¿Es realmente moderno renegar de los ritos?
Somos seres rituales, y negarlo es una afrenta a nuestra propia naturaleza. Una boda, ya sea católica o hindú, es un rito.
Hay veces que uno le da demasiadas vueltas a temas que parecen estar enterrados en los armarios más profundos de la mente humana, olvidados o ignorados a conciencia por el hombre moderno – o simplemente temas que no importan a nadie ya- , y creo que este espacio es perfecto para ordenar todos mis pensamientos al respecto y darles forma de artículo, más por mí que por nadie. Quizás, dentro de un tiempo podré releerme y observar si he cambiado de opinión, o si lo que estoy escribiendo es una tontería sin más.
El uso de esta imagen es más una defensa a nuestra tradición - de la que no podemos escondernos - que a la propia religión católica. Seas o no católico, negar nuestro pasado es lo que critico en este artículo, de modo que me parece una imagen perfecta para ilustrarlo.
Como digo, últimamente me trae de cabeza la negación absoluta que se practica desde amplios sectores sobre lo tradicional y sus ritos. Y no me refiero a lo político, a la actual guerra progresistas vs tradicionalistas, sino al intento de borrar lo antiguo como si sobrara, como si el compendio de ritos, pensamientos y comportamientos que nos han traído hasta aquí no fueran más que cosas sin importancia que hacían personas que ya no existen.
Los rituales modernos ya son antiguos
Somos seres rituales, y negarlo es una afrenta a nuestra propia naturaleza. Una boda, ya sea católica o hindú, es un rito. Y creo que aquí radica uno de los grandes problemas de quienes se empeñan en negar lo antiguo; que lo relacionan con lo religioso, y criticar lo religioso hoy día es sinónimo de ser moderno. Craso error, porque una boda civil también es un rito. La unión entre dos personas – o más, en algunas culturas – es algo que trasciende a las religiones y se entremezcla entre nuestras generaciones. Negar hoy, en pos de un progresismo mal entendido, estas uniones, es una demostración de ignorancia. Y advierto que, obviamente, no estoy criticando a quienes no quieren casarse, más faltaría, toda vez que eso es un ejercicio de libertad más defendible aún que el propio acto tradicional al que se renuncia, sino a quienes están convencidos de que una boda – sea cual sea su envoltorio cultural – es un ritual casposo y pasado de moda que, por antiguo, ha de erradicarse.
Quizás el ejemplo de los funerales sea más comprensible. Otro rito, este menos criticado porque se presenta en el barranco de nuestras vidas, momento en el que ni los más negacionistas de lo tradicional tienen ganas de plantearse si dicho ritual es o no respetable. La sepultura del semejante que ya no está, del que no va a volver más, es un acontecimiento social que ha cambiado tanto y tantas veces a lo largo de los siglos que forma parte ya no de nuestra cultura, sino de nuestra identidad. No somos animales, entre otras cosas, porque enterramos a nuestros muertos. Y eso nos acerca más al hombre de hace cincuenta mil años que al perro que convive con nosotros en casa.
Por supuesto que los enterramientos tienen un hondo calado religioso, porque se relacionan además con la trascendencia humana, pero eso no los hace menos respetables. De hecho, esta conclusión me hace plantearme la siguiente pregunta.
¿Qué fue antes, el rito o la religión?
Como he dicho en un párrafo previo, los actuales negacionistas de lo tradicional basan gran parte de su discurso en que los ritos son instituciones a olvidar porque provienen de la religión – y esta, obviamente, va en contra de sus principios -, y yo no puedo estar más en desacuerdo.
Si bien el enterramiento ritual más antiguo conocido se remonta a hace 78.000 años en África, hay estudios que demuestran que parientes extintos del actual ser humano, con una fracción de nuestro cerebro, ya enterraban a sus congéneres fallecidos hace 100.000 años. No dudo que estos homínidos tuvieran el germen del concepto de trascendencia en su interior, pero de ahí a concluir que estos enterramientos se producían por motivos religiosos suena atrevido.
El ser humano ha ido desarrollando rituales – sentarse al fuego, contar chistes e historias, abrazarse, hacerse regalos – a lo largo de su existencia. Es una cuestión antropológica, no religiosa. De hecho, al surgir las religiones, estas han acogido algunos de estos ritos, conscientes de que era más fácil apoderarse de ellos que tratar de erradicarlos o cambiarlos, porque formaban ya parte de la identidad de los hombres.
