La vida y sus últimas veces
Me resulta poético que no todo sea susceptible de ocurrir por primera vez, pero sí por última, porque la vida avanza pero no retrocede.
Caminaba con mi novia hace unas semanas por Cádiz. Ella es de allí, y conforme paseábamos en busca de una pastelería, iba recordando ciertas esquinas y comercios, analizando los cambios que el tiempo había impuesto a sus calles de toda la vida. Como ya no vive en Cádiz desde hace años, esos cambios se hacen más claros, y que donde antes había una mercería de las de siempre ahora haya un Burger King, además de chocante, es triste y da que pensar.
Íbamos charlando sobre cómo cambian los sitios cuando al cruzar una esquina, me dijo que la avenida que se abría ante nosotros era la calle que había transitado diariamente durante más años en su vida. Y acto seguido se preguntó, sin esperar la respuesta de nadie:
¿Cuál sería la última vez que caminé por esta calle como parte de mi día a día para ir al colegio?
Inmediatamente, supe que escribiría en Sapientia sobre ello. Sobre las últimas veces y sobre nuestra no consciencia de que lo son.
Las primeras veces y el recuerdo
No nos damos cuenta, pero la vida está llena de primeras veces memorables. Los primeros pasos, la primera palabra, el primer amigo, el primer amor… Esos inicios nos abren la puerta a sucesivos caminos vitales, nos marcan la pauta por la que avanzar para que nuestra vida se desarrolle en plenitud. Y siempre se suelen recordar, para bien o para mal. La primera vez que me caí de la moto es algo que ocurrió hace quince años, y te aseguro que te lo podría contar con pelos y señales ahora mismo. Lo mismo me pasa con la primera vez que mi madre me dijo que iba a tener un hermano, o el primer día que tuve que visitar un tanatorio. Esas primeras veces nos marcan el recuerdo y se asientan en nuestra cabeza como hitos desde los que comenzaron a ocurrir cosas. A raíz de mi caída de la moto, por ejemplo, aprendí a conducir con más cuidado, supe que el asfalto quema una barbaridad y que no hace falta ir demasiado rápido para sufrir un estropicio.
Estas primeras veces las percibimos como algo natural, somos conscientes de ellas mientras las estamos efectuando, y en ocasiones buscamos en nuestra memoria para recordarlas, ya sea por necesidad, con intereses humorísticos, por nostalgia o por pura supervivencia. Pero la pregunta de mi novia no hablaba de la primera vez que pasó por la calle de marras. Ella se refirió a algo mucho más etéreo; a la última vez que lo hizo en una fase concreta de su vida. ¿Cómo habría sido aquella vez definitiva? No lo sabía. ¿Sería un martes? ¿Ocurriría en verano, o quizás la última fue en otoño? Al contrario de las primeras veces, las últimas son una incógnita.
Y ojo, no me refiero a la última vez que comiste pasta, porque ese plato puedes levantarte, prepararlo, y volver a comerlo de nuevo, sino a las últimas veces definitivas. Las que ponen punto y final para siempre a algo en la vida.
Las últimas veces y la infancia
Todo está repleto de últimas veces, y el cambio de la infancia a la madurez está salpicada de estas. Es echando la vista atrás cuando más se perciben estos agujeros de nuestra existencia. Entiendo que es normal que la cabeza no dé para recordar todos y cada uno de estos detalles, porque además de ser inútiles, ello supondría una cantidad de información imposible de gestionar, pero ¿acaso no te gustaría saber cuál fue el último día que fuiste al recreo con tus amigos de la infancia? Ese día, soleado o nublado, qué más da, tú no sabías que algo cambiaría para siempre y que estabas asistiendo a ese jardín de infancia, el de toda la vida, por última vez. Lo mismo con la última clase del instituto, con el último examen de la carrera o con la última palabra que tuviste con aquella persona importante en tu vida, de la que ya no sabes nada. ¿Eras consciente en todos esos momentos del hito que estabas viviendo, tan único que no se repetiría más?
Desde mi punto de vista, las últimas veces son mucho más importantes que las primeras. Mientras que estas inauguran épocas, abren el mundo a temporadas y a fases vitales, aquellas las cierran para siempre. Porque lo último no tiene continuación, es definitivo. Y lo que es definitivo ya no se puede reabrir. Es raro decirlo porque resulta obvio, pero hubo un día en que te levantaste sin saber que sería la última vez que caminarías por determinada calle, como le ocurrió a mi novia. Otra vez fue la última de tu vida en que compartirías seis horas diarias con la gente que hasta entonces consideraste tu núcleo social. Y hubo una noche, aunque no te lo hayas planteado, que fue la última que dormiste en tu cama de casa de tus padres.
Lo cierto es que esta reflexión es algo triste, porque si te paras a pensar, te darás cuenta de que hay multitud de últimas veces en las que no has reparado y que ocurrieron hace años, en silencio. De hecho, es muy probable que hoy hayas hecho algo por última vez para siempre, algo que no volverás a hacer nunca, y no eres consciente de ello.
La cotidianidad y las últimas veces
En lo cotidiano, igual que hay multitud de detalles impecablemente bellos, pero hay que saber pararse a percibirlos, también hay montones de últimas veces. Como dicta su naturaleza, están ocultas y pasan sin pena ni gloria porque no son excesivamente importantes ni escandalosas. Pero me gustaría traer a colación algunas de ellas, ya que cuando les dedicas unos momentos, te replanteas algunas cosas.
