No hay que romantizar tanto el verano
Es a veces necesario pararse a pensar y analizar las cosas con sus pros y sus contras. Dar un paso atrás y observarlas en su conjunto, para concluir igualmente que nos gustan.
Miren, con el calor que tengo encima ahora mismo, que hasta el ventilador me parece que dispara fuego contra mí, no puedo ni hacer una introducción decente a este post. De hecho, no tengo ganas de escribirlo porque menudo sofocón llevo, pero precisamente de eso voy a hablar, aunque sea en un post cortito.
Y es que es sufrir las noticias de olas de calor incesantes, los termómetros batiendo los récords desde que hay registros y los avisos en el móvil de alerta naranja, que veo publicaciones romantizando el verano y me pongo malo.
Tengo ganas de la época estival, de los tintos de verano, de los chiringuitos y de que anochezca a las diez de la noche. Me agradan estos meses en que trabajar por la tarde, si se puede evitar, se evita. Esos planes repentinos de piscina y merienda, y esos reencuentros con gente que vuelve a casa en vacaciones. Pero ruego a esos que nos tratan de convencer estos días de que carpe diem, de vivir deprisa y del famoso viaja mucho o te arrepentirás porque el verano es la época perfecta, que paren un poco.
No voy a negar que esta época es bien recibida por quien suscribe después de los interminables meses de invierno, tan húmedos y grises que le cambian a uno hasta la personalidad. Pero por Dios, ni todo es tan malo, ni por supuesto tan bueno. Se llenan en estos días las redes, los periódicos y las noticias de eslóganes cargaditos de buenrrollismo, de una felicidad impostada, vacua, que te hace sentirte un cenizo si no la compartes. Oigan, no es que no me guste el verano, ni mucho menos, sino que me va a dar un subidón de azúcar si sigo el ritmo a esta moda del happy summer.
El verano es maravilloso, por supuesto. Tengo muchas ganas de un montón de cosas que solo pueden hacerse en verano. Pero ello no implica que sea perfecto. Nadie habla de los mosquitos nocturnos, de los cuarenta y muchos grados, de que no hay forma de dormir. No se menciona lo complicado que se hace trabajar en estas fechas, ni cómo todo sube de precio. También reina el silencio en lo tocante a la desagradable sensación de sentir que sobras en tu pueblo, si tienes la suerte de vivir en uno más turístico de la cuenta.
Es a veces necesario pararse a pensar y analizar las cosas con sus pros y sus contras. Dar un paso atrás y observarlas en su conjunto, para concluir igualmente, pero esta vez tras el fruto de la reflexión, que nos gustan. Pero huyendo de hacerlo porque toca. Sé que puedo sonar mohíno, y de hecho creo que hacerlo es una de las consecuencias de esta especie de fiebre del verano, que a todos hace sonreír casi sin saberlo y a muchos empuja a chismorrear las bondades de esta época, como si no hacerlo fuera un crimen. Llega la temporada relacionada con la fiesta, el descanso y los viajes, sí, pero la vida real sigue por debajo. Las preocupaciones, las ocupaciones y los deberes siguen ahí, aunque tan solo ocultos tras un mogollón de grados y el chundachunda de chiringuitos de media tarde.
Y ojo, no es cuestión de cortar el punto al personal, sino de dejar atrás esa matraca con aires de canción antigua de Verano Mix, y abrazar el verano como lo que es, con sus luces y con sus sombras.
Será que ya no relaciono el verano con la velocidad, con las ansias de que voy a perderme tal o cual fiesta, excursión o reunión. Ya para mí el verano no significa que voy a comerme el mundo, y no lo digo en tono derrotista, sino con tranquilidad genuina. Seguro que tiene que ver que ahora lo percibo como una oportunidad para cultivar, quizás con un poco menos de remordimiento, la ansiada slow life sobre la que tanto predico por aquí. Ahora que lo pienso, es probable que me afecte tanto esa ametralladora de chispas, purpurina y música alta porque la concibo contraria a cómo me gusta a mí vivir lo estival.
De hecho, creo interesante rescatar este post en el que hablo de un episodio de mi verano pasado. Mi concepto máximo de felicidad veraniega.
Para mí el verano está en los paseos, en los reencuentros y en las siestas de media tarde. Está en un libro de setecientas páginas que te atrapa y te dejas llevar porque te lo puedes permitir. En una vuelta en moto, en un tapeo a las once. En ver a las señoras mayores a la fresca y en las carreras de caballos de mi tierra. Sí, ha ser eso. Debe ser la silente belleza de estas cosas, que no requieren festejo ni celebración, sino que están ahí y son mi verano, sin más. Como mi forma de disfrutar los meses de calor está en eso, más oculto y ausente de posts en redes o recomendaciones no solicitadas, que me produce urticaria mental observar tantísimos recuerdos constantes y chillones de lo bueno que es ese garito, de los memes del verano o de los get ready with me para irme de fiesta tres días.
Los veranos tienen ese ingrediente que hace que los idolatre en invierno, cuando no puedo salir de casa. Es entonces cuando se echan de menos las altas temperaturas, el dormir destapado y las interminables horas de luz. Pero ahora, que uno vive todo ello en sus carnes, ahora que me he tenido que duchar cuatro veces para regular la temperatura y que salir a estirar las piernas antes de las ocho de la tarde se antoja un crimen, se me hace más difícil disfrutarlo.
Huelga decir que no considero que quienes se toman el verano como la cúspide del disfrute lo estén haciendo mal o estén equivocados. Pero sí creo que, como todo en la vida, sublimar algo tanto hasta el punto de arrebatarle toda mácula, hace que la caída sea estrepitosa. Nada es perfecto. Nada-es-perfecto. Y sabiendo eso, partiendo de esa semilla, todo paradójicamente pasa a serlo.
Creo que esta época es perfecta para cultivar la templanza, virtud que defendía Marco Aurelio. No se me tache de neo estoico, que no lo soy. Pero entiéndase la misma como la bondad del punto medio, la moderación, el no dejarse llevar por las pasiones. Cultivemos en verano la templanza. Creo que así todo se termina disfrutando más.
¡Gracias por estar suscrito a Sapientia!
Cambiando un poco de tema, a ver si eso me hace olvidar estos treinta y nueve grados, quiero agradecerte a ti, querido lector semanal, porque Sapientia ha llegado a los 1.500 suscriptores. Me hace mucha ilusión que las cosas que escribo en mi casa, sin mayor pretensión que desfogar mis pensamientos, lleguen a tantísimas bandejas de entrada.
Hace unos meses escribí este post porque llegamos a 1.000 suscriptores. Y no puedo más que volver a recomendarlo. De veras, es un honor saber que tanta gente lee lo que digo, que en algún momento de este tiempo decidieron abrirme las puertas a su correo, lo que considero hoy en día uno de los actos de confianza más grandes que se pueden dar en internet.
Sin otro particular, reciban un afectuoso saludo y disfruten de su verano con templanza.
Estuve hablando con un amigo y el decía que había tanto hype de verano porque tenían vacaciones. Yo es que la idea está de terracita,solecito, playita , me parece tan desfasada, que estoy ya un poco harta de quedar como una mierdas. Siempre digo que él verano es fantástico cuando tienes una casa fuera, eres un niño o un joven o con dinero. Ya está, mi Media Neurona Viviente Ha Fallecido
Comparto con templanza todo lo que has escrito, las grandes verdades que nos ha traído esta ola de calor que nos hacen añorar los días fríos del invierno, es curioso! Sin embargo en la mente algo me dice que estamos bien, que es lo que toca y hay que pasarlo de la mejor manera. Feliz verano.