De ahí que lo que hoy celebramos como la Navidad fueran antes antiguos rituales paganos, que la Iglesia Católica abrazó como propios cambiándoles el nombre y aderezándolos con su propia historia. Por eso, también, el pasaje bíblico del arca de Noé es una fotocopia del mito sumerio de Enki, calcando la historia punto por punto, pero con el filtro católico que hoy conocemos.
Los mitos, sus consecuentes ritos y la tradición en general ya estaban ahí, y evolucionan de forma autónoma. Son las religiones las que van llegando – y extinguiéndose con los años – las que hacen suyas estas realidades sociológicas y culturales, y las adecúan durante un periodo de la Historia a su discurso. Son otra manifestación antropológica, una cristalización de los ritos dotada de un discurso concreto para explicar la trascendencia que - aún hoy - no podemos entender. Y por eso creo que las religiones son tan importantes, porque nos ayudan a desgajar la trascendencia humana.
Así, podemos entender por qué en todas las religiones la gente se casa, entierra a sus muertos y consuela al enfermo o al moribundo, ya sea a través de un abrazo, de la unción de enfermos, o del acompañamiento silencioso hasta que llega el final. No hablamos de actos religiosos, sino humanos.
Los ateos son los más religiosos
Puede que sea coincidencia, cosa que no creo, pero quienes más niegan la tradición y sus ritos con más ahínco suelen ser ateos – que no agnósticos-. Al igual que niegan la existencia de Dios, de forma consecuente rechazan todo atisbo de rito que pueda contener trazas de religiosidad. Es curioso, además, cómo ese homo modernus, a la vez que hace de la negación su bandera, se aferra como buen ser humano a empresas mayores para dar trascendencia a su propia existencia. Hablo de las nuevas religiones, como la ciencia o la ideología.
Es contradictorio cómo se puede criticar, por ejemplo, a la familia tradicional – la formada por hombre y mujer con la intención de tener prole -, para aferrarse a la idea ciega de que cierta ideología – me da igual la que sea – contiene la verdad absoluta y va a crear una sociedad sin fisuras. Hacen alarde de la fe que critican a los demás sin despeinarse.
Algo parecido ocurre con el cambio climático. Es obvio – aseverar lo contrario sería absurdo- que vivimos una época de cambios en lo relativo al clima, pero hay personas que hacen del activismo climático su vida, su razón de ser; su religión. Lo mismo pasa con la vida fitness, el viajar y conocer mundo y el animalismo.
El ser humano, hasta el que más niega la tradición y la trascendencia, necesita algo a lo que dedicar su vida, y usa ritos antiguos o crea ritos nuevos – qué es sino la constante validación en redes sociales de unos a otros – para seguir siendo humano.
Hasta el más mínimo detalle esconde un rito
Una sobremesa, dar la mano a una madre, pasear por el campo por el mero hecho de conectar con la naturaleza, pelear con otros niños y pedir perdón después. Todo son retazos de ritos antiguos, trozos de un puzle que lleva miles de años fraguándose. Darse la mano para cerrar un trato, una palmada en la espalda del que llora, los saltos de alegría por la consecución de un objetivo, un te quiero. Una corrida de toros, un partido de fútbol o la danza. Si lo piensas, todo son ritos, todo lo que percibimos como nuevo es ya viejo y estaba ahí desde antes de que nuestros tatarabuelos fueran una idea de sus padres. El carnaval, la feria, las carreras de caballos, rezar por la noche. Observar en silencio una puesta de sol o regalar un ramo de flores a la amada. Embelesarse con el circo o el cine. Todo son evoluciones de trozos antiguos de vidas pasadas.
Y, si lo piensas aún más, te das cuenta de que rito y religión no van siempre de la mano. Hay multitud de ritos que la religión no ha considerado necesarios para explicar su cosmovisión y, por ende, no los han abrazado como propios. Quizás estos, los que no están tocados por las manos litúrgicas, son los más puros.
Y si no me crees, enciende una chimenea y quédate en silencio mirando el fuego.
Ahora que lo pienso, puede que la propia negación, el cambio constante o la obsesión con el futuro no sean más que otras manifestaciones de nuestra humanidad. Me gusta esta conclusión, porque así el homo negationus quizás sea el ser más ritual de todos nosotros.
Muy buena reflexión Edu, me sorprende que no la había leído antes. Comparto todo lo que comentas, y me gustan mucho algunas de las referencias históricas que tomaste, se nota que te lo estudiaste bien.
Un abrazo querido.
¿Has leído La desaparición de los rituales de Byung-Chul Han? Muy recomendable.