¿Cuál fue la última vez que visitaste un videoclub? ¿Te das cuenta de que no eras consciente de que el mundo analógico cedía al mundo digital? Pasa lo mismo con la primera vez que usaste un smartphone. Como digo, las primeras veces eclipsan a las últimas, y es por ello que recuerdas la primera vez que encendiste un Android o un Iphone, pero no la última que apagaste un Nokia, diciendo adiós a toda una época.
Y si eres padre o madre, ¿cuál fue la última vez que tu hijo te llamó por la noche? No pregunto cuándo, porque eso tiene una respuesta objetiva, sino cuál. ¿Cómo fue esa vez, fue diferente? ¿Acaso se diferenció de las veces que la precedieron, como para avisar en silencio de que tu retoño se hacía mayor? ¿Echaste en falta esas llamadas nocturnas después de esa última vez indeterminada?
Si te paras a pensarlo un rato, te surgirán decenas de últimas veces cotidianas. Y me encantaría que dejaras un comentario con alguna que te haya supuesto un shock al darte cuenta, que estoy seguro que la encontrarás.
Las últimas veces no se perciben en presente
Lo que torna a las últimas veces como algo digno de mención es su inevitabilidad y lo desapercibidas que pasan cuando están ocurriendo. Te das cuenta siempre a posteriori de que aquella vez fue la última, y eso las hace grises, casi pesimistas. Plantearnos que algo no volverá a ocurrir es triste, pero ser consciente de que no pudiste disfrutar de su último estertor deja en el paladar una sensación agridulce, como culpable. Es como plantarte ante una verdad desagradable: te pierdes demasiados detalles de tu vida.
Posiblemente todo esto sea un sobrepensamiento exacerbado del que me apetecía escribir aquí, pero me resulta poético que no todo sea susceptible de ocurrir por primera vez, pero sí por última, porque la vida avanza pero no retrocede. Es quizá lógico que no estemos programados para ser conscientes de que las últimas veces lo son, porque de saberlo, esa información no nos aportaría nada salvo desazón. ¿Acaso serviría para algo saber que este sería mi último post en Sapientia, o que el próximo café con un buen amigo será el último?
Creo que me quedo con la ecuación actual, la de no saber. Porque el ser humano no está preparado para lo trascendente, y mucho menos para lo definitivo. Bendita mente.
Los lugares, las personas y las últimas veces
De todas formas, me gusta pensar en mis últimas veces. Me gusta hacerlo desde el confort que da el tiempo y su perspectiva. Analizar que cuando vendí mi Vespa hubo un último paseo del que no fui consciente, que hubo un último verano de mi infancia en el que fui a coger cangrejos con mis primos como si fuéramos una partida de cazadores y que hubo un último golazo que metí por la escuadra en primaria.
Es diferente cuando pienso en las últimas veces relacionadas con personas y con lugares. Estas me producen vértigo, no sé por qué. Pensar que la última vez que visité Italia pudo ser la última, y lo que es peor, que si lo es no lo sabré hasta que vaya de nuevo (y en ese caso, volveré a tener la duda porque lo único que habré hecho es cambiar de última vez), me aturrulla la cabeza. Y con las personas, te puedes imaginar. Es abrumador pensarlo.
De hecho, este tema es uno de esos a los que prefiero no darle vueltas porque siento que su comprensión me adelanta por la derecha, sin luces y tocando el claxon como loca. Escribir este post, sin ir más lejos, me ha supuesto un ejercicio mental que espero que no se note en el tono, pero que me está costando más que otras veces.
En definitiva, las últimas veces viven en la cara B de nuestra existencia. Ocurren constantemente delante de nuestra cara, pero como tenemos la falsa sensación de que viviremos para siempre y de que la vida es inmutable, nunca pensamos que algo se esté haciendo por última vez. No me refiero que no se volverá a repetir porque vayamos a morir, sino porque la vida está llena de cambios, de mudanzas, de rupturas, de opiniones y de giros. Y todas estas mutaciones implican constantes finales.
Aunque, como digo, mejor no saberlo. Mejor centrarse en las primeras veces y en su consecuente esperanza. Es mucho más bello.
Edu, me ha encantado este texto. Curiosamente hace un tiempo escribí algo sobre este tema que no sé ni dónde andará, porque es algo que me ronda a menudo la cabeza. Ojalá fuéramos conscientes de estar viviendo esas últimas veces, para poder grabarlas a fuego entre nuestros recuerdos. Por mi parte, me encantaría recordar con claridad la última charla con mi madre, antes de que la enfermedad lo arrasase todo. Gracias por volver a hacerme pensar en ello.
Guardo dentro demasiadas "últimas veces" de mi trabajo. A veces las ves venir y voy a despedirme. Otras no.
Una de esas veces que no fue de prácticas. Fui a la habitación a ponerle medicación inhalada a un paciente. Le costaba tanto respirar que no pudo decirme nada. Igualmente me dijo "gracias" con la mirada. El diagnóstico lo supe más tarde, con el pase del médico, y no era bueno.
Al día siguiente ya no estaba. Esos ojos azules no se me olvidarán jamás.