¿Reinventarse ahora implica que lo anterior no mereció la pena?
Esto no es un escrito de autoayuda, sino un análisis de cómo nos centramos en tomarnos todo lo cuestionable del pasado como un desperdicio, cuando solo hace falta pensar un poco más.
El otro día, en un capítulo de podcast que llegó a mis oídos, comentaron el término “costos hundidos”. Yo estaba en la cama a punto de dormirme, pero conseguí apuntar en el teléfono el concepto para utilizar los ratos muertos de la semana para profundizar un poco en el mismo. Después de unos días de reflexión, he llegado a algunas conclusiones interesantes, y ya que escribir (como leí hace años en un blog perdido) es mi segunda forma de respirar, voy a dejar plasmadas aquí las conclusiones que he sacado.
¿Qué es un costo hundido?
El costo hundido, con permiso de los economistas o inversores que puedan leer esto, son los costes que se han soportado en el pasado para llevar a cabo un proyecto, inversión o similar, y que ya no pueden ser recuperados. Es un concepto que solo se entiende en retrospectiva, ya que ese coste se soportó en el pasado y se entiende hundido desde el punto de vista del futuro, volviendo la vista atrás. Con esta única explicación, podría parecer que un costo hundido es cualquier dinero, tiempo o esfuerzo que hicimos en el pasado, pero yo estoy convencido de que la cosa va más allá.
No quiero centrarme en el dinero, porque ni tengo formación ni interés en ello. Prefiero que este escrito gire en torno al tiempo o al esfuerzo, porque voy a llevarlo por unos derroteros diferentes al puramente económico. El apelativo “hundido” es negativo. Algo que se hunde se percibe como perdido, desaprovechado, sumido en unas profundidades de las que jamás podrá salir. Por ende, los costos hundidos relativos al tiempo o al esfuerzo pasado pueden entenderse como el desaprovechamiento de estos importantes factores de la vida, cuya pérdida se percibe cuando ya es demasiado tarde, lo que implica una desazón difícil de explicar.
¿Nunca te has arrepentido por la forma en que enfocaste la carrera? ¿No te has planteado nunca que dedicaste demasiado tiempo y atención a aquella relación tóxica que no fue a parar a buen puerto? ¿Y ahora, que no tienes tiempo ni para pensar, no te tiras de los pelos por no haber aprendido inglés cuando tenías 20 años?
Después de darle mil vueltas al concepto puramente económico del costo hundido, creo que también podemos extrapolarlo a estos ámbitos. Podemos esforzarnos por entenderlo desde un punto de vista social, vital, e incluso cotidiano. Todas las respuestas a las preguntas que he hecho más arriba, y a otras miles que podríamos plantear, serán similares. Quizás no todas las personas se arrepientan de lo mismo, pero todas, estoy seguro, se arrepienten de algo. Ese arrepentimiento, si lo aderezamos con enfado y con esa sensación de tiempo perdido (o esfuerzo, como ya dije antes), dan como resultado los costos hundidos de la vida.
¿Se pueden recuperar los costos hundidos de la vida?
Rotundamente no. Mientras no exista una máquina del tiempo que te permita volver a ese tú de hace una década que jugueteaba en clase y no prestaba atención, mientras que no puedas volver a meterte en el pellejo de esa jovencita que insistía en una relación que nació muerta o mientras sea imposible, científicamente hablando, empezar a hacer ejercicio aquel verano de hace cinco años, la respuesta es negativa al cien por cien.
Ahora bien, creo que el error está en el enfoque. Me niego a pensar que los costos hundidos de la vida estén realmente hundidos. Pienso que todo lo que ocurre en la vida (tranquilo, no voy a decir que todo pasa por un motivo superior, la filosofía happy flower no es lo mío) trae consigo una consecuencia, ya sea mala o buena.
Si volvemos a las tres preguntas que planteé antes, puedes responder afirmativamente a cualquiera de ellas, pero si te limitas a decir que te arrepientes a toro pasado de cómo enfocaste la carrera, estás colaborando a hundir ese costo que te supuso la misma, hasta un nivel de profundidad que terminarás convencido de que lo mejor sería borrar esa etapa de tu vida.
En cambio, creo más correcto centrarse en aceptar que no se hizo bien, pero buscar cómo repercutió en tu vida actual. En lo personal, enfoqué la carrera mal y no aprendí lo que debería, pero a cambio conocí a mucha más gente de la que hubiera conocido de haber sido un ratón de biblioteca, y de hecho, hoy día tengo fuertes relaciones de amistad con esas personas que surgieron de mis irresponsabilidades o malas decisiones. El mismo ejercicio podríamos hacer a la hora de pensar en el caso de la relación tóxica. Una experiencia tan traumática difícilmente puede analizarse desde un argumento que no sea el borrado total de la misma. Yo no estoy de acuerdo, creo que hay que ir un paso más allá. Me opongo a aceptar que algo tan importante en la vida no traiga ninguna enseñanza. Llámalo perspicacia, precaución o como quieras, pero alguien con ese bagaje amoroso aprende algo siempre, por necesidad.
