Ya no soporto más la política
La situación actual es digna ya no del tercer mundo, sino del cuarto. Ese en el que deberíamos meter a los países con la suerte de tener recursos pero que se esfuerzan en desaprovecharlos.
Hoy es uno de esos días en que escribo sin ganas de escribir. Casi lo hago por inercia, pero detecto un cambio. Antes, cuando no tenía ganas de sentarme a redactar, esa inercia también tiraba de mí, pero hacia el lado contrario. Ya fuera convenciéndome de coger el móvil y perderme en su pantalla una hora, lanzándome cuan guiñapo al sofá para vaguear o haciéndome iniciar cualquier actividad insulsa cuyo desempeño poco me aporta. Pero ya no, ahora la inercia me levanta, me adecenta y me pone las manos en el teclado. “Teclea, que algo sale”, parece susurrarme. Y en esas estamos ahora mismo.
Ese es el efecto que escribir en Sapientia tiene sobre mí. Y me encanta.
Ese “teclea” de hoy, esa imposición silenciosa, me ha hecho escribir sobre algo que llevo posponiendo meses. Hoy escribo, por fin, sobre un tema que me prometí no tocar en Sapientia: la odiosa política.
¡Pero espera! Antes de huir deja que me explique, porque puede que tú también te sientas como yo, aunque estemos en las antípodas en lo que a ideario se refiere. Porque el estado actual de la política, a mi juicio, no es un tema de ideologías, sino de estamentos. Vamos a ello.
Me leas desde donde me leas, estoy convencido de que la situación política de tu país es desagradable. Difícilmente, me excusen los europeos del norte, encontrarás un ciudadano de a pie contento con la gestión que los políticos hacen de sus impuestos, con su forma de legislar e incluso con algo que debería ser básico: las formas a la hora de ejercer como gestores del país. En España, desde donde escribo, esa situación es, a mi gusto, abyecta. Y no porque gobierne tal o cual partido, sino porque se ha perdido, de un tiempo a esta parte, todo atisbo de decencia, de saber estar, de honor y de conciencia. Y eso es gravísimo.
Me aterra que nos gestionen personas carentes de toda moral, capaces de mentir a boca llena ante miles de cámaras que los retransmiten en directo y sin sonrojarse lo más mínimo. Me da miedo genuino observar que muchas de las personalidades que nos guían casan a la perfección con los rasgos que describirían a un psicópata. Y no trato de exagerar, entiéndase la psicopatía como la condición de aquél que no siente ni padece, incapaz de conectar con los demás, cuya existencia les es indiferente, siempre que consigan su objetivo. Es poner la radio, cambiar de canal, entrar en youtube o ver las declaraciones institucionales y multiplicar ese miedo por mil. Los casos de corrupción se cuentan por decenas. Las imputaciones, investigaciones, mentiras, pruebas, bulos, falsedades y persecuciones son diarias.
Por si fuera poco, existe una censura que debería avergonzarnos siendo un país que hace no tanto salió de una dictadura. Y lo peor es que nos censuramos entre nosotros. Hay que tener cuidado con lo que se dice, con cómo se dice, a quién se le dice y por qué se le dice. No se puede ir en contra de tal o cual persona, porque sus adláteres te destrozan.
Ya en otro artículo hablé sobre los packs ideológicos y la cultura de la cancelación, y habiéndolo releído para escribir este post, lo que sostengo en el mismo ha envejecido desgraciadamente bien. Estamos peor aún que cuando escribí aquellas palabras.
Se ha abierto la veda a que los políticos señalen con el dedo a ciudadanos, a que profesionales mientan mientras acusan de mentir a otros. A que cada semana se abran nuevas diligencias de investigación contra políticos que se mantienen en su puesto público sin despeinarse. Hemos normalizado el delito, del descaro y la falta de higiene y estética.
Vemos normal que el Fiscal General del Estado, jefe máximo de todos los fiscales, esté siendo investigado y que tenga la capacidad de dar órdenes al fiscal que lo acusa, inferior jerárquico suyo. Permitimos que se critique a ciudadanos que lo han perdido absolutamente todo por increpar al presidente y al Rey. Damos por bueno que mujer y hermano del Presidente estén siendo investigados, que la oposición haga cánticos ridículos en el Congreso pero que no ejerza presión alguna, que las CCAA no sean eficientes, que se critique a los bomberos porque se quieren manifestar… Es todo un sinsentido tristísimo. La situación actual es digna ya no del tercer mundo, sino del cuarto. Ese en el que deberíamos meter a los países con la suerte de tener recursos pero que se esfuerzan en desaprovecharlos.
Tenemos que tragar con que nos despeluchen mediante impuestos para que si viene una riada se muera tu familia y no veas a un uniformado hasta varios días después. Y luego, cuando consigues poner la televisión, lo que observas son muchas promesas de un dinero que nunca llega y montones de acusaciones cruzadas. Ni en esas se ponen de acuerdo. Luego pasan dos semanas y sale un enchaquetado a echarse flores porque “gracias a los impuestos el ejército estaba allí desde el primer minuto”. Y sabes que es mentira pero no importa. Me parece que el 1984 de Orwell se empieza a quedar corto, porque la reescritura del pasado se hace ya sin esperar un tiempo prudencial y ante la vista de todos.
