¿Te has leído todos los libros de tu biblioteca? El síndrome del coleccionista de libros
Los libros son algo así como las chimeneas; no sé qué tienen, pero si en un salón hay una, este automáticamente gana tres o cuatro puntos de hogar.
Me dejo caer por aquí tras haber estado un rato mirando mi librería, porque el embelesamiento que me causan todos mis libros bien ubicados y ordenados por temáticas me ha hecho reflexionar bastante. Dejando de lado la mejora estética que considero que un buen puñado de libros confiere a cualquier estancia, me parece que una casa sin libros es una vivienda provisional, unas cuantas paredes sin alma que denotan que sus moradores solo están ahí de paso. Los libros son algo así como las chimeneas; no sé qué tienen, pero si en un salón hay una, este automáticamente gana tres o cuatro puntos de hogar. Pues igual con los libros. No importa si están concienzudamente colocados o si salpican la casa sobre mesillas, aparadores o sofás, en actitud de espera de su próximo lector. Los libros hacen hogar.
Leer y coleccionar libros, dos hobbies diferentes
Ahora bien, tras haber estado un rato toqueteando mis ejemplares, hojeando uno para dejarlo en su sitio y sacar el siguiente, y repetir así el proceso varias veces, me he dado cuenta de que tengo dos hobbies relacionados con los libros, no solo uno. Cualquiera diría en este punto que a mí lo que me gusta es leer, pero no es solo eso. Si así fuera, me bastaría con mi flamante Kindle, que no ocupa espacio – ni hace hogar – y en él puedo llevar un número prácticamente ilimitado de libros. A este que suscribe también le encanta coleccionar – o como dicen quienes me sufren, acumular – libros.
Me he dado cuenta de este detalle cuando he hecho el ejercicio de observar todos mis libros e ir tachando en una lista cuántos tengo pendientes. El número me ha sorprendido, e incluso me he agobiado un poco al ver que tengo libros que compré en algún momento y ni siquiera me he dignado a abrir más de unos minutos.
Ojo, no digo con esto que compre libros como alguien aquejado del síndrome de Diógenes. De hecho, considero que cuando compro un nuevo ejemplar para ampliar la colección, lo hago casi siempre de forma consciente; sé que me lo voy a leer, aunque puede que el momento de la compra no sea el adecuado para empezarlo. Sigo desarrollando.
Me parece que esta acumulación de libros responde, entre otras cosas, a la sensación tan agradable que me produce ver y tener libros en casa. Sé que puede parecer raro, pero estoy segurísimo de que, si has llegado hasta estas líneas, es porque te sientes identificado con lo que digo.
¿Cómo auto diagnosticarte el síndrome del coleccionista de libros?
Un coleccionista de libros tiene varios síntomas que, si bien parecen inocuos, son palmarios a la hora de demostrar que eres víctima de este – bendito – problema. El primero de ellos es el que me ha hecho reflexionar hasta el punto de estar escribiendo esto: en mi librería hay demasiados libros sin leer.
Repito: que estén sin leer no significa que estén ahí cogiendo polvo sin visos a ser abiertos, sino que no ha llegado el momento de embarcarme en su lectura aún.
En mi caso concreto, todos los libros en los que he invertido dinero me interesan. Mi pequeña biblioteca personal está salpicada de ejemplares cuya adquisición siempre me ha hecho genuina ilusión, porque su contenido me causa expectación. Por eso considero que el síndrome del coleccionista de libros difiere del mero síndrome de Diógenes. No es una acumulación vacía de papel que en el momento en que se posa en la balda pasa a ser olvidado, sino la ilusión por poseer el contenedor de una información que sabes que te interesa, aunque en el momento de adquirirlo no puedas – ya sea por tiempo o porque tienes otros intereses – ponerte a devorarlo.
Otro de los síntomas más claros para dilucidar si te aqueja este mal es tu cesta de Amazon – o de la página web en la que compres tus libros -. La mía parece una segunda biblioteca. Tengo ejemplares que me tienen enamorado, por cuya posesión pagaría el doble de lo que piden por ellos. Las novelas, ensayos o libros de consulta que conozco por la radio o leyendo algún otro libro o artículo, terminan – si me interesan lo suficiente – en la antesala de mi biblioteca; mi cesta de Amazon.
Así, reunidos sobre un botón amarillo en el que reza “comprar ahora” reposan ejemplares de Antonio Escohotado, George Orwell, Chesterton o Stefan Zweig, en perfecta armonía con novelas actuales que saben que en algún momento caerán en mis manos.
Pero el tercero de estos síndromes es uno de mis puntos más débiles: el enamoramiento que me causan los libros de segunda mano y los mercadillos o tiendas que te los venden por cuatro duros. No sé si será por afán de autoconservación de mi dinero, pero lo cierto es que creo en las distintas vidas de los libros. Un libro tiene tantas vidas como lectores reposen sus ojos en sus líneas, de modo que adquirir un ejemplar inesperado por un par de euros con las hojas amarillentas y el nombre emborronado de un antiguo lector en la contraportada, lejos de resultarme poco atractivo, me empuja a comprarlo.
