¿Y si volviera el amor cortés?
Al amor cortés lo rodeaba un halo de misticismo, algo así como una admiración religiosa de él hacia ella. La observaba como el católico a la Virgen, venerándola.
Hace muchísimo tiempo que no escribo sobre el amor. De hecho, creo que en Sapientia todavía no he publicado artículo alguno sobre los amplísimos recovecos que dicha emoción trae consigo, y hoy voy a hacer un primer acercamiento. Las siguientes líneas no serán una carta con excesivas dosis de dulzor y purpurina, ni mucho menos.
Como sabrás si lees esta newsletter desde hace un tiempo, los posts etiquetados como #reflexiones contienen un pequeño ensayo sobre algún concepto que me ha traído de cabeza durante un tiempo y que, con suerte y esfuerzo, he conseguido condensar aquí para poder revisitar mis aprendizajes en un futuro.
Tras esta aclaración, hoy hablaré de amor, como digo. Pero no del amor romántico hollywoodiense, sino de uno mucho más antiguo. Hoy hablaremos de un estadio anterior a lo que actualmente conocemos por amor, una suerte de abuela de dicha emoción que hoy tildaríamos de anticuada e incluso (lo más puristas) de asquerosa. Nos remontaremos al siglo XI y hablaremos del amor cortés.
Disclaimer. Antes de empezar la lectura de este post, te pido que aparques por un momento todas tus convicciones sobre el amor. Aparta todo retazo político, ideológico e incluso de opinión sobre el fenómeno del amor, y ábrete a intentar comprender lo que hoy vamos a tratar desde un prisma virgen. Haz el ejercicio de leer lo que sigue desde el punto de vista de las personas que lo vivieron. No peques de presentismo, porque si no, no comprenderás nada y llegarás al final con mal sabor de boca. Si no te ves capaz, te invito a leer otros artículos reflexivos de Sapientia en este enlace.
La evolución del concepto de amor a través de los tiempos
En algún punto de su historia, el ser humano aprendió a amar, se le otorgó la capacidad de sentir esta emoción tan difícilmente comprensible, y esta posibilidad de querer sin motivo nos diferencia del resto de seres vivos. Pero el amor no es un concepto inmutable. No hay una ley que rija qué es amor y qué no lo es, y han sido las épocas, las sociedades y las costumbres las que han ido moldeando al amor según sus necesidades. Cosas que hoy entendemos como amor, alguien de otra época las contemplaría como una debacle inimaginable, así como actos que hoy percibimos como deleznables, sería el summum del amor en otros tiempos.
Tratar de trazar una línea evolutiva del amor, algo así como una gráfica temporal que nos enseñara de un leve vistazo cómo ha evolucionado el amor a través de los tiempos, sería una empresa compleja. Desde el amor como situación práctica en el Antiguo Egipto hasta el amor ritual del Imperio Azteca, pasando por las prácticas homosexuales entre adultos y niños como parte del amor de la Antigua Grecia, continuando por el amor romántico del Romanticismo y el actual “amor fluido” que hoy empieza a asomar en nuestras sociedades, la evolución del amor es una constante en la Historia.
Muchas de estas concepciones son muy complicadas de comprender para una mente occidental del siglo XXI, de ahí el disclaimer que corona este post. En concreto, el concepto de amor griego tiene ciertas aristas que me cuesta hasta estudiar sobre ellas, toda vez que moralmente chocan frontalmente con el hombre moderno, pero hay otras más fácilmente admirables. No me refiero a que sean dignas de admiración, sino que admirarlas, contemplarlas, tratando de ponernos en la piel de aquellos que lo experimentaron, es más fácil.
Es por eso que hoy quiero hablar del concepto de amor que reinó en la Europa Occidental en el siglo XI y siguientes; el amor cortés.
Los trovadores y su amor cantado
Viajemos, como digo, al siglo XI. En concreto, a una región que antaño tuvo mucha importancia política, histórica y cultural: Occitania.
Ubicada en el suroeste europeo, al sur de la actual Francia (el mediodía francés), esta región contuvo entre la multitud de fenómenos que la poblaron, uno que hoy necesitamos traer a colación para hablar del amor cortés: los trovadores. Sí, hablo de lo que te estás imaginando. Poetas que componían canciones en la lengua propia de Occitania, llamada Lengua de Oc.