Aquí manda gente cuyo peor enemigo no es el contrario, sino ellos mismos meses atrás. Hemerotecas sedientas de sangre ante las que estos individuos no se achantan, sino que se crecen. Y cambios de opinión, y pactos con personas declaradas enemigas del país, y engaños. Y más dinero, y pactos con la malvada ultraderecha en Europa, que se ve que si te vota a ti no es tan mala.
Convivimos todos resignados a ser gobernados por una sarta de sinvergüenzas, de los que no se salva ninguno, que se esmera por sembrar el odio entre nosotros. Y esa semilla, plantada con tesón a fuerza de medios de comunicación regados de dinero público, programas de televisión y diversos “profesionales” y opinadores, termina calando y convenciéndonos de que nos odiamos en horizontal, cuando el problema es vertical.
Y si todo esto me da miedo, hay algo peor. Algo que me da pena: que todo es nuestra culpa, del pueblo. Todos somos responsables porque nos hemos creído el falsario discurso de que esto es cuestión de izquierdas y derechas, cuando el plano es distinto. Es cuestión de arriba y abajo. De pueblo contra poder. De estamentos, como adelanté al principio. Todo esto es medievalesco, aunque sigan con la matraca de que los malos son los de enfrente.
Yo, que no me considero revolucionario y que el Gobierno actual me causa repulsión, estoy mucho más cerca en lo moral, en lo ideológico y en lo vital de cualquier ciudadano de a pie, me da igual su forma de pensar, que del político más cercano a mis coordenadas ideológicas. No consigo empatizar ya con ningún político. Ya no me apetece hablar de ellos, solo imaginarlos en el barro, despojados de ese poder que les hemos dado, y con el Congreso cerrado por una temporada. Sin sueldos públicos, sin capacidad de elegir con el dedo quién será su próximo asesor de confianza. Suplicando desde el suelo, mirando hacia arriba a su pueblo, que le deje de nuevo tener poder, porque sin poder no sabe hacer nada. Y que se les niegue a todos esa posibilidad de volver.
Ya odio, y esto es una pena, todo lo que apeste a político.
Pero vuelvo al mundo real, a ese con un hediondo montón políticos que roe nuestras instituciones con su pelaje gris, sus enfermedades y sus alcantarillas. Y en él, me apena tremendamente que si la mitad de España leyera esto, consideraría que soy un facha más y pasaría automáticamente a descartar mi opinión porque este es del otro bando. Pero mi bando está aquí abajo, con el resto, guste o no. A mi me representan mis raíces, mi gente y mi zona. No lo hace un señor a quinientos kilómetros con una chaqueta que, a efectos prácticos, le estoy pagando yo.
Mi ideología queda aparcada ya cuando hablo de política, aunque cueste entenderlo. La ideología ha pasado a un segundo plano; esto es mucho más grave. Somos todos nosotros contra ese puñado de monstruos.
No cuenten conmigo para hablar más de política. Pero podemos hablar de cualquier otra cosa, porque aquí abajo, donde estamos todos, todavía hay hueco para la belleza.
El ansia de poder lo corrompe todo. Pero no es un problema solo de ellos, los políticos, quizá sean la punta del iceberg. Me atrevería a decir que es un problema básico de incultura y falta de valores alimentados por la manera de ver el mundo actual a nivel global.
Hola Edu. Leo tu post y entiendo tu enfado. Y lo comparto. Yo también siento esa desazón. Mucho que comentar en tu post, aunque me quedaré con dos cosas.
En primer lugar, entiendo el apelativo de psicópata, aunque creo que el problema va más allá. A mi modo de ver, existen incentivos perversos que fomentan que los peores lleguen arriba. Creo que los políticos que llegan a lo más alto se tienen que enfrentar en ocasiones a una disyuntiva entre ética y éxito, entre la moral y el poder. Observamos políticos que controlan perfectamente el funcionamiento del aparato; que saben posicionarse ante determinados temas de opinión pública para no quemarse; que dominan los tiempos; que manejan con enorme soltura los resultados de las encuestas internas; que saben buscar protector en el partido cuando les abandona el actual; que aplican los resortes adecuados para manipular las redes sociales… Se premian ciertas actitudes que no son deseables socialmente, pero que son premiadas en el ámbito político. Y solo los que mejor las manejen serán quienes escalen más. El Principe de Maquiavelo como guía.
Y aquí hilo con la segunda reflexión que haces. Efectivamente la culpa es nuestra. Somos nosotros como votantes los que debemos poner límites. Los que, si vemos atisbos de falta de ética y corrupción, les exijamos responsabilidades políticas como mínimo. Somos nosotros los que no deberíamos dejar pasar por alto cada escándalo y permitir que sea olvidado en esa hemeroteca cada vez más gorda. Pero por desgracia no lo hacemos. Sea ya por la falta de interés, por el escaso valor de nuestro voto, por ignorancia o por negligencia, solo buscamos la paja en el ojo ajeno. Por lo tanto creo que aunque nos enfade, lo que sucede es nuestra culpa y seguirá sucediendo mientras nosotros y el sistema político lo permitan.
Obviamente todo esto requiere matices, pero espero que se entienda mi reflexión. Dicho eso, aunque sin gustarte, ojalá hables más de esto. Gracias por el texto.