúan como agradable contraposición. Pero si no tuviésemos un día a día durante el que luchar, dudo mucho que el descanso fuera agradable, porque realmente no estaríamos descansando de nada.
Intentaré poner un ejemplo aún más claro: ¿nunca te has ido de viaje a un hotel en el que tus acciones y tu vida se han limitado a la más absoluta nada? En caso afirmativo, ¿no llegó un punto en el que añoraste volver a la rutina, o al menos agradeciste que en pocos días volverías a la misma?
Leyendo y escuchando a mucha gente para la que el dinero no importa (porque les sobra para varias vidas), denoto a veces en ellos hastío. Falta de ilusión por las cosas, porque las tienen o pueden tenerlas todas. Suena raro que haya aspectos que una persona que pueda permitirse vivir de vacaciones constantes no pueda permitirse, pero creo que la primera de ellas es precisamente esa: la ilusión o el valor por el tiempo libre.
Si fuera posible regalar ilusión por algo, puede que este fuera un regalo deseable para nuestro amigo. Pero todavía no puede comprarse la ilusión, de modo que pasemos a la siguiente idea.
Autorrealización
De manera íntimamente relacionada con lo anterior encontramos la autorrealización. Esa entidad que todos tratamos de conectar con algo que nos apasione para apuntar nuestros esfuerzos a ello y, según nos han contado, conseguir ser felices. De hecho, si alguna vez has hablado de realización personal, o si te has planteado la tuya, te habrás dado cuenta de que es muy difícil encontrar el camino hacia el que dirigirse para buscarla.
La autorrealización, como el valor por el tiempo libre, también está ligada al esfuerzo. El estadio mental del autorrealizado se alcanza conforme se encuentra una meta que nos hace felices, se camina hacia ella con esfuerzo, se aprende durante el trayecto y se alcanza tiempo después. Dudo que, si tu sueño es ser escritor, te sientas realizado si la Editorial Planeta te pone por delante un libro ya escrito, con tu nombre en la portada y un suculento contrato de distribución. Te podrás sentir sorprendido, orgulloso de que se hayan fijado en ti o incluso desahogado, pero no autorrealizado.
Autorrealizarse, como indica el propio verbo, es hacerse a sí mismo para conseguir la felicidad, y por tanto requiere un trabajo arduo.
¿Crees que el hijo de un billonario, colocado por su padre a la cabeza de una de sus empresas más exitosas, debe sentirse realizado laboralmente? Me cuesta creerlo. Una cosa es tener facilidades, ahorrarnos pequeños pasos gracias a la ayuda de otros, y otra muy distinta es que te den la medalla de oro sin correr la maratón. Lo primero es de agradecer, lo segundo es susceptible de dejar tu vida sin sentido.
Volviendo al ejemplo de nuestro rico, que sigue esperando su regalo perfecto, ¿podríamos regalarle realización personal, laboral o vital? Lo dudo. Es más, me cuesta aceptar que ni siquiera sintiera realización económica, porque las cosas que caen del cielo no las agradecemos tanto, ya que las percibimos como derechos naturales, intrínsecos a nosotros mismos. ¿Tú agradeces cada día tener dos brazos? No, ¿verdad? Porque se te han dado desde el inicio. Imagina que también se te hubieran dado miles de millones. ¿Te sentirías realizado económicamente por ello?
Creo que tenemos otro no regalo para nuestro riquísimo amigo. Parece que el vacío no puede llenarse con billetes.
Amistades de verdad
La vida, al menos como yo la percibo, se asienta sobre tres patas. Me la imagino muchas veces como un taburete. Una de las patas es la salud, la otra es la realización personal y laboral, el propósito, y la tercera son las relaciones interpersonales. En esta tercera pata, que nos recuerda que, aunque individuales, somos seres gregarios, podemos aglutinar a la familia, a la pareja y, por supuesto, a los amigos. Pero los amigos-amigos. Esos de los que ya hablé en el post de hace unas semanas, y que puedes leer aquí.
Por supuesto, tener dinero infinito no es sinónimo de carecer de amigos de verdad, pero creo que tiene cierta relación con que se te acerque mucha gente interesada. Personas que se ocultan tras una careta de aparente amistad para esconder el más puro e indigno interés por lo que tienes, más que por lo que eres. Y ese problema es uno que me parece grave y triste de verdad. Imagínate que llegas a un punto de tu vida en el que, por culpa de la experiencia, tu mente crea un filtro sobre la gente nueva que conozcas, porque sabes que tienen muchas posibilidades de acercarse a ti con una sonrisa solo porque eres tremendamente rico. Que te perciben como un árbol del que arrancar frutos y no como un amigo de verdad. Gracias a Dios, yo no he vivido nunca que se me arrimen por interés, pero debe ser una situación desoladora descubrirlo.