He de admitir que no estoy orgulloso de ello, y que ahora medito mucho más las compras en mercadillos y similares, porque sus ofertas – tres libros por uno, dos libros por tres euros, y demás – terminan haciendo que gastes dinero en libros que, a veces, ni siquiera te interesan. En pocas ocasiones me ha pasado esto, pero sí es verdad que me he comprado algún ejemplar más por conseguir el pack y llegar al mínimo para una buena oferta, que por genuino interés. Y eso sí se parece demasiado al Diógenes literario, cosa que hay que evitar.
¿Cómo curarse del síndrome del coleccionista de libros?
Me estoy tomando esta situación como una enfermedad a meros efectos literarios, pero soy consciente de que la acumulación de cualquier cosa puede tornarse fácilmente en un problemón, ya sea por falta de espacio o de dinero, por señalar los dos problemas que más rápido pueden aflorar si no te controlas un poco a la hora de adquirir libros.
Una vez que sabes diferenciar el gusto por la lectura del gusto por el coleccionismo de libros, es útil plantearse ciertas pautas a la hora de seguir engrosando la lista; porque como ya he dicho, tanto el espacio como la cartera son finitos.
Personalmente, uso la cesta de Amazon para dejar respirar los libros antes de comprarlos. Así, no me dejo llevar por una recomendación furtiva que me coge con las defensas bajas y no sucumbo a la necedad de comprar por comprar. Cuando alguien me habla de un libro que parece interesarme, lo primero que hago es añadirlo a la cesta o a la lista de deseados. Después, hago todo lo posible por olvidarme de él. Tiempo después, cuando ojeo esa lista interminable, pueden ocurrir dos cosas: que ya no me interese y termine eliminándolo – y ahorrándome dinero y hueco en la estantería – o que siga haciéndolo. En este supuesto, empieza la labor de deliberación. Busco reseñas, opiniones y ofertas y, en caso de que todos estos filtros sean superados por el interés que me suscita, es cuando lo añado a la colección. Colección que, insisto, será leída en su integridad. Poco a poco.
Esta forma de comprar libros te aleja de la impulsividad, de modo que cada libro nuevo que compres, sabes de antemano que ha sido sometido a un proceso de reflexión responsable. Si ha pasado todas las pruebas, merece ocupar un hueco.
Conozco a coleccionistas empedernidos que han llegado al punto en el que regalan sus libros a otros coleccionistas más jóvenes para ir puliendo su biblioteca hasta el punto de sentir que lo que les queda es lo que deben tener – algo así como pulir sus bibliotecas hasta conseguir la biblioteca perfecta -. Yo no he llegado a esa situación aún – mi colección es diminuta todavía, aunque apunta maneras -, pero si no controlo los impulsos de adquisición literaria, me veo en unos años montando un mercadillo, y no quiero eso.
La búsqueda constante de la biblioteca perfecta
Hace un tiempo vi un vídeo en el que Arturo Pérez Reverte enseñaba su biblioteca personal. Te podrás imaginar la tremenda maravilla que el escritor español atesora, pero es que eso forma parte de su oficio.
La biblioteca perfecta – exceptuando la de Reverte – no existe, pero conseguir una de la que te sientas tremendamente orgulloso sí es posible. Es una tarea de años, de libros que irán y vendrán, de recomendaciones, regalos e impulsos. De deshacerte de una balda entera y de tener dos ejemplares repetidos porque la traducción del segundo es mejor que la del primero. De convertirte en un coleccionista mayor que busca coleccionistas jóvenes para regalarles libros, sabiendo que a ellos les harán más ilusión de la que ahora te hacen a ti.
Creo que una biblioteca perfecta no es más que el reflejo de todos los estadios de la vida lectora de su dueño. En la mía se pueden observar la mayoría de los temas sobre los que, en algún momento, he querido aprender. Una biblioteca perfecta no es infinita. Lo que la hace perfecta no son sus números, ni el valor nominal de los ejemplares que la conforman, sino la capacidad que tiene con sus libros de definirte como persona.
Si tu biblioteca es perfecta, a un desconocido le bastará un vistazo a la misma para hacer un esbozo en su mente de quién eres. Eso, creo, es una biblioteca perfecta, y para conformarla, hay que aprender a vivir con el síndrome del coleccionista de libros durante toda la vida.
A mí, acumular libros me da tranquilidad. Soy más peligrosa pasando por delante de cualquier librería de camino a casa que con la cesta de Amazon. El olor del papel puede conmigo. Da igual que tenga miles de libros sin leer todavía, no me siento culpable. Solamente racionalizo el impulso de comprar ropa. Libros no. No están están en la misma categoría.
Yo intento siempre comprar los libros de segunda mano, a no ser que sean nuevas publicaciones, por esa razón de la que hablas: creo en la segunda vía, y me hace muy feliz e ilusión encontrarme las huellas de los anteriores propietarios en ellos.
Lo de tener una biblioteca personal es tener una puerta a tu mundo interior. A mi parecer necesario.
Justo hoy le hice una foto a la mía. En ella no salen todos, porque no caben, y algunos están en el trastero. Pero verla retratada, con los objetos que la rodean, me llenó el alma.