Lo que volver a tener moto significa para mi salud mental
Sé que parecerá contradictorio, pero yo no me considero motero. Ni muchísimo menos. A mí lo que me gusta es montar en moto.
Escribo esto un par de horas antes de ir a recoger una nueva moto que ha llegado a mi vida. Sin entrar en detalles personales, la cosa es que hace cuatro días nada apuntaba a que hoy fuera a tener una dos ruedas, y estoy encantado. Me la han regalado sin esperarlo. Es una moto perfecta para lo que yo la uso, preciosa, fiable y japonesa (que esto último, en motos, son palabras mayores). Vuelve a abrirse ante mí el mundo de las carreteras, del vamos a dar un paseíto sin más, del viento en la cara. De la libertad sobre el pum pum pum de un motor de carburación. Este no será un post sobre motos, aunque pudiera parecerlo. Pero déjenme primero explicar lo que es para mí el hecho de volver a tener moto.
Escribiré este artículo durante varios momentos. Sirva esta introducción como recordatorio del montón de dudas y nervios que experimenté al ver de nuevo ante mí este mundo de carretera, manillar y libertad. Mientras espero, releeré aquella carta, A mi vieja Vespa, que publiqué en los albores de Sapientia.
Vuelven las antiguas sensaciones perdidas
Ya llevo un par de días con la nueva compañera de carretera, y las sensaciones que mi antigua Vespa me provocaba han surgido ipso facto. Pensé que volver a rodar sería algo a lo que me acostumbraría de forma paulatina, pero se ve las habilidades, las ganas y las impresiones relacionadas con el manillar y las dos ruedas reposaban pacientes en algún lugar de mi cerebro, deseando ser llamadas de nuevo.
El caso es que todos estos detalles, percibidos por mi cuerpo cuando conduzco en moto, son procesados por mi cabeza de curiosa manera, regalándome antiguos sentimientos de libertad, que relaciono directamente con mi adolescencia y primera juventud, que creía marchitos. Imagino que cada persona tendrá un disparador de estas sensaciones antiguas, que creía que se esfumaban por la inevitable cuestión de cumplir años, pero que pueden ser despertadas tocando la tecla adecuada. En mi caso, rodar en moto es una de esas teclas (estar con mis mejores amigos es otra de ellas, si bien este tema ya lo toqué unos posts más atrás), y hacerlo me reconecta con un Edu que vivió hace ya varios años.
Si alguien está leyendo estas líneas, le impelo a que haga una pausa para pensar en su disparador. Puede ser algo tan nimio como cocinar, un acto tan cotidiano como desayunar huevos duros o caminar por cierta orilla de cierta playa de antaño. No lo sé, esto no es matemático, pero parece que nuestro cuerpo pone en suspensión algunas sensaciones agradables, a veces causa de tremenda nostalgia, que tan solo esperan a ser despertadas con la conjunción aparentemente absurda de algo que ni siquiera te has planteado. Como digo, en mi caso, montar en moto es uno de mis disparadores más potente. Y ahora, con esta nueva moto a la que sigo conociendo tímidamente, estoy recuperando cosas que se perdieron años atrás.
La carretera y aquella sensación de libertad
Podría enumerar muchas sensaciones que este par de días he atisbado que se esfuerzan por volver a la luz. Sé que cuando me familiarice con el nuevo vehículo, aún desconocido aunque ya duerma en mi garaje, la felicidad de recorrer carreteras de mi adolescencia, la diversión de los planes inesperados de fin de semana o la practicidad cotidiana de ponerme el primero en los semáforos irrumpirán de nuevo como esos amigos de toda la vida sobre cuyas ausencias el tiempo no es un agravante. Pero todas ellas, si bien me hacen la vida más alegre y productiva, quedan relegadas a un segundo puesto cuando hablo de la sensación que más añoro de mis antiguos años de moto y carretera. La libertad.
Parece un tema manido, pero no puedo decir otra palabra ni siquiera para hacer más atractivo u original este post. Es la libertad, o mejor dicho, la sensación pura y genuina de libertad que me otorga la moto, lo que más echo de menos de antaño. Y en este puñadito de kilómetros que he hecho en estos días, he notado que muy profundo, mucho más que las otras sensaciones que están a flor de piel ya, me ha saludado con ganas de volver a rodar juntos.
Es difícil, sino imposible, describir el color rojo a un ciego de nacimiento, al igual que lo es tratar de explicar la emoción de libertad, en su significado más objetivo y arcaico, que me produce el conducir porque sí. Estoy seguro de que esto será percibido como una exageración, y como he dicho en otros párrafos parecidos a este en otros post, probablemente lo será, pero juro que es como me siento.
El simple hecho de volver a tener bajo mi poder kilómetros y kilómetros como un lienzo en blanco para rodar y pensar, me otorga una paz mental reparadora. En estos días arduos de septiembre, que además estoy viviendo solo porque mi pareja ha de estar fuera unas semanas, sé que conducir será mi bálsamo. Este no es un artículo de motociclismo. Esto no va de cascos integrales, de centímetros cúbicos ni de la lista de los diez mejores bares para moteros. Esto es dejar por escrito lo que me alegra volver a reconciliarme con las motos como terapia. Volver a recuperar la sensación de libertad suprema.