Desde mi punto de vista, ser excesivamente rico aumenta las posibilidades de que esto ocurra, acrecentando la incertidumbre sobre los porqués de los demás para con nosotros. Otro problema de ricos absurdo para los simples mortales, pero no por ello menos grave. Y otro regalo que podría hacer ilusión a nuestro amigo, pero cuya adquisición es imposible.
Lo comentado aquí arriba también aplica a las parejas y puede que a los familiares, aunque creo que con menos probabilidad con estos últimos. Sentir que la gente no te quiere de verdad ha de ser abrumador, párate a pensarlo en un ejercicio de empatía con nuestro ricachón amigo.
¿El dinero da la felicidad o la facilidad?
Por concluir, he llegado a la conclusión al reflexionar sobre esta tarea de regalar a un rico que el dinero no da la felicidad. Ni muchísimo menos. Si acaso, podríamos afirmar que otorga facilidad. Una suma de dinero suficiente para dejar de preocuparte por lo pecuniario implica que la vida se vive en modo fácil, al menos en lo tocante a las necesidades básicas. No tener que plantearte problemas relativos a vivienda, alimento, estudios, trabajo y derivados te hace partir desde una posición de ventaja, y negarlo sería absurdo. De todas maneras, asumir que el rico es feliz per se es reducir la vida a términos económicos, cometiendo un error grave.
Al igual que una persona con no tantos recursos no necesariamente tiene una vida triste, un rico no pasa a ser feliz por arte de magia, o de billetes, mejor dicho. No sé de qué está conformada la felicidad, pero creo que es la suma de muchos intangibles que no pueden comprarse. Multitud de detalles con mucho valor pero que, por su naturaleza, carecen de precio. Y por ende, no se pueden comprar con dinero.
Salud, familia, amor, respeto, amistad, sensación de trabajo bien hecho, alegría al inicio de unas merecidas vacaciones, celebrar con un vino un poco mejor de lo habitual un ascenso… ¿Cuánto cuesta todo eso? ¿Existe una cifra, un número capaz de comprar alguno de estos ingredientes de una vida feliz? La respuesta es negativa.
Y por supuesto que a mí me encantaría poder firmar este post desde ese precioso yate en Grecia. Pero de hacerlo, lo que me haría feliz de verdad sería compartirlo con los míos, con los incomprables, con la sensación de realización que unas vacaciones merecidas otorgan y valorando los pocos días de tiempo libre que todos tendríamos juntos.
Y tú, ¿qué le regalarías a alguien con dinero infinito?
Menos mal que no tengo ningún amigo tremendamente rico, porque si de mí dependiera, pocos regalos podría hacerle.
Un gran post Edu. Ya es casualidad que estoy preparando un artículo que habla sobre felicidad y dinero, utilidad o valor.
Entrando en materia, el rico de este post indudablemente sería una persona con una riqueza y patrimonio tremendos. Si nos basamos en la Ley de la utilidad marginal, para que le de absolutamente igual el dinero que atesora, debe haber atesorado una cantidad impensable. ¿Qué le regalas a un tipo así? Quizás buscaría experiencias, aunque las que pensemos estarían al alcance de su mano. Se me ocurre que es probable que lo más mundano le haga feliz: cultivar una huerta, una cerveza con los amigos... No optaría por nada material. Si fuese posible, también le regalaría mis deudas :)
PD: Tu intuición respecto a la valoración del ocio en contraposición al trabajo tiene raíces en la teoría económica. Los modelos básicos de elección del individuo consta de dos variables: ingreso y ocio. Todos los trabajadores deciden en función de estas dos variables, por eso es racional que, aunque te ofrezcan más salario, el trabajador rechace y opte por más tiempo libre puesto que maximiza su utilidad.
Definitivamente dependería mucho de "ese rico" en particular.
Al parecer cada ser humano maneja uno o varios lenguajes del amor, y hacemos todas las transacciones emocionales mediante esa "moneda" interna.
Si para esa persona su lenguaje de amor fuera el tiempo de calidad, muy probablemente más allá de sus millones, una buena charla y una tarde de compartir paseo, picnic o merienda serían suficientes para saciar su Alma.
En cambio, si para esa persona su lenguaje es el de actos de servicio, por más que pudiera acceder a los mejores productos, una comida casera, que le saquen a pasear a la mascota o cualquier otra nimiedad, serían obsequios.
Y luego están las pasiones, suponiendo que esa persona (sale del estereotipo del frustrado y tedioso ser insatisfecho de vida) algo le interesará en la vida, un caballete, unos patines, un tabla de surf...
Como buenos humanos siempre postergamos pasiones, y regalar eso que en el fondo sabemos que el otro quiere hacer hace mucho, pero por sus condicionantes internos le impiden obtener de la vida, creo que es precioso. Es estimular e inspirar.