Entre las clases nobles, surgieron estos actores históricos cuya labor, lejos de ceñirse a lo puramente estético o artístico, sirvió para transmitir la cultura de forma cantada. Entre otros temas, sus poemas sobre el amor contienen un concepto ya olvidado del mismo, que me parece precioso de recordar. El amor cortés.
Fueron estos hombres, los trovadores, los que confeccionaron el tipo de amor que se convirtió en el vigente de la época, y atravesaban las campiñas cantando las gestas románticas de sus personajes, calando en la sociedad hasta tal punto que consiguieron crear un tipo de amor al que aspirar, uno por el que suspirar y al que dedicar la vida y las historias.
Estos cantantes del amor componían diferentes tipos de melodías. Sin entrar en estudios históricos que no vienen al caso por el formato de Sapientia, es interesante y bonito saber que crearon diferentes géneros musicales, que en su mayoría trataban variadas formas o momentos del amor. Así, tenemos las albas, cantinelas sobre las experiencias de los enamorados tras pasar su primera noche juntos, las pastorelas, sobre caballeros que se enamoraban de doncellas del campo y trataban obtener su amor o las tensó, arduos debates entre trovadores y juglares sobre distintos puntos de vista amorosos.
Teniendo en cuenta este imaginario cultural, podemos observar que el amor formaba parte del día a día cultural como lo hace en nuestros tiempos. Si hoy ponemos la radio, los trovadores actuales (con el debido respeto a los de antaño), cantan canciones de desamor y de enamoramiento tras chunta-chuntas insistentes. De alguna forma, no hemos cambiado tanto, si bien el concepto del amor sí muta sin cesar.
Entonces, ¿cuáles eran las características del amor trovadoresco o amor cortés? Vamos a ello.
Un amor al que no todo el mundo podía aspirar
Hay que partir de la base de que el amor cortés no era para todo el mundo de la sociedad. Tal alto estadio de la existencia humana solo podía ser alcanzado por las clases más altas. Por tanto, las clases bajas tan solo podían contentarse con las canciones de los trovadores, en las que se narraban las hazañas amorosas de unos participantes del juego del amor que estaban por encima de ellos, cultural y socialmente hablando. Así, los actores del amor cortés debían ser los caballeros y las damas, mientras que los villanos se limitaban al casamiento como mero paso lógico en la vida de una persona; el emparejamiento por afecto y con la intención de procrear y subsistir.
Si dos personas de clase baja se enamoraban como hoy lo entendemos, en su sociedad esto no era amor, sino puro afecto. De hecho, como trataremos más adelante, el matrimonio no era la culminación del amor, sino una situación más cercana a la buena relación y, como ya he dicho, al afecto.
El amor cortés, como vemos, tiene su base en la desigualdad. Y no solo en la desigualdad por clases sociales, sino en la desigualdad entre los contendientes del amor. De forma diferente a lo que pudiera parecer (en atención a la época en la que surgió el amor cortés), la mujer pretendida se colocaba en un plano superior al hombre que la añoraba.
Por tanto, partimos de la siguiente base: el amor cortés solo podía ser disfrutado por las clases altas, que tenían la capacidad cultural para jugar a ese juego. Ellos, los caballeros enamorados, trataban de forma insistente, si bien respetuosa y detallista, de cortejar a las damas, que eran colocadas en un pedestal moral, a una altura a la que el enamorado no podía siquiera aspirar. De hecho, el amor cortés era un reflejo de las relaciones de vasallaje, donde el hombre representaba al vasallo y la mujer añorada a su señora.
La amplia literatura sobre el amor cortés sitúa al mismo a medio camino entre el deseo erótico y la superación del individuo. Algo así como un camino que el caballero debía recorrer, lleno de desmanes y pruebas desagradables, cuyo premio final era la aceptación de la dama añorada. Este tipo de amor ha permeado a lo largo de los años y, si bien muchos de los actos llevados a cabo por los caballeros en esta época hoy serían denunciados por ser constitutivos de delito de acoso, las historia de valerosos guerreros que salvan a damas de dragones y sufren miles de peligros para contentarlas siguen vigentes en nuestro imaginario, culminando montones de obras de fantasía actuales.
