¡No me expliques cómo tengo que escribir en mi newsletter!
Me gusta mucho mantener esta parcela de internet ordenada, presentable y bonita. Por mí y por los eventuales visitantes que quieran perderse entre sus páginas. Pero tengo un problema.
Desde que empecé a escribir semanalmente esta newsletter, comencé a tomármela como mi rincón privado de internet. Mi casa de la red, a la que dedico horas y esfuerzo mental para que esté como a mí me gusta. Y como ya dije en algún momento, el secreto para conseguir publicar cada semana (cosa que, si tú también escribes, sabrás que cuesta bastante cumplir) es que escojo los temas que me gustan a mí.
Parece contraintuitivo, pero yo no escribo para ti, que estás leyendo esto, sino para mí.
Si te parece un mensaje difícil de entender, o incluso algo desagradable por mi parte, dame la oportunidad de explicarme y sigue leyendo (prometo que soy un tío de lo más agradable).
Mi newsletter es mi locus amoenus digital
El locus amoenus (traducido como lugar ameno), es un concepto del mundo literario que da nombre a ese lugar, que no tiene por qué ser físico, que es tranquilo para el autor o el personaje. Es una zona que invita a la reflexión, a la conversación y a la lentitud en el buen sentido. Esta newsletter nació con la intención de constituir mi locus amoenus del mundo online.
En una época tanto vital como histórica en la que todo se complica, se tergiversa, se hace difícil y se retuerce hasta lo extremo, estas pequeñas cartas que lanzo al océano de internet son mi rato de paz y calma mental de la semana. Hay hobbies de todos los colores y el mío es este: pensar, idear, escribir y compartir mis conclusiones, con la esperanza (si bien esto último es secundario) de que resuenen con algún desconocido a quien puedan hacer reflexionar. Incluso, si esta reflexión termina en un comentario en el que se aporta algo nuevo que me haga a mí reflexionar de vuelta, aún mejor.
Sapientia cumple por tanto la función de hacerme aprender, porque el hecho de haberme marcado la meta de la publicación semanal me mantiene activo en la búsqueda de ideas. Me ha vuelto más curioso, más estudioso de lo que me gusta, y me está ayudando a recordar por qué amo la escritura. Que exista como página web, como algo material, hace que me empuje a no dejarla. Si escribiera mis ideas en un cuaderno, sé que abandonaría el proyecto pronto, porque no tendría la obligación de mantenerlo decente para los visitantes. Es esta tangibilidad lo que me mantiene en foco. Soy consciente de que soy la persona que más lee los artículos que publico aquí, y está bien. No publico para ser leído por multitudes, sino para sentirme feliz cada vez que un nuevo miércoles, sin excepción, recibo un autocorreo electrónico en el que se me indica que Sapientia tiene una nueva entrega.
Me gusta mucho mantener esta parcela de internet ordenada, presentable y bonita. Por mí y por los eventuales visitantes que quieran perderse entre sus páginas. Pero tengo un problema.
Los gurús y su insistencia en cómo tenemos que publicar
De un tiempo a esta parte, observo que están proliferando como hongos las publicaciones de personas que te explican mediante elaboradas guías de paso a paso cómo construir audiencias, cómo escribir de forma elocuente, cómo buscar ideas que interesen al público, etc. Si te mueves por cualquier red social, te sonará esa cantinela. Publicaciones del tipo: “Sigue estos cinco pasos para conseguir mil seguidores”, “¿Cómo conseguí una audiencia de cinco cifras en dos meses?” o “Te explico cómo ganar dinero con tu perfil”. No puedo, de verdad.
Al principio de entrar en Substack (la plataforma desde la que preparo mis artículos y donde alojo mi newsletter), había menos. El ambiente tenía ese qué sé yo, ese intangible de antigua red de hace diez años, donde las personas se prestaban ayuda, publicaban mensajes de cierto calado y reinaba un ambiente de lo más agradable. Gracias a esos días, conseguí seguir a personas bastante interesantes y auténticas, pero de un tiempo a esta parte, no hay día en que no se me cuelen por la pantalla decenas de gurús de la red que me prometen técnicas infalibles para conseguir resultados palpables en tiempo récord.
Dejando de lado que su tono me recuerda al de los nuevos ídolos y las sectas digitales a quienes que ya dediqué un post aquí, esta nueva situación me han hecho reflexionar bastante.
Quiero dejar claro que no estoy escribiendo esto por nadie en concreto, sino por un tipo determinado de contenido que poca cosa aporta. Sigo a bastantes personas que escriben sobre temas similares, pero creando un contenido genuinamente valioso. Creo que cualquiera que lea estas líneas sabe a qué tipo de perfiles me refiero. Existen en todas las redes sociales, y parece que ya se están extendiendo al hasta ahora virgen terreno de Substack.
En lo que refiere a la creatividad, a la escritura entendida como forma de plasmar sobre el papel lo que tienes dentro, no existen técnicas más allá que leer y escribir mucho. Es más, para tener un proyecto como este y mantenerlo semanalmente, algo así como un diario (que también hay muchos y muy buenos por aquí), no hace falta más que escribir lo que sientes. No existe gurú, líder o experto en marketing digital que me pueda explicar cómo llevar mi propio proyecto. Y menos, si no se lo he pedido.
No quiero muchos lectores, sino contentar al que llevo dentro
Estas cuentas, que se cuelan de forma subrepticia entre publicación y publicación interesante de cualquier feed de cualquier red social, basan todos sus argumentos en cifras. Todo son números, la persecución constante e infinita de los ceros. Conseguir mil para luego ir a por los diez mil y continuar a por los cien mil. Y luego, con suerte y tesón (y por supuesto, siguiendo sus infalibles métodos, explicados desde una cuenta con cien seguidores) convertir los cien mil en el ansiado millón. Y yo me pregunto, ¿es necesario esto siempre?