Yo no soy motero, a mí me gusta montar en moto
Sé que parecerá contradictorio, pero yo no me considero motero. Ni muchísimo menos. Y puedo asegurar que esa aseveración no es la consecuencia de un acusado síndrome del impostor, qué va. La vida motera, las agrupaciones, los desayunos a doscientos kilómetros de casa, las curvas a velocidades a las que no estoy dispuesto y los motores más ruidosos que un camión no me gustan. Me dan miedo, me recuerdan constantemente que la línea que separa la vida de la muerte es ínfima, y que disminuye en entidad de forma inversamente proporcional conforme más potencia tiene la moto en la que desarrollas ese modus vivendi.
A mí lo que me gusta es montar en moto, que es muy diferente. Como ya dije en el artículo que enlacé al principio, yo soy de Vespa. De ir a cincuenta con un casco pequeño, unas gafas de sol y un viento de lo más agradable acariciando mi cara. Soy de buscar carreteras perdidas y evitar autovías. De rehuir de las señales de los límites de velocidad de tres cifras. De vamos a tomar un algo en el pueblo de al lado y volvemos en una horita. Como empieza a ser costumbre en Sapientia, creo que el término adecuado para describir lo que yo disfruto es el slow-driving. Y no se entienda el slow- como que me agobia correr en la moto (que también), sino como una declaración de la forma en que me gusta tomarme el motociclismo. Como una suerte de terapia sobre ruedas, un rato para mí o un lapso de tiempo en el que tan solo pienso en las pequeñas cosas.
Ya hablé en otro post sobre el montón de detalles ínfimos, casi invisibles, que nos perdemos por vivir demasiado rápido, y esta forma de tomarme las motos no deja de ser la confirmación de ese pensamiento. Si tan solo parpadear puede hacernos no percibir muchos detalles, de cuánto más puede privarnos la velocidad física en la carretera. Además de ser algo potencialmente peligroso, también es una forma de disfrutar de este hobby contraria a la vida que me esfuerzo por vivir.
Mi otro disparador de emociones perdidas: la escritura
No puedo cerrar este artículo sin mencionar mi otro gran hobby que me ayuda en mi día a día, y no es otro que la escritura. De hecho, voy a dedicar un futuro artículo a lo que escribir significa para mí, pero creo que un par de apreciaciones al respecto pueden conformar un buen final para este artículo no-motero.
Escribo estas líneas un domingo por la noche, como ya es costumbre en mi horario semanal. No está apuntado en ninguna parte, pero la escritura, gracias al proyecto Sapientia, ya se ha convertido en mi no negociable semanal. En mi rutina, en mi obligación agradable. Es escribir, por encima de montar en moto, mi disparador de emociones por excelencia. Es aquello que me hace reconectar con antiguos pensamientos, sensaciones e ideas. Es lo que me permite observar cómo cambio, lo que me deja conocerme poco a poco, cada vez más.
Y sé que montar en moto, al otorgarme tiempo para pensar, también me sirve para inspirarme. De forma que tengo la suerte de que mis dos grandes disparadores se retroalimentan. Por fin vuelvo a tener los dos al alcance de la mano.
Cierro con orgullo este pequeño artículo, que habla de todo menos de motos, instando a quienes hayan llegado hasta el final a que busquen sus disparadores, sus hobbies, sus lo que sea. A que reconecten, a que no dejen que las sensaciones antiguas se pierdan, a que no abandonen lo que una vez les emocionó. Y a que, aunque mirando siempre adelante y sin dejarse vencer por la nostalgia, luchen por recuperar esas cosas buenas que de alguna forma nos forjaron. Yo consigo recordarlas y atesorarlas en mi presente con paseos en moto disfrutones y con sesiones de escritura semanal. ¿Y tú?
Aunque nunca he montado en moto, recordé los días en que hacía natación, esa desconexión total del mundo, el tener ese espacio solo para mí, para explorar mis pensamientos fue el simil que encontré. Coincido en que la escritura es lo que más dispara mis emociones también, es más fácil de practicar en el momento que sea. También la lectura de una buena novela de ciencia ficción me lleva a la casa de mis papás cuando jugaba en la sala de mi abuelita a que estaba en otro mundo. Excelente carta, muchas gracias Edu.
Hola Edu!
Yo creo que hay personas que necesitan identificarse con las cosas que hacen (su trabajo, sus aficiones, su estilo de vestir), que buscan incorporar etiquetas a su auto-definición, y las buscan en lo más visible externamente. Tal vez por una necesidad de pertenecer a algún grupo, como decía Javier Cañada en otro comentario, y/o por no conocerse aún a sí mismos en profundidad.
Pero luego hay otras personas que no necesitan tanto "hacer identidad" en torno a sus actividades o aspectos externos de sí mismos. Yo soy del segundo grupo, y tal vez tú también. ¿No?
Por ejemplo, a mí me gusta la astrología (y es una de mis herramientas de trabajo), pero no me considero astróloga (ni de lejos). Igual que escribo sin sentirme escritora, diseño sin ser diseñadora, y camino a diario por el monte sin ser senderista. Ser, lo que se dice "ser", soy yo. "Clara", si hay que ponerme una etiqueta.
Pero a mucha gente les gustan las etiquetas. Coleccionarlas, y poder ponérselas a los demás. Les da seguridad. 🤷
Me has dejado pensando sobre el sentimiento de libertad (y añorando mi bicicleta 😄).
Felicidades por recuperar esa parte tan importante de ti mismo!
A disfrutar. 💚