Lo mismo con el chico joven que se equivoca de carrera, con la niña que dedica muchos esfuerzos a formar parte de un grupo de amigas que al tiempo la dejan de lado, con la mujer que se esfuerza en un matrimonio que se acaba o con el hombre que dedica demasiados años a vivir en ese limbo joven-adulto y cuando da el paso a la vida real observa que se ha quedado atrás.
Todo, absolutamente todo puede traer consigo una enseñanza. E insisto, no tiene que ser una enseñanza buena. Esto no es un escrito de autoayuda, sino un análisis de cómo nos centramos en tomarnos todo lo cuestionable del pasado como un desperdicio, cuando solo hace falta pensar un poco más.
¿Cómo nos influyen los costos hundidos a la hora de reinventarnos?
Últimamente, el término “reinvención” me da más vueltas a la cabeza de las que me gustaría. Puede que sea una época rara en lo profesional, una llegada a los treinta por todo lo alto (con su consecuente crisis vital) o un exceso de lecturas, vídeos de internet y alguna que otra magufada. El caso es que, al conocer por primera vez el concepto de costos hundidos, me he dado cuenta de que llevo meses con el mismo en la mente sin saberlo.
Cuando piensas en reinventarte, por ejemplo al considerar que tu trabajo no es el adecuado para ti, rápidamente el cerebro responde con oleadas de objetividad, de aprisionamiento y de excusas. Y muchos de estos escudos que la mente interpone antes de que tomes acción por un verdadero cambio, son pensamientos sobre costos hundidos.
“Cómo vas a cambiar de sector, con la de años que dedicaste a estudiar Derecho”, “¿de verdad piensas que dejar tu trabajo en un despacho es lógico, habiendo invertido tantísimo esfuerzo en estar donde estás?”, “¿no te das cuenta de que los años, el dinero y las horas que echaste en la facultad no habrán servido para nada si te dedicas a algo diferente?”, y la peor de todas; “¿acaso piensas que alguien te va a devolver esa inversión?”.
Los costos hundidos son un ancla (siguiendo con los símiles náuticos) que usa el cerebro para evitar un cambio que hace saltar las alarmas. Al menos, yo ahora los percibo así. El instinto de conservación y supervivencia que nos caracteriza usa de forma torticera estos costos (falsamente) hundidos para que permanezcamos en la misma silla siempre. Pero creo que hay que hacer el ejercicio de antes, y más si el motivo de tu cambio es puramente profesional.
No existen los costos hundidos en relación a la formación pasada. Dejarnos convencer de que hacer un cambio de tal calado es contraproducente porque el tiempo y esfuerzo que invertimos en estar donde estamos se perderán en el vasto océano es un error de bulto. De hecho, creernos que de algún modo estamos amortizando aquellas inversiones con un inmovilismo incómodo es nefasto, por falsario y por conformista.
Cualquier cosa en la que te formaste, sin importar el modo en que lo afrontases, siempre otorga habilidades (hablé sobre habilidades transversales en este otro post). La consecuencia de hacer cualquier cosa trae consigo un mejoramiento de aptitudes, por nimias que parezcan. Ir a la facultad a perder el tiempo mejora las habilidades sociales, tomar cerveza en el bar en lugar de ir a cursar Derecho Administrativo te hace ampliar tu círculo de amistades. Incluso pintarrajear en los apuntes puede que, de algún modo, implique el inicio de una meteórica carrera artística (esto último, por supuesto, es una exageración).
Es normal, incluso necesario, arrepentirse de ciertas cosas, pero es peligroso que esos arrepentimientos nos paralicen para siempre, usando como excusa que los esfuerzos invertidos nunca volverán. Pero es más, ¿acaso hay algo del pasado que vuelva nunca? Mi punto, como conclusión, es que los costos hundidos de la vida realmente no lo están, y toda mala decisión contiene una pequeña porción de aprendizaje y de consecuente aprovechamiento.
Esto no es un manifiesto por el cambio de vida, no es una arenga para que lances hacia atrás la silla de tu oficina y te vayas por la puerta ni una manifestación de positivismo vacío. En absoluto, pero sí es una crítica a las excusas que nos ponemos. “No hagas esto, porque el tiempo que invertiste se hundirá.”
Y yo me pregunto, ¿de verdad el tiempo o el esfuerzo se pueden hundir?