Es una especie de carrera de fondo, basada en técnicas cuasi matemáticas, en la maratón eterna de aumentar numeritos sin alma. Es dar más importancia a la cantidad de supuestas personas a las que llega el contenido que al propio contenido. No es el qué, sino el cuánto. No tiene sentido.
En mi caso, en el caso de Sapientia, sí es el qué. El cuánto no es más que una agradable consecuencia, que va aumentando de forma paulatina si le dedico suficiente mimo al qué.
Como ya he dicho en más de una ocasión, yo soy mi peor crítico. Cuando termino un borrador, lo dejo unos días para volver a él con el boli rojo de las correcciones. Y, de hecho, cuando lo reviso, siempre cambio cosas. Las más, multitud de palabras que considero que no tienen la correcta sonoridad o suficiente pegada en ciertas partes. Las menos (pero más dolorosas), párrafos completos que trato de cambiar para que reflejen mejor las ideas y que, si no lo consiguen, terminan condenados al botón de suprimir.
Desde mi punto de vista, crear es eso. Mancharte, volver al texto y pintarrajearlo. Aunque los editores de texto sean limpios y agradables a la vista, el hecho de volver al mismo texto varias veces a la semana para hacerle mil retoques es el equivalente al tachón y el puñado de folios arrugados en la papelera de antaño. El alma de crear es eso, según yo entiendo. Y eso es incompatible con técnicas, guías y el resto de maravillas sin parangón que los iluminados previamente descritos tratan de vendernos (generalmente, a cambio de unos pocos euros).
No necesito que nadie me diga cómo crear
En conclusión, no me gusta nada que la dictadura de lo productivo trate de colarse en todos los ámbitos de la vida, incluso en los que huyen de generar un producto. Estas líneas de Nuccio Ordine, escritas en La utilidad de lo inútil, uno de los libros de referencia de quien suscribe, vienen perfectamente al caso:
En el universo de utilitarismo, en efecto, un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro: porque es fácil hacerse cargo de la eficacia de un utensilio mientras que resulta cada vez más difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte.
No todos queremos vivir en ese universo utilitarista, y desde luego yo, con mi newsletter, lo que hago es tratar de huir de él. Pero se ve que voy a contracorriente, porque ya es imposible ver un vídeo en internet sin que te asalten cuatro anuncios o promociones de los propios creadores en los que te intentan explicar o vender algo que no quieres saber ni necesitas. Y este avasallamiento constante ocurre tanto en la vida física como en la digital.
Me apena observar que cada vez es más difícil encontrar publicaciones sin la pretensión, más o menos oculta, de conseguir guiar al lector a que haga algo. Entiendo que hay muchas personas que viven de eso, y me parece un trabajo de lo más digno, más cuando se ejerce de manera elegante y sin abusar. Pero es tal el grado de súper mercantilización y tecnificación que vivimos, que me enerva que un desconocido se cuele en mis redes para decirme cómo tengo que hacerlo para subir de seguidores.
¿Y si no quiero más seguidores? ¿Y si solo, por raro que parezca, escribo porque me encanta? ¿Y si este proyecto no tiene una pretensión económica, sino humanista? ¿Y si cada vez que pulso el botón de publicar no pienso en cuántas personas me leerán, sino en el bienestar que me produce haber cumplido una semana más mi propósito de escritura? ¿Y si solo escribo para mí?
Imagino que cualquiera de esas preguntas provocarían un bug mental en estos gurús, que rápidamente correrían a sus IA’s (otro melón sobre el que pronto escribiré) y a sus editores de texto para escribir un post para mí, algo así como: “Sigue estos cuatro consejos para iterar tu proyecto y conseguir tus primeros mil euros”. Artículo que no me leería, por cierto.
Sirva esta publicación como queja que lanzo al vastísimo océano digital, con la esperanza, esta vez sí, de que llegue a otros navegantes o náufragos que se limitan a capear su temporal, manteniendo bonito su barco o su isla, disertando y escribiendo mientras esquivan a los transatlánticos de lo productivo y a los petroleros de los números, que no entienden que en la mera belleza de crear hay más riqueza que en el dinero.
¡Déjennos en paz a los idealistas! ¡No traten de arrastrarnos a su universo utilitarista! ¡Déjennos no ser siempre productivos!
Te comprendo perfectamente Edu. Suscribo todo lo que dices. Yo también estoy escribiendo sobre esto. Así que no te escribiré un comentario kilométrico porque me da apuro.
Resumiendo, en mi opinión, la cosa solamente puede empeorar, por desgracia. Recuerda que algún día hablaremos de marcharnos de Substack. Así de negro lo veo yo. El problema es que las redes sociales han dejado de ser «sociales» y de servir de interacción entre personas con unos mismos intereses para convertirse en «redes de compra-venta». Por eso irá a peor, todo el mundo está en las redes sociales, éstas hacen negocio y todos los que quieren vender usan las redes sociales. Esto hace que gente como nosotros, quede relegada a un lado y que nos «moleste» esas técnicas de negocio que comentas.
Si lo piensas bien, antaño cada red social era para una cosa diferente. No había ruido ni intromisiones. Ahora todas son para todo. Una locura. Pero como digo, estoy escribiendo sobre esto. En breve lo verás.
Yo también escribo para mí. Para luego volver a mis textos pasado un tiempo y ver cómo uno va avanzando y aprendiendo cosas nuevas. Eso es lo bonito. Contar tus experiencias y si a alguien más ayudas de paso, pues más bonito todavía.
Gracias por estar. ❤️
“Es mejor escribir para uno mismo y no tener público, que escribir para el público y no tener uno mismo”.
- Cyril Connolly