El deseo no satisfecho, espina dorsal del amor cortés
Como el amor platónico, ese que es perfecto pero se encuentra en otro plano de la existencia al conformar en sí mismo el propio concepto de amor, el amor cortés sublima su existencia al no ser correspondido. La gasolina que da vida al caballero que corteja es el hecho de no alcanzar su objetivo, ese deseo siempre insatisfecho al inicio, que le hace recorrer ese camino del amor cueste lo que cueste.
Ella estaba por encima de él, y dentro del juego del amor se contenían los continuos rechazos de la dama hacia el caballero, que en ocasiones podían llegar a ser pruebas crueles (assag), pero él las trataba de enfrentar siempre.
Hay multitud de cuentos que se siguen contando hoy día, en los que muchos pretendientes luchan por la misma dama, que se limita a ponerles pruebas desagradables desde su castillo, con la esperanza de encontrar al adecuado en el que que más desavenencias amorosas supere. Estos cuentos, si bien tienen finales que difieren del amor cortés más puro, tienen como origen esta forma de amor.
Este espíritu de superación del caballero cortés, que siempre insistía, hoy no sería bien recibido, si bien en esa época era una demostración de genuino interés, y debía ser respondido por ella con la negación constante, toda vez que entra en la ecuación un nuevo ingrediente: el matrimonio de ella.
Como comenté más arriba, el matrimonio no constituía la sublimación del amor, sino que era una institución, que en las clases altas solía responder a conveniencias económicas, familiares o políticas. Los cónyuges terminaban por profesarse afecto, pero no era amor lo que habitaba entre ellos. Así, el marido de la dama, en el juego del amor cortés, recibía el nombre de gilós, que significaba celoso.
Entonces, el caballero admiraba a la dama y la pretendía en secreto. Deseaba rozarla, añoraba su belleza y se contentaba con conseguir siquiera un pelo suyo, y ella también lo admiraba a él. El juego era recíproco, si bien peligroso. Ella observaba desde su trono moral lo valeroso de su enamorado, su ingenio y su cultura, y se sentía admirada por él, lejos de percibirse acosada. El gilós, su marido, era entre otros el motivo por el que ella debía rechazarlo. El amor cortés era un juego prohibido, un intercambio de miradas y una danza de negativas no deseadas que se veían forzadas por un matrimonio preexistente donde el amor no vivía.
Al amor cortés lo rodeaba un halo de misticismo, algo así como una admiración religiosa de él hacia ella. La observaba como el católico a la Virgen, venerándola. El rasgo espiritual del amor cortés denota que no estamos ante un simple enamoramiento de jóvenes actuales, sino ante una institución superior, una suerte de sentimiento que hoy se ha olvidado y que posiblemente nadie que viva hoy en día pueda siquiera aspirar a sentir, toda vez que nuestro concepto de amor choca frontalmente con el que estamos explicando aquí.
La aceptación de la dama, la máxima aspiración del amor cortés
Entendiéndose el amor cortés como una suerte de camino del héroe que el caballero enamorado debía recorrer para con su amada, siempre superior y admirada por él, podríamos considerar que la recompensa de tamaño viaje era la consecución de la dama. Pero esto no es así. Bueno, lo es, pero con matices.
Como hemos comentado, la dama solía estar casada, de forma que la consumación erótica supondría un peligro para su honor. El amor cortés, como el precitado amor platónico, encontraba su meta en la sonrisa final de la dama. En la aceptación sutil de la misma hacia su pretendiente, que tras sufrir lo indecible para conseguir su favor, recibe por fin la confirmación de ella. Ella termina aceptando, si todo sale bien, los pequeños homenajes del caballero, que da por satisfecho su amor.
El amor cortés no acaba con un y comieron perdices típico de Disney, sino con la simple confirmación de que lo prohibido no puede sobrepasarse por respeto al honor de la dama amada. Con la aceptación de que existió una lucha secreta entre un enamorado y los favores de una mujer que no podía aceptarlo.
El deseo insatisfecho, al menos en lo puramente erótico, termina siendo superado por esta aceptación casi tácita de la dama, que cuando va accediendo, permite observar al caballero su rubor, su acaloramiento y su mirada, si bien estos detalles acompañados de una sonrisa prohibida son lo máximo a lo que el hombre podía aspirar. El cambio de ella para con él era el final de esta historia que no podía acabar bien porque nunca había empezado por prohibición social.
Podríamos concluir que el amor cortés terminaba en con una leve amistad entre caballero y dama, o si lo queremos actualizar a los tiempos que corren, que lo explican todo con anglicismos, la dama friendzoneaba al caballero y se quedaba tan ancha.
¿Y si volviera el amor cortés?
Esta pregunta, que da título al post completo, es la que me planteé para ahondar en esta tipología de amor que, si bien hoy no se practica porque sería socialmente imposible de aceptar, sigue en nuestra idiosincrasia, entre detalles aparentemente inocuos de canciones, películas y diferentes obras culturales.
El amor de hoy, mucho más etéreo, más casual y erótico, es incompatible con el amor cortés. Como he dicho, algunas de las actitudes del caballero hoy podrían denunciarse, por mucho que su insistencia tuviera como motor el genuino interés. Hoy es muy difícil encontrar caballeros y damas, y la sociedad actual trata al matrimonio como algo cuasi sagrado, o al menos digno de un respeto superior. El cónyuge, hoy, es el ser amado, y lo que he descrito como amor cortés en la actualidad sería tildado de affair sin más.
Si habéis llegado hasta aquí, espero que hayáis disfrutado de esta reflexión y os lanzo la siguiente pregunta: ¿cómo creéis que será el próximo tipo de amor, el amor del futuro?
Ahora me toca a mí leer vuestras reflexiones.
Me ha gustado Edu. Me ha gustado mucho. Conocía el amor cortés, dada mi pasión por la Historia y la poesía. Entre los trovadores habían muchos poetas, no sólo músicos, y al amor cortés muchas veces lo llamaban «amor caballeresco» precisamente por lo que cuentas de las damas y los caballeros. Debió ser una época complicada, desde el punto de vista del amor, pero también muy bonita, debido al código que esos caballeros debían seguir: respeto, discreción, cortesía, obediencia…
Lo que me falta en tu carta es tu reflexión sobre el amor futuro … 🤓
Nos has pasado a nosotros la patata caliente, y la verdad es que yo no sé ni qué decir a ese respecto. Tan sólo esperar que a que sea un amor libre, el más libre comparado con tiempos pasados y sin prejuicios, porque eso significará que algo hemos avanzado con el paso de los años y de los siglos.
En cuestiones de amor poco puedo aportar. No supe mantener una relación de más de 20 años con mi ex, así que no estoy yo para aportar mucho en estos temas… 😅
Gracias por estar. ❤️
#MeHaEncantao tu texto, Edu. Me recuerda la película «Relaciones peligrosas», con John Malkovich, Glenn Close y Michelle Pfeiffer, tan perfecta en su papel que me dejó «cortésmente» enamorado. 😇
Respecto de tu pregunta, «pienso con el deseo» que la Humanidad avanzará hacia un amor de pareja que supere la genitalidad y la mezquindad que hemos conocido y logre asumir a la pareja (ambos, ninguno arriba) con el respeto y la veneración por lo sagrado que se alcanzan desde la comprensión de la dignidad humana y del misterio de la vida en general.
Me parece que estamos dando pasos hacia ello, como la afirmación de la libertad mutua como condición fundamental para la relación. Esta libertad mutuamente reconocida, en sí mismo y en el otro, eleva el valor de la fidelidad o del simple quedarse en la relación, porque ya no son resultado del compromiso, el miedo, la culpa o la vergüenza sino de una decisión libérrima que confirma cada día el amor genuino: «estoy contigo porque así lo deseo».
Estamos redescubriendo el amor al resto de naturaleza, en bosques, gatos y perros, y de allí avanzaremos a incluirnos en la naturaleza y a aprender a aceptarnos y abrazarnos como ya lo hacemos con árboles, gatos y perros.
Será ese un momento de sanación de tantas heridas que nos ha causado la violencia y el sometimiento de unos a otros durante generaciones y siglos.
Como advertí, no sé si sea visión de futuro o simple deseo. 😅
Gracias por tu texto. 🙏🏽
Namasté. 🙏🏽